Por la noche, Jean Claude nuevamente con su copa de coñac y su habano, se encontraba en el despacho de su mansión, pensando en lo que su abogado le había manifestado pasado el medio día:
—Tienes que pagarle a tus trabajadores todo lo que les debes y sus prestaciones legales antes del veinte de diciembre, de lo contrario demandarán la huelga y podrás ir olvidándote de tu empresa; tienes que conseguir dinero a como dé lugar…
¿Cómo hacer para conseguir una cantidad de siete cifras en solo dos días? Esto abrumó a Jean Claude toda la noche y permaneció sentado frente a su escritorio, sin ir a su dormitorio a acostarse junto a su mujer. Fue ya después de las seis de la mañana cuando se decidió a llamar a don Luis Rodríguez; esa sería su última carta o perdería su empresa y con ello seguramente a su esposa y a su hija, quienes ignoraban la realidad de su situación económica, debido a que él siempre, además de ocultárselas, les aseguraba que la empresa era una de las más prometedoras y productivas del país en su ramo, gracias a sus eficientes manejos. Les decía que para él no había sido necesario estudiar administración o economía para lograr competir entre los mejores a nivel mundial.
Don Luis se encontraba en la terraza de la casa grande de la hacienda disfrutando de una taza del delicioso café de olla de doña Lupe y viendo cómo en los corrales Fabián y otros trabajadores comenzaban ya con el embarque del ganado para salir a la frontera esa misma mañana, cuando escuchó que Doña Lupe le gritaba:
—Don Luis, tiene llamada del señor Jean Claude. —Lo cual lo sorprendió por la hora, mas pensó, esta vez la situación debe ser muy dura para mi querido yerno.
—Buenos días, Jean Claude, ¿te caíste de la cama?
—Buenos días, don Luis, usted sabe que yo soy madrugador; ¿qué tal la visita de mi hija?
—Todo muy bien, pero no me llamaste para eso; ¿ahora cuanto necesitas? —respondió don Luis a secas, como buen norteño.
—Don Luis, en unos días estaremos en su hacienda y podremos hablar personalmente, solo que ahora, de manera improvisada, los trabajadores de la empresa pretenden comenzar una huelga y de momento no cuento con liquidez para solventar ciertos gastos necesarios para evitarla; si usted pudiera ayudarme con un poco de recurso se lo agradeceré toda la vida. ¿Sabe? No es fácil para mí hacer esta llamada, pero está en juego más que la empresa; está en juego incluso el futuro de Paulina, ya ve que ella quiere estudiar en París y…
—Déjate de palabrería, del futuro de Paulina yo me encargo. ¿Cuánto?
Don Luis escucho la cantidad y colgó. Esperó a que fuera hora de que el banco estuviera abierto e hizo una llamada al director para que realizara la transferencia de una fuerte cantidad de dinero a la cuenta de su yerno, pidiéndole a su vez que cancelara la tarjeta de crédito que le tenía asignada a Jean Claude Dumont, pues con lo que le estaba entregando en ese momento no la necesitaría al menos por algún tiempo.
El abogado de la empresa recibió con sorpresa la llamada de Jean Claude, quien solicitó verlo para redactar el contrato colectivo de trabajo de sus empleados y para realizar el desglose de lo adeudado a cada uno de ellos, incluyendo el aguinaldo, con el fin de pagar todo al día siguiente en la junta ya programada.
—¿Cómo lo lograste, Jean Claude? —quiso indagar el abogado.
—Soy mejor para los negocios de lo que tú crees, licenciado.
Por la tarde Ana Karen y su esposo fueron juntos a un exclusivo centro comercial de la capital, a comprar regalos para la navidad, y fue en ese momento cuando Jean Claude se dio cuenta de que su tarjeta de crédito había sido bloqueada, por lo que tuvo que retirar dinero de su cuenta personal en un cajero. Ya con otro semblante, muy cariñoso y feliz, invitó a comer a su mujer a un exclusivo restaurante francés. Le dijo que al día siguiente tenía una junta importante, pero que al terminarla mandaría por ella, para que aprovechando que su hija se encontraba de visita con su abuelo y estaban solos, pasaran el fin de semana en el hotel que ellos mismos llamaban su nidito de amor, a un par de horas de la capital. Ana Karen se sentía feliz de que su esposo hubiera ya retomado su actitud alegre. Llamó a su hija para contarle que estarían fuera el fin de semana, pero por dicho de doña Lupe se enteró de que Paulina había viajado con su abuelo a la frontera para tratar las más de cuatro mil cabezas de ganado que se exportarían ese invierno.
TRES
Fabián, cansado después de haber comenzado la jornada cerca de las cuatro de la mañana en los corrales de la hacienda para embarcar el ganado en los camiones que lo llevarían a la frontera para su exportación y después de confirmar la salida del convoy que incluía la lujosa camioneta de don Luis, en la que también iba Paulina, decidió descansar un poco en su lugar favorito, junto al estanque, sobre el pasto y recargado en el tronco de un gran sauce, acompañado de un buen libro perteneciente a la biblioteca de la casa grande de don Luis, a la cual tenía acceso por autorización del patrón; mas ese día no se podía concentrar, al comenzar a leer veía los ojos azul turquesa de Paulina y su hermosa sonrisa.
Por su parte Paulina, durante el viaje por carretera a la frontera, aprovechó el tiempo para preguntar a su abuelo todo sobre Fabián y se enteró de que el muchacho había cursado la secundaria con la maestra designada por don Luis para los hijos de los trabajadores de la hacienda, pero por su inteligencia y dedicación, el muchacho pasaba todas las tardes en la biblioteca con el fin de aprender más; tanto, que ya había leído todos los libros que había ahí y cada mes que llegaban nuevos, los leía uno a uno; esto a pesar de que casi todos eran libros de derecho, administración y economía, ya que don Luis cuenta con la carrera de Licenciado en Derecho y Maestría en Administración. Paulina se enteró también de que Fabián había obteniendo las más altas notas en secundaria y poco a poco se había ganado la confianza de su abuelo al grado de que este casi lo trataba como a un hijo: Fabián entraba a la casa grande con total libertad, comía muchas veces en la mesa con don Luis y le ayudaba con toda la administración de la Hacienda, por lo que recibía un sueldo extra al que tenía como encargado de los corrales, granja, vacas lecheras y la remuda de los vaqueros. Don Luis le comentó que ignoraba lo que hacía Fabián con el dinero que ganaba, pues casi nunca salía de la Hacienda y solo en muy contadas ocasiones se le veía con algo de ropa nueva que compraba cuando acompañaba al patrón o a Manuel a la ciudad a realizar algún trámite o para comprar los medicamentos de los animales y un poco de víveres, ya que casi todo lo que se consume en Los Laureles se produce ahí mismo.
Paulina y su abuelo pasaron varios días del otro lado de la frontera en donde compraron algo de ropa, fueron de paseo, al cine y comieron en restaurantes elegantes, pero poco antes de regresar Paulina le dijo a su abuelo;
—Creo que Fabián necesita un nuevo sombrero; ¿se lo podemos comprar?
—Claro,