Las epidemias de suicidios que en la actualidad se producen, pues ya no se trata de casos aislados, son testimonio de una especie de nuevo malestar en la civilización, y es algo que no debemos minimizar acudiendo a inútiles diagnósticos de trastorno mental, que, por aportar poco o nada a nivel explicativo, trivializan un fenómeno subjetivo y social tan enigmático como lo es el suicidio.
El suicido es transclínico, pues no es propio de ninguna estructura clínica en particular. Lo puede llevar a cabo tanto un psicótico como un sujeto obsesivo o histérico. La estructura en la que hay mayor facilitación subjetiva para que se realice un acto suicida es la melancolía, que hoy suele ser confundida por los psiquiatras con la llamada “depresión profunda” y el denominado “trastorno bipolar”. Este trastorno está de moda, a tal punto que, en la actualidad, es aplicado a no pocos casos de histeria y obsesión, vía por la cual no pocas mujeres y hombres que no deberían ser medicados se encuentran consumiendo antipsicóticos y antidepresivos.
“La melancolía se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución de amor propio”. (23) La llamada “disminución del amor propio”, concomitante a un sentimiento de pérdida, tiene en la melancolía la particularidad de que no se sabe “qué es lo que el sujeto ha perdido”. (24)
Cuando el amor propio se encuentra aporreado o ha desaparecido, la posición subjetiva que define la relación con el otro se caracteriza por la indignidad. Esta implica el sentimiento de no merecer ni siquiera el aire que se respira, hasta el punto de que, en algunos casos, puede conducir, como dice Freud, “a una delirante espera de castigo”. (25) El empobrecimiento del “yo”, que produce esta espera patológica de castigo, lo deja sumido en una condición indigna “de toda estimación, incapaz de rendimiento valioso alguno y moralmente condenable. Se dirige amargos reproches, se insulta y espera la repulsa y el castigo”. (26)
El suicidio melancólico corresponde, entonces, a una venganza del sujeto contra sí mismo, por haberse vuelto su peor enemigo, al juzgarse a sí mismo alguien fallido para la vida y sus retos. Después del sujeto humillarse ante sí mismo y ante los demás, se suicida para librar a los más íntimos del estigma que representa para ellos. El suicidio melancólico se acompaña de una sensación de empequeñecimiento, disminución y desprecio de sí, y este devoramiento no cede por más que se le trate de mostrar al sujeto que su “yo” en nada se parece al que recibe la crítica. Este empecinamiento del sujeto en presentarse como el ser más despreciable del mundo da cuenta de que sin duda encuentra una enorme satisfacción en la destrucción de sí mismo, abrumándose con sus críticas y engrandeciendo “sus propios defectos”. (27)
Entrevistas a personas que a pesar de no considerarse melancólicas han intentado suicidarse alguna vez, han tenido ideas suicidas o también han sido testigos del suicidio o intento de suicidio de vecinos, amigos o familiares, o que han estado encargados, específicamente en un pueblo del departamento de Antioquia, Colombia, de recibir los reportes de suicidio dentro del sistema de salud, dan cuenta de la circulación, en el discurso cotidiano, de una serie de significantes propios del sentido común que aparecen referidos a un mal de vida que se actualiza cuando empiezan a insistir, en la consciencia, ideas suicidas. Las personas entrevistadas (28) coinciden en asociar el suicidio con un estado de disminución personal, un ensombrecimiento, soledad, falta de quién escuche y, en general, una sin salida que evoca impotencia absoluta.
Entre las expresiones que suelen asociarse con el instante en que alguien decide suicidarse, empieza a planear el suicidio o a ser invadido por ideas suicidas, tenemos las siguientes: “uno cree que se le cierra el mundo”, “que ya no hay solución para nada”. Objetivamente, el mundo no está cerrado para nadie, y lo poco o mucho que ofrece la vida que se lleva está ahí para que cada quien se sirva de lo que esté a su alcance. Sin embargo, dado que para disfrutar la vida no basta con tenerla, sino que hay que autorizarse íntimamente para lograrlo, y que la realidad no es como es, sino tal como nos la representamos a nivel imaginario y simbólico, el hecho de vivirla como una entidad que ha perdido su sabor es suficiente para que se convierta en invivible.
En boca de quienes se han intentado suicidar aparecen expresiones como estas: “uno ya no le encuentra gusto a nada”, “se va alejando de las cosas, de la gente y de lo que le gusta”, “ya no le gusta estar con nadie”, “a uno todo le estorba”, “nada lo motiva”, “uno se queda solo y solo le trabaja y le trabaja la mente”. Tal progresión manifiesta deja ver que “cuando una persona va a atentar seriamente contra su vida, lo hace sin decir, sin amenazar, se queda callada y cuando menos piensa, se suicidó”. (29) Esto quiere decir que antes del suicidio o del intento real de suicidio, ya se ha producido una especie de suicidio subjetivo, una muerte simbólica, pues el sujeto empieza por cortar con los vínculos que le sirven de sostén, se va alejando del mundo y por esta vía todo se va volviendo oscuro, cada amanecer se vuelve un día más de tortura psíquica y como poco importan los logros alcanzados, se pasa a soltar todo, como si le fuera retirado valor afectivo a la mayoría de las cosas.
Entre las soluciones que se les ocurren a las personas en calidad de consejo para que la gente no se suicide, tenemos estás: “la comunicación en la casa, con los vecinos, con los amigos, expresar lo que se siente”, pues “uno traga y traga, y es ahí donde toma malas decisiones, hay que hablar”. Sin duda, no hay que quedarse callado, hay que buscar ayuda, pero no en cualquiera, pues a veces no es suficiente hablar con los padres, la pareja, un amigo, un consejero espiritual. Lo más adecuado, aunque tampoco es garantía de salvación, es dirigirse a alguien que se ha formado en la escucha de personas en quienes, por haberse debilitado su relación con la vida, aparecen de manera recurrente ideas suicidas, a veces acompañadas de pasajes al acto contra sí mismo, cuestión que requiere haberse escuchado a sí mismo mediante un análisis o alguna modalidad de terapia relacional.
Cuando un psicólogo recibe a un adolescente en busca de ser escuchado porque está sufriendo y parte de este sufrimiento tiene que ver con que ha perdido el sabor de vivir, si aquel no cuenta con la garantía de una formación suficiente en la escucha de la relación del sujeto con la existencia y con su parte autodestructiva, puede suceder que experimente angustia por no saber de antemano cómo responder en estos casos. Por otro lado, si trabaja en una institución de salud, ha de remitir al psiquiatra; y si es educativa o pedagógica, hay la recomendación expresa de activar inmediatamente lo que se denomina la “ruta de atención en salud” establecida no solo para estos casos, sino también para el abuso sexual y el acoso. Esto quiere decir que institucionalmente se considera al psicólogo inhabilitado profesionalmente para atender estos casos de urgencia subjetiva, así que, de no seguir el protocolo establecido para tal efecto, se expondrá a sanciones éticas y jurídicas por mala práctica, cuestión que puede dar al traste con el ejercicio de su profesión.
En cuanto al psiquiatra de orientación biológica y que interviene teniendo como soporte de su acto médico la química farmacéutica, por contar con la potestad de hacer uso de la camisa de fuerza química para aquietar el cuerpo, puede sentirse más seguro, porque al obrar de acuerdo con un protocolo, se pone a salvo de posibles demandas por mala práctica. Sin embargo, queda la interrogación sobre su posición ética en cuanto al uso que hace del medicamento, sobre todo cuando después se produce un pasaje al acto suicida en la persona que fue atendida.
Ahora bien, dado que las causas del suicidio son psíquicas y no genética, ni cerebrales, las investigaciones cuantitativas al respecto no pasarán de una descripción general del fenómeno.
Se suicidan niños, adolescentes, jóvenes adultos, adultos maduros, ancianos –hombres y mujeres–. Los distintos entrevistados coinciden en que esto sucede porque ya no hay conversación y en los hogares hay poca comunicación. Uno de los entrevistados dice al respecto lo siguiente: los unos viven
[…] pegados del celular, los otros de la televisión, se habla con los amigos y la familia por las redes sociales y no hay conversaciones constructivas, ni proyectos