La joven piensa del suicidio
[…] que no todos tenemos la misma capacidad de solucionar los problemas, pero suicidarse es muy duro, nunca se sabe qué pudo haber llevado a la persona hasta allá. Debe tratarse de alguien que se siente muy poquito y que a la vez es muy decidido, no le da miedo de las cosas que duelen. (40)
El suicida decidido, como sucede con el drogadicto o el adicto al juego, difícilmente toma la decisión ética de oponerse seriamente a su empuje autodestructivo. Para ilustrar lo decidido que es un suicida, la joven se refiere, por ejemplo, a los que se ahorcan:
[…] uno mismo coger la cuerda; si a uno le da miedo que le pongan una inyección, ahora uno buscar una cuerda para uno mismo ahorcarse o tomarse unas pastillas. El muchacho del formol decía que eso le había dolido demasiado; entonces, si es algo que le duele a uno, no se entiende por qué se busca. (41)
La razón por la que se buscan ciertas formas de suicidio, aunque duelan, podemos explicarla hipotéticamente del siguiente modo: que la satisfacción ligada a la pulsión de muerte ha llegado a ser tan intensa, que obnubila, en el sujeto, la posibilidad de representarse, en la vida, de un modo distinto a como se siente en el momento en que está pensando en que no vale la pena seguir aquí en el mudo de los vivos. Si no seguir aquí llegara a convertirse en una certeza imposible de matizar con alguna duda o con algo simbólico –un hijo, una mujer, una madre, un amigo– que sirva de límite, el pasaje al acto es seguro que se precipitará.
Por otro lado, la joven entrevistada considera que
[…] para alguien sentirse un estorbo o que se lo digan y lo hagan a un lado, es porque tiene una mala condición de vida, o en su familia no tiene una red de apoyo o fracasa en todo lo que hace, pues es normal que todo mundo se sienta solo. (42)
O sea que nadie se suicida por sentirse solo, pero la soledad es mucho más fuerte cuando no se cuenta con apoyo.
El apoyo simbólico más protector de la vida y más preventivo del daño de sí es el cultivo de una pasión deseante, pues, de lo contrario, el sentimiento de frustración será más o menos constante, no solo por no ser lo que uno quiere, porque las cosas no salen como uno quiere, o porque por más que quiera salir adelante, no le funciona.
De todas maneras, dice la joven entrevistada,
[…] suicidarse es llegar a un lugar muy extremo, es también ser muy tonto, pues vivir es muy bueno por más líos que uno tenga. Hasta que tuve la depresión, yo pensaba que definitivamente la gente que intenta suicidarse es porque no le ve salida a la vida. (43)
De nuevo aparece el sentimiento de sin salida.
Un intento de suicidio, uno no lo hace porque está contento, sino porque está muy triste o ya no puede con lo que tiene, o con la carga que tiene, o con el estado de ánimo que tiene, y eso es una depresión como tal. (44)
De la depresión se sale
[…] buscando mucho apoyo, si usted la vive solo no es capaz, así usted quiera. Ahí no vale decir “¡ah!, es que yo soy capaz”; uno no es capaz, uno se queda solo y empieza a pensar maricadas, a echarse la culpa de las cosas. Nunca pensé en quitarme la vida cuando estaba deprimida, quizás porque tenía a Juan [su hijo] y la vida es muy bonita. (45)
Pero si me ponía a pensar: yo que hice mal, cómo voy a seguir mi vida, en qué estoy fallando. Son muchas cosas que uno se pregunta, uno les encuentra los 80 mil peros a las cosas, viendo que quizás a la final uno no tuvo la culpa, ni tuvo nada que ver y que de uno mismo depende que las cosas se mejoren. Hay gente que se quita la vida por dinero o por amor. Lo primero se consigue todos los días y lo segundo en todas partes, simplemente que nos apegamos a una cosa o a una persona, o bebida. (46)
No hay enamoramiento de un objeto o de la vida, sin apego; así que considerar que hay que vivir desapegado como una opción para no sufrir o no suicidarse, es algo tan absurdo como afirmar que mejor no nacer porque, si uno nace, se puede apegar a la vida y esto hace que sea más dura la muerte natural o que pueda llegar a suicidarse antes de que dicha muerte llegue. El llamado “apego” no es más que un efecto de la concentración de la libido en un objeto que se ha vuelto significativo y con respecto al cual se han construido fantasías, ilusiones y esperanzas.
Hacer que el sujeto se desapegue del objeto mediante una decisión racional en el momento en el que él mismo se pierde no es el objetivo buscado en la clínica psicoanalítica cuando hay duelo por pérdida, sino orientar, bajo transferencia, a la realización de un trabajo de duelo que permita la elaboración de la pérdida, es decir, la integración de la misma como parte de la historia, cuestión que se logra por la invención de un nuevo modo de vivir y de relacionarse con el otro.
A manera de conclusión de este capítulo, extraemos como enseñanza de las palabras espontáneas de la joven entrevistada lo siguiente: angustia, tristeza, desesperación, impotencia y sentimiento de caída ocupan lugar central en el pasaje al acto suicida. La angustia, que en el campo psiquiátrico no aparece como un aspecto esencial del problema del suicidio ni del pasaje al acto, ocupa lugar central en el psicoanálisis para explicar clínicamente las causas psíquicas del pasaje al acto.
En cuanto a su recurrente alusión al hecho de lo importante que es dirigirse a Otro cuando alguien se siente mal psíquicamente o se da cuenta de que las cosas no andan como se quisiera o se esperaba, podemos hacer algunas consideraciones al respecto. Lo que lleva a un sujeto a querer ser escuchado es “un significante al que se le supone una significación: puede ser un síntoma, un afecto, un sueño recurrente, una inhibición […]”, (47) una preocupación.
La cuestión es que ese significante con el cual el sujeto se presenta a su destinatario no entiende qué sentido tiene, pero supone que algo debe significar, algo debe querer decir y, por ende, quisiera que alguien descifrara su contenido, así lo juzgue, por ejemplo, absurdo. El destinatario de ese enigma es variado: puede llevarlo a su pareja, al amigo, al novio, al pastor (si se trata de alguien que es cristiano), al consejero espiritual, al psicólogo del colegio, de la dependencia de Bienestar Universitario de una entidad de educación superior o de la institución prestadora del servicio de salud,
[…] a su mamá, a su confesor, al chamán, al psiquiatra, que probablemente le dirá que no significa nada y que se quita con antidepresivos. Puede llevar también su enigma a un terapeuta cognitivo-conductual, que le diseñará un programa de desensibilización. Así, el enigma que se produce de un lado requiere de Otro que se lo legitime como enigma. Solo así se convierte en significante de la transferencia. (48)
En conclusión, si cuando un sujeto sufre se dirige a alguien que no está en condiciones de aceptar jugar el juego en el sentido de alentarlo a orientarse hacia la búsqueda de la causa inconsciente de eso extraño y a la vez íntimo que lo acosa, no habrá posibilidad de una revelación que sea importante subjetivamente. Hay que buscar a alguien, no digamos que sepa lo que el enigma significa, sino que esté en condiciones de alojar y acoger dicho enigma, y que, además, intervenga, no tanto como persona, sino en calidad “de un significante cualquiera, pero tiene que ser alguien que responda y la significación es un saber en reserva que irá generándose y creando la falsa idea de que estaba ahí para ser descubierto…”. (49)
En el capítulo siguiente examinamos la cuestión del pasaje al acto en relación con lo llamado por Lacan “deseo perverso”. En esta estructura, el pasaje al acto se diferencia del pasaje al acto en la neurosis, ilustrado a partir de escenas muy bien descritas por Freud en dos de sus casos clínicos –el caso Dora y la joven homosexual–, escenas que Lacan privilegia porque son bastante representativas para dar cuenta de en qué consiste la estructura del pasaje al acto, cuáles son los rasgos que lo caracterizan,