—Fortuna es tenerte aquí en mi hacienda y que me ayudes con el trabajo.
—Ahora te será más fácil llevar las cuentas, el control de las fechas de la gestación de los animales y las listas de todo lo necesario para la hacienda y más —dijo Paulina.
—Siempre había querido una de estas, ahora tendré que aprender a usarla.
—De eso me encargo yo, afirmó Paulina sonriendo.
Doña Lupe recibió una máquina de coser eléctrica como regalo; Paulina una cuenta de cheques para que pudiera disponer de lo necesario cuando estuviera en Francia, en unos meses más. Y bajo el árbol de navidad solo quedó un regalo con una tarjeta que decía: Jean Claude Dumont.
Debido a que la estancia no tiene ventanas al exterior por estar el centro de la casa, nadie se dio cuenta de que hacía buen rato había comenzado a nevar. Fue Paulina quien al ir a su habitación a cambiar la batería de su cámara fotográfica se percató al mirar por su ventana de que el suelo estaba ya totalmente blanco y seguían cayendo grandes copos de nieve, por lo que tomó la batería y corrió hasta la estancia diciendo:
—Está nevando… está nevando.
Todos salieron a la terraza a ver el espectáculo. Fabián y Paulina fueron más allá, hasta los jardines de la casa grande y comenzaron una batalla de bolas de nieve, sin darse cuenta de que en la casa del caporal brillaba una luz que dejaba ver la sombra de dos hombres sentados junto a una botella de coñac casi vacía.
CUATRO
Al haber malentendido Jean Claude Dumont que su suegro don Luis Rodríguez trataba a su esposa y a su hija como viles empleadas y daba un mejor lugar a la servidumbre en la cena de navidad, salió del comedor de la casa, tomó de la cava una botella de coñac de largo añejamiento y una copa, para salir de la casa a caminar sin rumbo en la obscuridad. Impresionado por lo cerrado que se encontraba el cielo y por una temperatura inferior a los 0º C, escuchó una voz que le dijo:
—¿Qué lo trae por aquí a estas horas y con este frío, don Jean Claude?
Al volverse, vio a Manuel Licón de pie en el porche de la llamada casa del caporal. Se acerco a él y preguntó:
—¿Por qué estás solo, Manuel? ¿Y tu familia?
—Yo no tengo familia, señor, hace años que mi esposa me abandonó y se llevó con ella a mis hijos.
—No lo sabía, qué pena, perdón por la indiscreción.
—No pasa nada, don, pero dígame, ¿necesita algo o qué lo trae por aquí?
—Nada, Manuel, solo salí a respirar un poco de aire fresco y a tomar un trago a solas; ¿tú gustas?
—Pues creo que sí, es Navidad y hace algo de frío; traeré un vaso.
Se sentaron ambos en el porche de la casa del caporal, en la que vivía Manuel desde hacía ya muchos años y charlaron sobre el clima, caballos y varios temas más, hasta que Jean Claude tocó el tema de Fabián, con la intención de averiguar por qué Don Luis le tenía tanto aprecio al muchacho; Manuel contó que Don Luis tiene en gran estima a Doña Lupe, que ha trabajado por años en la casa grande y quien desde antes de la muerte de su esposo, se hizo cargo del cuidado de la esposa del patrón que estaba imposibilitada para moverse, debido al cáncer que finalmente terminó por quitarle la vida, hacía ya varios años.
Doña Lupe tenía una hija de nombre Ángela, quien a muy corta edad había quedado embarazada sin saberse de quién, contó el caporal; al parecer se metía con quien fuera, por lo que su madre decidió correrla de la hacienda, llena de vergüenza. La muchacha después regresó únicamente a dejar al niño, pues doña Lupe no la recibió, se sabe que le dijo que si ella andaba de golfa no tenía por qué recibirla y mantenerla. Desde entonces solo se le había visto por ahí un par de veces, aseguró Manuel, quien al calor de las copas comentó también que los camioneros que llegaban a la hacienda decían que Ángela se dedicaba a la prostitución.
—Es una puta de carretera, dijo el caporal despectivamente.
La mañana de Navidad, Jean Claude no salió de su habitación para el desayuno, por lo que a la mesa solo se sentaron Ana Karen, Paulina y don Luis. Doña Lupe había preparado un delicioso desayuno que Paulina apresuró casi sin platicar con su madre y su abuelo, pues tenía prisa por salir a montar con Fabián, como habían acordado la noche anterior. Los jóvenes se alejaron de la Hacienda montados en sus caballos con rumbo a la sierra que estaba totalmente cubierta por la nieve. Jean Claude los vio alejarse desde la ventana de su habitación, notando que entre risas se tomaban de la mano.
Más tarde, al terminar el desayuno, Ana Karen salió del comedor y encontró a su esposo en la estancia de la casa con los ojos vidriosos por la resaca.
—Me pareció una falta de respeto tu comportamiento de anoche, manifestó Ana Karen a manera de saludo.
—¿Falta de respeto de mi parte? ¿Hacia quién? ¿Hacia ese hijo de puta…?
—¿A qué te refieres?
—A que no voy a tolerar que el hijo de una prostituta se siente a la misma mesa que mi familia.
—No sé qué quieres decir.
—Quiero decir que ese muchacho, el protegido de tu padre, es el hijo de una puta de carretera.
—Te prohíbo que te expreses así de Fabián —intervino don Luis, que en ese momento salía del comedor.
—Papá, ¿es cierto lo que dice Jean Claude?
—Vengan los dos a la biblioteca, tenemos que hablar.
Entraron los tres en la biblioteca, don Luis y Ana Karen tomaron asiento y Jean Claude se quedó de pie como retando a su suegro, quien comenzó diciendo:
—No sé de dónde sacaste eso, aunque sí sospecho de alguien que te pudo haber contado esa historia; a nadie le consta nada de lo que estás diciendo, pero lo que sí deben saber ustedes dos es que ese muchacho y su abuela son para mí como mi propia familia y lo que se diga de ellos es como si se dijera de mí. Efectivamente el muchacho es el hijo de Ángela, quien al parecer no supo llevar muy bien su vida en su juventud; se enamoró de un muchacho que no le correspondió al saber de su embarazo y decidió mejor abandonar la hacienda ante el rechazo de su padre, y poco después doña Lupe decidió hacerse cargo de su nieto, a petición de la muchacha, para que pudiera llegar a ser un hombre de bien. Con la ayuda y el apoyo de mi difunta esposa, Fabián logró terminar su educación secundaria y hoy, aun sin contar con un maestro, estoy seguro que podría aprobar cualquier examen de colocación, en cualquier escuela de nivel medio superior. Trabaja de sol a sol y hasta la fecha no tengo ni una sola queja de él, es por eso que lo estoy enseñando poco a poco, para que en el futuro pueda hacerse cargo de esta Hacienda en su totalidad; creo que es un muchacho que tiene mucha facilidad para los negocios y el día que yo falte, será necesario una persona responsable que cuide mis intereses que en su momento serán tuyos, Ana Karen, por lo que más vale que lo vayas viendo con buenos ojos. Y tú, Jean Claude, recuerda que en días pasados ya te había advertido que soy yo y únicamente yo quien manda en esta Hacienda, quien decide quién se sienta a la mesa conmigo, y si yo decidí festejar la Navidad con ese muchacho y su abuela, solo demuestra el cariño y agradecimiento que les tengo, cosa que tú deberías intentar ganarte algún día, mas con desplantes como el de ayer, lo único que lograrás será que decida que seas tú quien no se siente a mi mesa; así que deja ya de buscar excusas para no convivir con las personas, que además de mi hija y mi nieta, forman mi familia. Te guste o no, Fabián se quedará en esta Hacienda hasta que él mismo decida irse y yo espero que eso nunca suceda, incluso cuando yo ya no esté aquí.
Jean Claude Dumont guardó silencio mientras el hacendado hablaba; sabía bien que no era conveniente contradecir a su suegro y generar un conflicto aún mayor que pudiese ocasionar en que sus planes se fueran por la borda, ya que en esos momentos el futuro de su empresa y su familia