La Organización Mundial del Comercio (OMC) está paralizada, la ONU ha perdido capacidad para visibilizar su agenda y la Unión Europea atraviesa la mayor crisis de su historia debido al resurgimiento del nacionalismo. Las diferencias que encontramos en esta última, ya no son tan solo entre los países del Norte y del Sur por la distribución de los recursos sino también entre los del Oeste y el Este por la misma definición de qué es una democracia. En definitiva, a las diferencias económicas ahora se le suman las culturales. Por otra parte, los órganos de financiamiento internacional establecidos luego de la Segunda Guerra Mundial, como son los casos del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI), han perdido influencia, en cierta medida porque no han sido capitalizados.
Otro punto a señalar es que, si bien los conservadores populares son profundamente capitalistas, están dispuestos a subordinar la búsqueda de la eficiencia económica a otro tipo de objetivos, entre los que se encuentran el mantenimiento de la estabilidad social y la defensa nacional. En esto se diferencian de los líderes liberales progresistas que promueven la globalización y el libre mercado debido, en parte, a su creencia de que las ganancias en productividad compensan los posibles costos del comercio y el libre movimiento de personas. Por el contrario, los conservadores populares suelen oponerse a la entrada de un gran número de inmigrantes por el temor que les causa la pérdida de identidad nacional y, además, consideran que ciertas industrias –especialmente, si tienen valor militar– deben mantenerse apartadas de las reglas que promueven la globalización.
¿La derrota electoral de Trump significa un duro golpe para el conservadurismo popular? No de manera necesaria. Repasemos, en primer lugar, lo que sucedió durante 2020. Electoralmente, varios conservadores populares incrementaron su poder. Con un 64 % de los votos, Modi logró imponerse en India por un margen más amplio que en su elección anterior, y lo logró con un discurso aún más nacionalista. En Gran Bretaña, Boris Johnson no solo ganó la elección sino que transformó al Partido Conservador de uno tradicional a uno conservador popular. Por otra parte, al momento de escribir este texto, Bolsonaro tenía el mayor nivel de aceptación desde el inicio de su mandato. Putin logró, con casi el 80 % de los votos, la aprobación de una reforma constitucional que, seguramente, le permitirá ser reelecto con comodidad. En Polonia, Andrzej Duda consiguió la reelección y en España surgió Vox, partido que alcanzó el tercer lugar en las elecciones que tuvieron lugar a fines de 2019.
Pero más allá de estos resultados, es cierto que la derrota electoral de Trump en los Estados Unidos puede significar, dada la importancia de este país, un cambio de esta tendencia a nivel global.
Existen algunos datos que debemos considerar. En primer lugar, la debilidad política de Trump fue el producto del mal manejo de la pandemia y no de sus ideas. De todas maneras, el presidente deja un Partido Republicano transformado (de conservador tradicional a conservador popular), así como un equilibrio de fuerzas en el Senado y, además, una Corte Suprema con una mayoría conservadora que, seguramente, se mantendrá durante décadas. Todo esto indica que el conservadurismo popular continuará siendo una fuerza política central en los Estados Unidos.
Por otra parte, el liberalismo progresista continúa a la defensiva. Sin nuevas ideas ni motivación suficiente para enfrentar los cuestionamientos que le llegan por derecha e izquierda. Macron, por ejemplo, parece haber modificado algunas de sus posturas, abrazando un discurso más cercano a la tradicional derecha francesa, gaullista, que al liberalismo progresista. Probablemente se deba a la pérdida de respaldo que sufrió su visión original luego de la aparición de los chalecos amarillos.
Tampoco podría decirse que la elección de Joe Biden representa una clara victoria del liberalismo progresista. En efecto, en los últimos años no solo el Partido Demócrata se ha movido hacia la izquierda sino que los liberales progresistas han perdido influencia en muchas de las principales instituciones culturales de los Estados Unidos. De esta manera, han cedido espacio a una nueva generación de académicos y periodistas que parece priorizar ciertas causas (feminismo, lucha contra el racismo y otras) sobre la defensa de principios asociados al liberalismo, como son el pluralismo o la libre discusión de ideas. Quizá la mayor victoria del liberalismo progresista haya sido retomar el control del Partido Laborista en Gran Bretaña gracias a la elección del moderado Keir Starmer.
¿Una nueva guerra fría?
La segunda tendencia que está transformando el sistema internacional es la disputa estratégica entre los Estados Unidos y China. Como ha ocurrido en otras ocasiones a lo largo de la historia, cuando emerge una nueva potencia mundial se desencadenan una serie de mecanismos por los cuales los grados de incertidumbre y de conflictividad tienden a aumentar. Ante la aparición de un Estado con la capacidad de dominar su propia región, Washington podría perder su condición de potencia hegemónica.
Estados Unidos es el único poder hegemónico, porque ha logrado dominar militarmente su propia región, el hemisferio occidental. Disfruta, entonces, de la seguridad que le brinda su situación geográfica y puede intervenir con cierta facilidad en otras áreas geográficas sin temer demasiadas retaliaciones en su territorio. Sin embargo, si China logra alcanzar la misma condición dominante en el sudeste asiático, Washington perderá esta tranquilidad.
Según el académico estadounidense John Mearsheimer, la necesidad por mantener la condición hegemónica es lo que lo llevó a Washington a intervenir en la Primera Guerra Mundial (para evitar que Alemania se convirtiera en el poder hegemónico de Europa), en la Segunda Guerra Mundial (para lograr que Alemania no lo sea en Europa y Japón en Asia), en la Guerra Fría (para que la Unión Soviética no dominara Europa y Asia) y en la Guerra del Golfo (para que Irak se convirtiera en el poder hegemónico de Medio Oriente).
A esto debemos sumarle la incertidumbre que genera no saber cuáles son las verdaderas intenciones de Beijing. ¿El aumento del gasto militar de China se debe a cuestiones defensivas o, por el contrario, tiene como objetivo ponerle fin a la presencia estadounidense en el mar de la China a través, si es necesario, de acciones militares? Por otro lado, en Beijing se preguntan cuáles son las verdaderas intenciones de una potencia que está estrechando lazos con las naciones que rodean a su país. Ante la duda, ambas potencias optan por incrementar su poder militar y fortalecer sus alianzas. Como consecuencia de esto, aumentan los niveles de incertidumbre y de conflictividad.
Si bien esta segunda tendencia se explica, principalmente, por los cambios estructurales del poder que observamos en el sistema internacional, la primera de las tendencias que mencionamos ayuda a acelerarla. El mayor grado de nacionalismo que se observa, tanto en la dirigencia de China y de los Estados Unidos como en las poblaciones, lleva a que la competencia estratégica se apresure.
Repasemos lo que sucedió con la aparición de la actual pandemia. Trump denominó al Sars-CoV-2 como el “virus chino” y culpó al Gobierno de Beijing por su intervención en la Organización Mundial de la Salud (OMS). Lejos de condenar estas declaraciones, durante la campaña presidencial los demócratas acusaron a Trump de no ser suficientemente duro con Beijing. Por otra parte, voceros del Gobierno chino deslizaron la posibilidad de que este coronavirus haya sido introducido en el territorio nacional por el Ejército de los Estados Unidos. Todo esto ha llevado a que disminuyan los niveles de colaboración (inclusive en áreas tan importantes como la salud) entre los Estados.
Esta rivalidad viene debilitando al orden liberal y a las organizaciones internacionales que lo componen, y existe la posibilidad de que estas últimas se conviertan en meros escenarios de la disputa entre las potencias. Podemos ver las discusiones en torno a la influencia que cada país ejerce sobre la OMS, un organismo que debería tener un perfil más técnico que político. O el hecho de que, por primera vez en la historia, Washington haya presentado su propio candidato para presidir el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), lo cual parece ser parte de su estrategia para moderar la creciente influencia económica que China viene ganando en América Latina.
Una posible objeción a mi argumento es que, en realidad, no vivimos en un mundo bipolar en el que dos Estados dominan el concierto de las naciones sino