Parte VII
Toda ciencia se ocupa de indagar ciertos principios y ciertas causas, con ocasión de cada uno de los objetos a que se extiende su conocimiento. Esto hacen la medicina, la gimnástica y las demás diversas ciencias creadoras, así como las ciencias matemáticas. Cada una de ellas se circunscribe, en efecto, a un género determinado, y trata únicamente de este género; lo considera como una realidad y un ser, sin examinarlo, sin embargo, en tanto que ser. La ciencia que trata del ser en tanto que ser, es diferente de todas estas ciencias y está fuera de ellas.
Las ciencias que acabamos de citar toman cada una por objeto en cada género la esencia, y tratan de dar, sobre todo lo demás, demostraciones más o menos sujetas a excepciones, más o menos rigurosas. Las unas admiten la esencia percibida por los sentidos; las otras toman la esencia como hecho fundamental. Está claro entonces que no hay lugar, con esta forma de actuar, a ninguna demostración, ni de la sustancia, ni de la esencia.
La física es una ciencia; pero no es patente ni una ciencia práctica, ni una ciencia creadora. En las ciencias creadoras, es en el agente, y no en el objeto que padece la acción, en el que reside el principio del movimiento; y este principio es un arte o cualquiera otra potencia. Lo propio ocurre con las ciencias prácticas; no es en la cosa que es objeto de la acción donde reside el movimiento, y sí más bien en el ser que actúa. La ciencia del físico trata de los seres que tienen en sí mismos el principio del movimiento. Por tanto, se observa que la ciencia física no es una ciencia práctica, ni una ciencia creadora, sino que es de toda necesidad una ciencia teórica, porque es imprescindible que esté incluida en uno de estos tres géneros.
Puesto que es preciso que cada ciencia conozca desde cualquier punto de vista la esencia, y que se valga de ella como de un principio, el físico no puede ignorar la forma de definir; es necesario que sepa qué es verdaderamente la noción sustancial en los objetos de que trata, si aquella se halla en el mismo caso que lo chato, o más bien en el de lo romo. La noción de chato implica la materia del objeto; la de romo es independiente de la materia. En efecto, en una nariz se produce lo chato, y por esto la noción de lo chato implica la de la nariz: el chato es el de nariz roma. Está claro que la materia debe entrar en la definición de la carne, del ojo y de las otras partes del cuerpo.
Existe una ciencia del ser considerado en tanto que ser e independiente de todo objeto material; veamos, pues, si es necesario admitir la identidad de esta ciencia con la física, o más bien su diferencia. La física se ocupa de los seres que poseen en sí mismos el principio del movimiento. La ciencia matemática es una ciencia teórica ciertamente y que se ocupa de objetos inmóviles; pero estos objetos no se hallan separados de toda materia. La ciencia del ser independiente e inmóvil es diferente de estas dos ciencias; en el supuesto que exista una sustancia que sea realmente sustancia, quiero significar, independiente e inmóvil, lo cual nos esforzaremos por probar. Y si existe entre los seres una naturaleza de esta clase será la naturaleza divina, será el primer principio, el principio por excelencia.
En este concepto existen tres ciencias teóricas: Física, Ciencia matemática y Teología. Ahora bien, las ciencias teóricas están sobre las demás ciencias. Pero la última citada supera a todas las ciencias teóricas. Ella tiene por objeto el ser, que está por encima de todos los seres, y la superioridad o inferioridad de la ciencia se gradúa por el valor del objeto sobre el que trata su conocimiento.
Es necesario descubrir si la ciencia del ser en tanto que ser es o no una ciencia universal. Cada una de las ciencias matemáticas trata de un género de seres determinado; la ciencia universal abarca todos los seres. Por tanto, si las sustancias físicas fuesen las primeras entre todas las esencias, entonces la primera de todas las ciencias sería la física. Pero si existe otra naturaleza, una sustancia independiente e inmóvil, es necesario que la ciencia de esta naturaleza sea otra ciencia, una ciencia anterior a la física, una ciencia universal por su misma anterioridad.
Parte VIII
El ser en general se entiende de varias maneras, primero como ser accidental; ocupémonos, pues, de esto. Es totalmente evidente que ninguna de las ciencias que hemos enumerado trata del accidente. El arte de construir de ninguna manera se ocupa de lo que pueda suceder a los que habrán de servirse de la casa; de saber, por ejemplo, si les desagradarán o les gustarán las habitaciones. Lo propio ocurre con el arte del tejedor, del zapatero y en el arte culinario. Cada una de estas ciencias se ocupa solo del objeto que le es propio, es decir, de su fin propio; ninguna considera un ser en tanto que músico, en tanto que gramático. Razonamientos como este: un hombre es músico; se hace gramático; luego debe de ser a la vez lo uno y lo otro; pero antes no era ni lo uno ni lo otro; ahora bien, lo que no existe, de todo tiempo ha devenido o llegado a ser; luego este hombre se ha hecho músico y gramático a la vez.
Semejantes razonamientos, digo, jamás son los que busca una ciencia reconocida por todos como tal, y solo la Sofística los hace objeto de ciencia. Solo la Sofística trata del accidente. Y así el dicho de Platón no carece de exactitud: la Sofística, ha dicho, se ocupa sobre el no-ser.
Se descubrirá con claridad que toda ciencia de lo accidental es imposible, si se examina con atención la naturaleza misma de lo accidental.
Existe entre los seres unos que existen siempre y necesariamente, no de una necesidad que es efecto de la violencia, sino de la que sirve de fundamento a las demostraciones; otras cosas solo existen ordinariamente; otras, por último, no existen ni ordinariamente, ni siempre, ni de toda necesidad, sino solo según las circunstancias. Que haga frío durante la canícula, por ejemplo, es cosa que no ocurre ni siempre, ni necesariamente, ni en el mayor número de casos. Pero puede ocurrir a veces. El accidente es lo que no ocurre ni siempre, ni de toda necesidad, ni en el mayor número de casos. Esto es, en nuestra opinión, el accidente. La imposibilidad de una ciencia de lo accidental es por lo mismo clara. En efecto, toda ciencia se ocupa, o de lo que existe eternamente, o de lo que existe habitualmente; el accidente no existe ni eterna ni ordinariamente.
Es evidente, por otra parte, que las causas y los principios del ser accidental no son del mismo género que las causas y los principios del ser en sí. Si esto, todo sería necesario. En efecto, si existiendo esta cosa otra cosa existe, y si existe también aquella, existiendo otra esto se prueba, no según las circunstancias, sino necesariamente, el efecto producido necesariamente debe ser necesario, y así se llega hasta el último efecto. Pues bien, este último efecto es el accidente. Todo sería entonces necesario, lo cual equivale a la supresión absoluta de la acción de las circunstancias sobre los seres que se hacen devenir, y de su posibilidad de llegar a ser o no; consecuencia a la que se llega aún suponiendo que la causa no es, sino que llega a ser. Porque entonces todo llegará a ser o devendrá necesariamente. Habrá mañana un eclipse si tal cosa tiene lugar, y tal cosa tendrá lugar a condición de que otra cosa también se cumpla, la cual llegará a ser o devendrá bajo otra condición también. Y si de un tiempo limitado, si de este tiempo que separa mañana del momento actual, se rebaja sin cesar tiempo, como acabamos de hacer, se llegará finalmente al instante presente. Por consiguiente, la existencia de lo que es al presente arrastrará necesariamente la