Por su parte, los asalariados, algunos de los cuales llegan hasta el suicidio, como acontenció con los de France Télécom, aparte de en muchos casos no contar con estabilidad laboral, también están sometidos a distintas formas de presión, por ejemplo, el acoso laboral, el acoso sexual, el miedo a perder el empleo, que no era tan evidente antes como lo es ahora. Se ha vuelto imprescindible, en el universo de la empresa, la instauración de un discurso gerencial que abarca “una cultura de la evaluación”, sobre la que distintos autores han “advertido, […], que se trataba, literalmente, de una cultura de la muerte y para la muerte”. (16) Dentro de este fanatismo de la evaluación, puesta al servicio del imperativo de la producción, que domina hoy en todas partes en donde se desarrolle una actividad que por encima de cualquier consideración humana deberá aportar plusvalía, no se juega más a la vida en ningún lado, sino a la muerte, pues el imperativo de la producción impone una inhumanidad absoluta, como sucedería con cualquier imperativo de tipo teocrático.
Dice Lévy que se ha producido una caída estrepitosa
[…] de los sistemas de solidaridad que, en otros tiempos, hacían de almohadilla y que esta ideología de la evaluación, es decir la de las competencias individuales, es decir, la del cada uno a lo suyo y la del camina o revienta, ha desbastado metódicamente: ¿cuántos obreros desmoralizados, debilitados, desfallecidos eran protegidos antiguamente por los compañeros?, […], ¿cuántos empleados, hasta hace unos años, han estado a punto de abandonar pero se han mantenido a toda costa en el circuito gracias a una cadena de amistad y de ayuda mutua?, todo eso ha volado en pedazos […]. (17)
Dado que se ha impuesto el individualismo del cada uno por su lado y del “sálvese quien pueda”, y esto se ha vuelto más fuerte que valores como la lealtad con el compañero, con el jefe inmediato y viceversa, pues cada uno busca salvar su pellejo a como dé lugar y obtener una evaluación alta de rendimiento a costa de lo que sea, muy poco en el orden de la solidaridad y de la amistad con lealtad nos queda actualmente en la era de la depresión, la angustia, la guerra, el crimen y el suicidio.
Lo que queda hoy como resto de la competencia desencadenada por el fanatismo de la evaluación es un profundo sentimiento de soledad, un cansancio crónico, la falta de disfrute del trabajo asalariado y cierta desesperanza que enferma psíquica y físicamente, y evoca la búsqueda de la muerte por algún medio. Algunos estarán pensando que soy demasiado apocalíptico, que las cosas no hay que llevarlas a extremos tan desesperanzadores, pero tratándose del abordaje de la pregunta por el pasaje al acto y el daño de sí, creo que no puede ser de otro modo. En este capítulo, la pregunta no es por cómo cada uno puede ser feliz, ni por cómo amar la vida y el trabajo para nunca buscar dañarse a sí mismo, sino que se trata de mostrar por qué un ser hablante, único ser que se suicida, busca el daño de sí por distintos medios y haciendo uso de diversas estrategias subjetivas.
Ahora bien, no siempre quienes se suicidan tienen antecedentes de depresión, melancolía o hastío de vivir. Esos “24 desesperados de France Télécom no eran ni particularmente vulnerables, ni oficialmente deprimidos, ni notoriamente desgraciados en su familia, en sus hogares, o en el amor”. (18) No parecía entonces haber entre ellos, por ejemplo, melancólicos; no se sabe cuántos estaban tomando medicamentos psiquiátricos o tranquilizantes, cuestión muy común hoy entre los franceses y cada vez más entre nosotros, pues cualquier malestar se quiere resolver químicamente.
La mayoría de jóvenes suicidas o que matan a otros jóvenes en un colegio, es común que después se suiciden o se hagan matar, y en el mejor de los casos detener, pues no tienen un plan de fuga concebido de antemano, como sí sucede con los terroristas que cometen un atentado o con integrantes de grupos armados o bandas delincuenciales que realizan una masacre. La mayoría de esos jóvenes han sido medicados por distintas razones, y además han amenazado o hecho varios llamados de auxilio a la familia, a los amigos, a la pareja, a la sociedad, sin ser escuchados, en el sentido del desciframiento de lo que están advirtiendo.
En el caso de France Télécom, los empleados no eligieron tirarse por la ventana, como suelen hacerlo los franceses, ni desde un piso alto, como no pocos lo llevan a cabo en todas partes del mundo; tampoco se subieron a un puente, ni se tiraron al tren, ni decidieron ahorcarse en algún lugar solitario, ni en un hotel de mala muerte –como muchos lo hacen–, o en el dormitorio con la puerta cerrada, como lo hizo un adolescente en Medellín que se colgó dentro del clóset de su cuarto y la madre no se dio por enterada cuando escuchó movimientos, pues como el joven era drogadicto y en la noche solía hacer ruido en su cuarto, ella, cansada ya de esto, pensó que se trataba de lo mismo de siempre y decidió no averiguar qué estaba pasando.
Esos trabajadores eligieron matarse en su oficina,
[…] matarse pues, literalmente, en el trabajo, ondear el propio cadáver delante de su empresario y hacerle así un último y envenenado regalo, inmolarse sobre el altar de una entidad colectiva a la que se le ha consagrado una gran parte de la existencia y que se ha convertido, para él, en un monstruo nuevo y frío que, como los dioses de Anatole France, están sedientos de la sangre de sus adeptos. (19)
Una modalidad de suicidio como la evocada,
[…] hace que el mensaje sea bastante nuevo y que, en algunos casos, cuando el suicida deja una carta, sea lo bastante explícito y claro como para que nos tomemos la molestia y terminemos de una vez de hacer la política del avestruz. (20)
Cuando catástrofes como la anotada suceden, lo peor sería asumirlas
[…] como formando parte de los riesgos del oficio o, más horrible todavía, ahogarlo en las estadísticas de la “mortalidad nacional” tan absurdas como indecentes. Desdeñar el espejo en el que nos reflejan, sería matar otra vez a los muertos de France Télécom. (21)
Estos suicidas dan cuenta de la desesperación que implica trabajar bajo presión, no sin incertidumbre, sabiendo que hay un ojo vigilante que exige rendir, a veces de manera caprichosa. Los ejecutivos de una empresa como France Télécom, en 2013 convertida en Orange y considerada entre las más grandes de Europa, por hacer valer como imperativo categórico la exigencia del rendimiento sin preguntarse por los límites de lo humano, generaron un ambiente laboral tan toxico, que seguramente se convirtió, para cada empleado, en una tortura llegar cada día a trabajar. El acoso laboral del que eran objeto, al parecer se volvió un ensañamiento tal, que condujo a cada empleado a un grado de división subjetiva tan fuerte, que en medio de la desesperación decidieron tomar venganza contra la empresa atacándose colectivamente a sí mismos. Optaron por dejarse caer colectivamente, acción que tiene la particularidad de estar dirigida al Otro omnipotente, caprichoso y sordo. Ese suicidio colectivo dio de qué hablar y condujo hasta los tribunales franceses a varios de los ejecutivos de la empresa. Por razones que desconocemos, en lugar de los empleados ponerse en posición de hacer hablar en un lugar adecuado lo que estaban padeciendo como síntoma, prefirieron actuar y darle lugar a la emergencia de la parte autodestructiva que nos habita.
Como dice Byung-Chul Han:
Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal […] En el