Lo que diferencia a los conservadores populares de los conservadores tradicionales es que carecen de moderación y son profundamente antielitistas. De hecho, denuncian a las clases dirigentes actuales (progresistas en lo social, liberales en lo económico y cosmopolitas en lo internacional) por haber dejado de representar los intereses y los valores de sus pueblos. Esto ha llevado a algunos de sus líderes a promover una forma de democracia más directa, alejada del modelo republicano liberal.
En dicho libro menciono la experiencia de algunos conservadores populares. Entre ellos Vladimir Putin en Rusia, Recep Erdogan en Turquía, Benjamin Netanyahu en Israel, Donald Trump en los Estados Unidos, Narindra Modi en India, Jair Bolsonaro en Brasil y los líderes de Polonia y Hungría. Incluso sostengo que Xi Xinping, líder de China, posee algunas características que lo acercan al conservadurismo popular.
Del otro lado del debate están los liberales progresistas, defensores del orden liberal que se consolidó luego de la caída del Muro de Berlín y que se sostiene sobre tres pilares: la promoción de la democracia liberal, la globalización y las instituciones internacionales. Algunos de sus representantes en aquel momento eran Emmanuel Macron, en Francia, y Justin Trudeau, en Canadá.
Repasemos lo que sucedió durante el último año donde, como anoté en el capítulo anterior, numerosos conservadores populares incrementaron su poder en las urnas. Con un 64 % de los votos, Modi logró imponerse en India por un margen más amplio que en la elección anterior, y lo hizo con un discurso aún más nacionalista. En Gran Bretaña, Boris Johnson no solo ganó la elección sino que transformó su partido, de conservador tradicional a uno conservador popular. En Brasil, Bolsonaro tiene hoy el mayor nivel de aceptación desde el inicio de su mandato. Putin logró la aprobación, con casi el 80 % de los votos, de una reforma constitucional que seguramente le permitirá ganar su reelección con comodidad. En Polonia, Andrzej Duda consiguió la reelección y en España surgió el Vox, partido que alcanzó el tercer lugar en las elecciones realizadas a fines de 2019.
El mayor golpe que ha sufrido el conservadurismo popular fue fruto de la debilidad de Trump, quien perdió la elección presidencial. Si bien esta debilidad es más un producto de su manejo de la pandemia que de sus ideas, esta derrota electoral es probable que marque un cambio de tendencia a nivel global debido a la importancia que tiene Estados Unidos.
Por otra parte, el liberalismo progresista continúa a la defensiva. Macron parece haber modificado algunas de sus posturas y se abraza a un discurso más cercano a la derecha tradicional francesa, gaullista, que al liberalismo progresista. Probablemente esto se deba a la pérdida de respaldo que su visión original sufrió luego de la aparición de los chalecos amarillos. Y, como dijimos, sería un error creer que el triunfo de Joe Biden es una clara victoria del liberalismo progresista. Como dijimos, el Partido Demócrata no solo se fue hacia la izquierda sino que los liberales progresistas han perdido influencia en la cultura de su país, cediendo espacio a una nueva generación de intelectuales que prioriza el feminismo, la lucha contra el racismo y otras causas, en lugar de defender el pluralismo y la libre discusión de ideas. Solo en el Partido Laborista en Gran Bretaña el liberalismo progresista ha podido tomar el control de la mano del moderado Keir Starmer.
En definitiva, el conservadurismo popular no solo ha logrado sobrevivir la pandemia sino que parece haber ganado fuerza. Por este motivo, resulta fundamental estudiar un fenómeno que, probablemente, también llegue a nuestro país.
Ante el posible (pero evitable) resurgimiento del fascismo
Tengo la sensación de que gran parte de los cambios políticos que tendrán lugar como consecuencia de este nuevo coronavirus serán el resultado de lo que suceda en la derecha. Más precisamente, de la interna que tenga lugar entre las diversas tradiciones que la conforman. ¿Cuáles son estas tradiciones?
El lado más oscuro de la derecha lo representan los movimientos nacionalistas que surgieron a principio de siglo XX en Europa. En su momento, estos movimientos fueron revolucionarios, ya que, si bien buscaron inspiración en el pasado mítico de las sociedades, eran esencialmente modernos. El fascismo, por ejemplo, vio en el Estado al único representante de un pueblo supuestamente homogéneo. Proponía abandonar la democracia liberal para elegir, por aclamación, a un hombre fuerte que pudiese hacer uso del aparato estatal para guiar al pueblo a un destino de gloria. Semejante concentración de poder devendría en el totalitarismo y en un nacionalismo que, una vez llevado al campo de la política exterior, fomentó el expansionismo territorial. Como sabemos, este experimento culminó con la caída de los gobiernos nacionalistas de Alemania y Japón al final de la Segunda Guerra Mundial.
Quizá la vertiente más conocida de la derecha sea el liberalismo. La mayoría de los liberales valoran, ante todo, al individuo y a la razón. Promueven las libertades individuales, el estado de derecho y el equilibrio de poderes que tiene lugar gracias a las instituciones republicanas. Por el contrario, suelen desconfiar del rol que las religiones juegan en la vida pública y se oponen, mayoritariamente, a todo tipo de nacionalismo. En el plano económico defienden al capitalismo, a la competencia y a un Estado que se limite a cumplir ciertas funciones básicas. En política exterior, suelen promover la democracia liberal, los organismos internacionales (como la ONU o la OMC) y el libre comercio. Con la caída del Muro de Berlín, las ideas liberales pasaron a dominar el discurso político y económico, siendo la globalización uno de sus principales resultados.
Por último, los conservadores buscan alcanzar un equilibrio entre el individuo, el Estado y la sociedad civil. Dentro de esta última, aprecian el rol que juegan las pequeñas comunidades, las familias y las religiones. Si bien el conservadurismo valora la nación, considera que lo que une a sus integrantes no es una etnia en particular (como lo hacían el nazismo y otros movimientos nacionalistas) sino una historia y una cultura en común. Finalmente, los conservadores suelen oponerse al relativismo moral, algo que ven reflejado, en mayor o menor medida, en el resto de las ideologías modernas.
Dado que ya he escrito sobre el tema, no me detendré aquí a discutir sobre la naturaleza del conservadurismo popular. Tan solo diré que si bien este movimiento continúa con la tradición conservadora, se diferencia de esta en un aspecto central: es antielitista. En efecto, el conservadurismo popular ataca a las clases dirigentes actuales, a las que considera liberales y progresistas, porque no representan los intereses y los valores de sus pueblos. Donald Trump lo fue, mientras que Recep Erdogan, Narendra Modi, Jair Bolsonaro, Vladimir Putin y Boris Johnson son algunos de los líderes que pertenecen a un movimiento que hoy en día se encuentra en plena expansión.
Pensando a futuro, creo que uno de los mayores peligros que enfrenta el mundo es el resurgimiento del fascismo. El liberalismo y el conservadurismo son moral y políticamente aceptables, pero el fascismo claramente no lo es.
¿Cómo podría ocurrir ese resurgimiento? Mediante la transformación del conservadurismo popular en un movimiento similar al fascista. En principio, esto parece poco probable dado que las diferencias entre el conservadurismo y el fascismo son considerables. Mientras que el primero valora la religión, desconfía del Estado y es realista en política exterior, el segundo defiende las posturas opuestas. Sin embargo, y al igual que ocurrió en la Europa de principios del siglo XX, los temores a los enemigos externos e internos del pueblo podrían llevar a que las sociedades, y los conservadores en particular, crean que la solución se encuentra en un Estado y un líder todopoderoso. De hecho, en su defensa de un modelo de democracia más directa, el conservadurismo popular ya presenta ciertos rasgos autoritarios. También debemos considerar la posibilidad de que, enfrentados con el posible ascenso al poder de la izquierda, muchos liberales opten por apoyar una versión aggiornada del fascismo.
Debemos velar por que esto no ocurra, en especial en momentos en que la proliferación del Covid-19 está generando gran temor en las sociedades. Los mejores representantes del conservadurismo y del liberalismo tienen por delante la responsabilidad de establecer una clara línea entre lo que es aceptable y lo que no lo es. Nuestro futuro puede depender de ello.