La Argentina después de la tormenta. Francisco de Santibañes. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco de Santibañes
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789874803115
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libros marcaron tanto una época como El fin de la historia, de Francis Fukuyama. La tesis central de esta obra, publicada en 1992, es que con la caída del Muro de Berlín la lucha entre las ideologías había llegado a su fin. Si bien a partir de ese momento podrían producirse retrocesos, lo cierto es que la democracia liberal junto al capitalismo finalmente habían triunfado y se expandirían por todo el mundo. Por otra parte, sus grandes rivales, el comunismo y el fascismo, habían fracasado.

      Pero la historia nos da sorpresas. El análisis de Fukuyama había dejado de lado otra visión de la sociedad: la del conservadurismo. Esta tradición de pensamiento y gobierno es alimentada por diversas corrientes, entre las que se encuentran la doctrina de la Iglesia católica, el pensamiento del filósofo alemán G. W. F. Hegel y el del británico Edmund Burke. Para los conservadores, el bienestar de los individuos y de la comunidad depende, en gran medida, de la fortaleza de la sociedad civil y de los grupos intermedios que la componen, siendo las familias y las agrupaciones religiosas los más importantes. El Estado y las libertades individuales son aceptados, pero únicamente como parte de una organización social más amplia y profunda que, según el conservadurismo, promueve la buena vida.

      Durante el conflicto entre Occidente y la Unión Soviética, conservadores y liberales, que históricamente habían sido rivales, conformaron una alianza intelectual y política que tuvo como principal objetivo enfrentar al comunismo. Pero una vez finalizada la Guerra Fría, el liberalismo se alejó de las posturas que defendieron dirigentes como Ronald Reagan y Margaret Thatcher para adoptar aspectos del ideario progresista, como son la agenda de género o el rechazo a todo tipo de nacionalismo. Emergió entonces el liberalismo progresista de nuestros días, aquel que defienden políticos como Trudeau y Macron. En parte por convicción y en parte por conveniencia, el liberalismo progresista se terminó convirtiendo en la ideología de gran parte de las élites, aquellas que defienden al liberalismo en lo económico (como globalización y libre mercado) y al progresismo en lo social (donde están el secularismo y el feminismo).

      Si en su momento el triunfo de la democracia liberal fue el gran catalizador de la historia, hoy parece serlo el rechazo al liberalismo progresista y a las élites que lo postulan. Cuando recorremos el mapa del mundo, observamos el surgimiento de una nueva camada de líderes políticos que a las posturas tradicionales del conservadurismo le suman un fuerte elemento antielitista. Entre ellos se encontraba Trump en los Estados Unidos, y perduran Putin en Rusia, Boris Johnson en Gran Bretaña, Modi en India, Erdogan en Turquía, Bolsonaro en Brasil y Netanyahu en Israel.

      ¿Qué características tienen estos líderes y su ideología, a la que denomino conservadurismo popular? En primer lugar, son nacionalistas. También son capitalistas, pero desconfían de la versión más ambiciosa de la globalización. Rechazan, por ejemplo, la libre migración y están dispuestos a imponer barreras al libre comercio para incrementar los ingresos de algunos sectores de la población o ejercer presión sobre otros Estados.

      Se oponen a la agenda progresista y llaman a defender el modelo tradicional de familia. Celebran, por otra parte, la participación de la religión en la esfera pública y suelen formar alianzas con las instituciones religiosas de sus países. En política internacional son realistas. Por lo tanto, evitan ideologizar la política exterior y no buscan expandir un determinado modelo de gobierno alrededor del mundo. Otras características son su lenguaje “políticamente incorrecto” y su hábil manejo de las redes sociales, a las que utilizan para “saltearse” a los medios tradicionales de comunicación.

      Mientras que los conservadores tradicionales se mostraban moderados y respetaban las jerarquías sociales, los conservadores actuales atacan al establishment porque consideran que, debido a su progresismo y liberalismo, ya no representa los intereses y los valores de sus sociedades. Esto los ha llevado a cuestionar ciertas instituciones republicanas y a promover una forma más directa de democracia en la que ganan protagonismo los hombres fuertes y los plebiscitos, como el que definió la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.

      En la actualidad, el conservadurismo popular se encuentra en plena expansión. Johnson ha transformado al Partido Conservador británico en un partido conservador popular, y Modi instaló exitosamente el nacionalismo hindú en India. En nuestra región, los índices de aprobación de Bolsonaro han subido. Por lo contrario, liberales progresistas como Macron y Trudeu sufren bajos niveles de aceptación y enfrentan a conservadores populares en sus países.

      Las implicancias del auge del conservadurismo popular son enormes y afectan la vida de millones de personas. Modifican, por tomar un caso, las relaciones entre los Estados. Por un lado, facilitan la estabilidad del sistema internacional, puesto que las guerras causadas –o justificadas– por motivos ideológicos se han vuelto menos habituales. Pero, por otro lado, dificultan, debido al mayor nacionalismo, el tipo de cooperación que resulta necesario para combatir el calentamiento global o establecer políticas comerciales y monetarias que eviten una nueva crisis económica global.

      En definitiva, el ascenso del conservadurismo popular es el tema de nuestro tiempo. ¿Llegará en algún momento a la Argentina?

       Me hierve la sangre al observar tanto obstáculo, tantas dificultades que se vencerían rápidamente si hubiera un poco de interés por la patria.

      Manuel Belgrano

      Uno de las de las tendencias más importantes en los últimos años ha sido el resurgimiento del nacionalismo en gran parte del mundo. Una nueva camada de líderes nacionalistas no ha hecho más que reflejar los cambios que se han producido dentro de sus sociedades, los que están modificando tanto la política doméstica como la internacional. ¿Llegará esta ola también a la Argentina? Y de ser así, ¿debemos preocuparnos o alegrarnos?

      Para entender mejor ese fenómeno, primero debemos aclarar a qué nos referimos cuando hablamos sobre nacionalismo. Existen, al menos, dos modos de entender el nacionalismo.

      Para el primero, el nacionalismo es una ideología que tiende a denostar a lo externo, es decir, a todo lo que le es ajeno. Por ejemplo, el nazismo puede ser entendido en parte como un producto de un conjunto de ideas que hoy vuelve a presentar peligros. Pero también existe otra concepción sobre el nacionalismo, es a la que denominaremos patriotismo. El patriotismo no se opone a lo externo sino que se limita a celebrar los lazos culturales e históricos que nos hacen parte de una misma comunidad. De esta manera, fomenta un sentido de unidad que, a lo largo de la historia, les ha sido de utilidad a numerosos países para alcanzar el desarrollo.

      Efectivamente, resulta difícil pensar que cualquier país pueda progresar si sus habitantes no están dispuestos a hacer sacrificios personales. Si no, ¿quién iría a la guerra, poniendo en riesgo su propia vida, para defender a la comunidad de la que es parte? ¿Quién estaría dispuesto a pagar impuestos para ayudar a sus compatriotas más desfavorecidos? O bien, ¿por qué los miembros más capaces de la sociedad aspirarían a ser dirigentes? En definitiva, sin patriotismo una sociedad tiende a estancarse o directamente entra en un proceso de decadencia.

      El patriotismo resulta especialmente necesario para una sociedad como la Argentina, en donde los individuos tenemos tendencia a actuar sin considerar el bien común. Esto significa que uno de los principales cambios culturales que necesitamos encarar es el de sentirnos parte de una misma comunidad, dejando de lado a uno de los defectos que explican nuestra decadencia.

      Por ejemplo, la falta de consensos basados en una visión compartida se ve reflejada en nuestra política exterior, víctima de la inestabilidad y de los cambios pendulares. Han sido pocas, hasta ahora, las continuidades en temas tan sensibles como Malvinas y nuestras relaciones con los Estados Unidos. Este continuo zigzagueo no ha hecho más que restarnos credibilidad e influencia, fenómeno que, si no comenzamos a revertir, será aún más costoso en los próximos años debido a las complejas transformaciones que viene experimentando el sistema internacional. Un mayor grado de unión también traería reglas de juego más estables en el ámbito económico, lo cual le permitiría a nuestro sector privado, hoy