La última sección está compuesta por los diálogos que mantuve con Facundo Manes y Francis Fukuyama, dos intelectuales que nos ayudan a reflexionar sobre el tiempo que nos toca vivir. Estas páginas pueden interpretarse, asimismo, como un homenaje al diálogo, ese ejercicio profundamente democrático que nos permite elaborar diagnósticos y propuestas.
Es probable que, al finalizar esta obra, el lector termine compartiendo varias de mis preocupaciones, pero mi mayor esperanza es que también surja en él una ilusión. O, mejor aún: una convicción. La convicción de que la sociedad argentina puede y debe dejar atrás la tormenta en la que se encuentra para obtener una visión más clara sobre el país que necesitamos construir.
1- Una versión anterior de este capítulo ya fue publicada. Ver: “¿Hacia un nuevo orden conservador? La Argentina y la transformación del sistema internacional”, en Perspectivas. Revista de Ciencias Sociales, Nº 10, pp. 42-56, julio-diciembre, 2020.
CAPÍTULO 1
¿HACIA UN NUEVO ORDEN CONSERVADOR?
LA ARGENTINA Y LA TRANSFORMACIÓN DEL SISTEMA INTERNACIONAL
Muy de vez en cuando el sistema internacional atraviesa un cambio estructural. Hoy somos testigos de uno de esos cambios. ¿Qué características tiene esta transformación? ¿Cuáles son sus causas? ¿Está emergiendo un nuevo orden internacional? ¿Qué estrategia debería adoptar la Argentina ante esta nueva realidad? Estas son algunas de las preguntas que trataré de contestar.
Durante 2020, las naciones del mundo enfrentaron la aparición de una pandemia que produjo enormes costos. Para frenar la propagación del Sars-CoV-2, los gobiernos adoptaron una serie de medidas que, dependiendo el país, tuvieron distinto grado de efectividad. Estas fueron muy efectivas en Asia, pero menos en Europa y en los Estados Unidos. América Latina resultó afectada de manera particular debido, entre otros factores, a los largos períodos de confinamiento. Numerosas economías sufrieron una brusca recesión que, sumada a las cuarentenas, explica la quiebra de miles de empresas. Asimismo, las desigualdades, tanto dentro de las sociedades como entre las naciones, se incrementaron por la falta de acceso a la educación que sufrieron muchos alumnos.
El hecho de que la pandemia haya tenido semejante impacto, llevó a algunos analistas a preguntarse si esto no significaba un cambio en la naturaleza del sistema político y económico. ¿Será el fin del capitalismo? ¿Surgirán nuevos tipos de autoritarismo como consecuencia de los temores que la pandemia ha despertado en las poblaciones? En este capítulo argumento que el Sars-CoV-2 no ha modificado las principales tendencias que veníamos observando en el sistema internacional sino que ellas continúan y, en algunos casos, se han acelerado.
Desde mi posición existen tres tendencias claves. Ellas son: el surgimiento de un nuevo movimiento político llamado conservadurismo popular, la transformación del sistema internacional, pasando de uno dominado por Estados Unidos a otro donde esta potencia debe competir con China por la supremacía, y una serie de transformaciones tecnológicas que está alterando la manera en la que interactuamos.
En su conjunto, estas tendencias tienen la fuerza necesaria para cambiar la distribución de poder a nivel internacional, así como también las ideas que predominan en nuestras comunidades. En la cuarta sección me preguntaré si no nos enfrentamos al surgimiento de un sistema similar al orden conservador que predominó en Europa desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX.
Las tendencias y los cambios que he mencionado también afectan los intereses de la Argentina. En la parte final discutiré sobre qué estrategia podría adoptar el país y cuáles son algunas de las limitaciones que deberá superar para poder hacerlo.
La rebelión de las naciones
La primera de las tendencias que está modificando la realidad internacional es el surgimiento de una nueva camada de líderes con ideas opuestas a varios de los principios sobre los que se sostiene el orden liberal. Pero, en primer lugar, ¿qué es el orden liberal? El orden liberal es el conjunto de normas, reglas e instituciones que han regulado las relaciones entre los principales actores del sistema internacional a partir de la Segunda Guerra Mundial, en particular luego de la caída del Muro de Berlín. En las últimas décadas, este orden se sostuvo sobre tres pilares: la promoción de la democracia liberal por medio de la diplomacia (y, en algunos casos, también mediante la fuerza), la defensa de la globalización y el fortalecimiento de instituciones internacionales con cierto grado de autonomía. Los conservadores populares cuestionan estos tres pilares y, al hacerlo, han logrado debilitar al orden liberal.
Si bien los conservadores populares respetan los principios básicos de la tradición conservadora (como son la defensa de la nación, la religión y el modelo tradicional de familia) difieren de esta en, al menos, dos aspectos básicos. En primer lugar, carecen de moderación tanto en la manera en que comunican como en algunas de sus acciones. En segundo lugar, pero no por eso menos importante es el hecho de ser profundamente antielitistas. Esto último resulta clave, pues los lleva a cuestionar a un establishment nacional que, consideran, ha dejado de representar los intereses y los valores de sus pueblos. Incluso, muchos de estos líderes defienden un modelo más directo de democracia que el ejercido por las repúblicas liberales. En palabras del líder de Hungría, no aspiran a vivir en una democracia liberal sino en una democracia iliberal.
Muchos conservadores populares llegaron al poder, por ejemplo Vladimir Putin en Rusia, Narendra Modi en India, Benjamín Netanyahu en Israel, Jair Bolsonaro en Brasil, Donald Trump en los Estados Unidos, Andrzej Duda en Polonia y Viktor Orbán en Hungría. Incluso en el caso de China, podemos decir que Xi Xingping comparte algunas características con los conservadores populares, como son la lucha contra la corrupción de las élites, la concentración de poder en la figura del líder y su nacionalismo.
Otra de las características que comparte esta nueva generación de líderes es un pragmatismo que los ha llevado a sacar provecho político de un malestar social que ya existía en sus sociedades frente a sus clases dirigentes. Además, han hecho un uso efectivo de las redes sociales para saltearse a los medios de comunicación tradicionales y establecer, de esta manera, una relación directa con la población.
Sin embargo, el conservadurismo popular no solo afecta la política doméstica de los países sino también la internacional. En efecto, el nacionalismo de estos conservadores los ha llevado a oponerse a numerosas organizaciones internacionales que en las últimas décadas ganaron responsabilidades. Y esto es así porque, por un lado, desconfían de sus burocracias (a las que ven demasiado cercanas a una agenda progresista) y, por el otro, porque se oponen a cederles soberanía. Su nacionalismo los lleva a creer que las organizaciones multilaterales deben limitarse a facilitar el intercambio de información entre los Estados y no actuar con altos niveles de autonomía.
Quizás el caso más evidente de esto haya sido el de Trump, que retiró a los Estados Unidos del Acuerdo de París y decidió renegociar numerosos acuerdos comerciales para, de esta manera, incrementar el grado de autonomía de su país. Pero el caso europeo también es relevante. En parte, Boris Johnson alcanzó el poder en Gran Bretaña debido a su oposición a la permanencia británica en la Unión Europea, denunciando el rol que las élites europeas han jugado a la hora de restarle soberanía a su pueblo.
Dada