Luego existe una oposición entre los principios mismos que por su relación con los seres hacen que tal ser sea perecedero y tal otro imperecedero. Luego lo perecedero y lo imperecedero difieren genéricamente entre sí.
Conforme a todo esto, está claro que no pueden existir ideas en el sentido en que las admiten ciertos filósofos, porque entonces habría el hombre perecedero de un lado, y del otro el hombre imperecedero. Se pretende que las ideas son de la misma especie que los seres particulares, y no solo idénticos por el nombre. Sin embargo, existe más distancia entre los seres que difieren genéricamente que entre los que difieren específicamente.
Libro XI
Parte I
La filosofía es una ciencia de principios, y esto resulta claro de la discusión que hemos sostenido al comenzar con relación a las opiniones de los demás filósofos sobre los principios. Pero podría originarse esta duda: ¿debe considerarse la filosofía como una sola ciencia o como muchas? Si se admite que es una sola ciencia, una sola ciencia únicamente abraza los contrarios, y los principios no son contrarios. Si no constituye una sola ciencia, ¿cuáles son las diversas ciencias que es preciso admitir como filosóficas? Además, ¿incumbe a una sola ciencia o a muchas el estudiar los principios de la demostración? Si es este el privilegio de una ciencia única, ¿por qué dar la preferencia a esta y no a cualquiera otra? Si corresponde a muchas, ¿cuáles son estas ciencias? Además, ¿se ocupa la filosofía de todas las esencias? Si no se ocupa de todas, es difícil señalar de cuáles debe ocuparse. Pero si una sola ciencia las abarca todas, no se advierte cómo una ciencia única pueda tener por objeto muchas esencias. ¿Recae solo sobre las esencias o recae también sobre los accidentes? Si es la ciencia demostrativa de los accidentes, no es la de las esencias. Si son objetos de dos ciencias diferentes, ¿cuál es una ciencia y cuál otra, y cuál de ellas es la filosofía? La ciencia demostrativa corresponde a la de los accidentes; la ciencia de los principios corresponde a la ciencia de las esencias.
Tampoco deberá recaer la ciencia que buscamos sobre las causas de que hemos expuesto en la Física, porque no se ocupa del fin, y el fin es el bien, y el bien solo se encuentra en la acción, en los seres que se hallan en movimiento, como que es el principio mismo del movimiento. Tal es el carácter del fin. Pero, el motor primero no se halla en los seres inmóviles. En una palabra, puede preguntarse si la ciencia que en este momento nos ocupa corresponde o no a la ciencia de la sustancia sensible, o bien si recae sobre otras esencias. Si recae sobre otras, será sobre las ideas o sobre los seres matemáticos. En cuanto a las ideas, está claro que no existen; e incluso cuando se admitiera su existencia, quedaría todavía por resolver esta dificultad: ¿por qué no ha de ocurrir con todos los seres de que se tienen ideas lo que con los seres matemáticos? He aquí lo que yo quiero significar. A los seres matemáticos se les convierte en intermedios entre las ideas y los objetos sensibles formando una tercera especie de seres fuera de las ideas y de los seres sometidos a nuestros sentidos. Pero no existe un tercer hombre, ni un caballo fuera del caballo en sí y de los caballos particulares.
Por lo contrario, si no sucede esto, ¿de qué seres debe decirse que se ocupan los matemáticos? Está claro que, no es de los seres que conocemos por los sentidos, porque ninguno de ellos posee los caracteres de los que estudian las ciencias matemáticas. Y, por otra parte, la ciencia que buscamos no se ocupa de materiales matemáticos, porque ninguno de ellos se concibe sin una materia. Tampoco recae sobre las sustancias sensibles, porque son perecederas.
También podría plantearse: ¿a qué ciencia pertenece estudiar la materia de los seres matemáticos? No a la física, porque todas las elucubraciones del físico poseen por objeto los seres que tienen en sí mismos el principio del movimiento y del reposo. Tampoco corresponde a la ciencia que demuestra las propiedades de los seres que da por supuesta, funda sus investigaciones. Sobra decir que nuestra ciencia, la filosofía, es la que se ocupa de este estudio.
Otra cuestión es la de indagar si la ciencia que buscamos debe considerarse con relación a los principios que algunos filósofos llaman elementos. Pero todo el mundo admite que los elementos están contenidos en los compuestos. Ahora bien, la ciencia que buscamos parecería ser más bien la ciencia de lo general, porque toda noción, toda ciencia, recae sobre lo general y no sobre los últimos individuos. Constituirá, pues, la ciencia de los primeros géneros; estos géneros serán la unidad y el ser, porque son los que principalmente abrazan todos los seres, teniendo por excelencia el carácter de principios, porque son primeros por su naturaleza: suprimido el ser y la unidad; todo lo demás desaparece en el instante, porque todo es unidad y ser. Por otra parte, si se les admite como géneros, las diferencias participarán necesariamente entonces de la unidad del ser; pero ninguna diferencia participa del género, en vista de lo cual no debe considerárselos, al parecer, como géneros ni como principios.
Luego lo que es más simple es antes principio que lo que lo es menos. Las últimas especies comprendidas en el género son más simples que los géneros, porque son indivisibles, mientras que el género puede dividirse en una multitud de especies diferentes. Por consiguiente, las especies serán, al parecer, principios más bien que los géneros. Por otra parte, en tanto que la supresión del género lleva consigo la de las especies, los géneros tienen más bien el carácter de los principios, porque es principio aquello que todo lo arrastra tras de sí.
Tales son las dudas que pueden ocurrir y, como estas, otras muchas de la misma naturaleza.
Parte II
Fuera de esto, ¿deben o no admitirse otros seres además de los individuos? La ciencia que buscamos, ¿ha de recaer sobre los individuos? Pero hay una afinidad de individuos. Fuera de los individuos están los géneros y las especies; pero ni aquellos ni estos son el objeto de nuestra ciencia; y hemos dicho ya por qué era esto imposible. En una palabra, ¿es preciso admitir, sí o no, que existe una esencia separada fuera de las sustancias sensibles, o bien que estas últimas son los únicos seres, y ellas el objeto de la filosofía? Evidentemente nosotros buscamos alguna esencia distinta de los seres sensibles, y nuestro fin es ver si hay algo que exista separado en sí y que no se encuentre en ninguno de los seres sensibles. Después, si hay alguna otra esencia independiente de las sustancias sensibles, ¿fuera de qué sustancias sensibles es necesario admitir que existe? Porque ¿qué motivo habrá para decir que esta sustancia independiente existe más bien fuera de los hombres y de los caballos que de los demás animales, o en general de los objetos inanimados? Y, por otra parte, es contrario a la razón, según mi opinión, imaginar sustancias eternas semejantes a las sustancias sensibles y mortales.
Luego si el principio que buscamos ahora no se encuentra separado de los cuerpos, ¿qué principio podrá admitirse con preferencia a la materia? Pero la materia no se da en acto; no existe más que en potencia. Según esto, la forma y la esencia poseen según mi opinión, más derecho al título de principio que la materia. Pero la forma material es perecedera; de forma que no existe absolutamente ninguna sustancia eterna separada y en sí esto es absurdo. Evidentemente existe alguna, pues casi todo los espíritus más distinguidos se han ocupado de esta investigación, convencidos de la existencia de un principio, de una sustancia de este género. ¿Cómo, en verdad, podría subsistir el orden si no hubiese algo eterno, separado, inmutable?
Súmase a esto que si existe un principio, una sustancia de la naturaleza que buscamos; si es la sustancia única de todas las cosas, sustancia de los seres eternos y perecederos a la vez, aparece otra dificultad: siendo el principio el mismo, ¿cómo unos seres son eternos y otros no? Esto es absurdo. Si existen dos sustancias que sean principios,