Esa “susceptibilidad” exagerada se debe comúnmente a motivos que, por haberse ido poco a poco acumulando en la memoria inconsciente, actúan como material detonante, que se sirven del último pretexto para que se produzca un estallido o se desencadene un arrebato. Debe tenerse claro, clínicamente, que la última e “insignificante molestia” no es la que produce el llanto convulsivo, lo que llaman en algunas mujeres la “pataleta”, “el ataque de desesperación y el intento de suicidio, […]”, (3) sino los recuerdos despertados “de múltiples e intensas ofensas anteriores, detrás de las cuales se esconde aún el recuerdo de una grave ofensa jamás cicatrizada, recibida en la infancia”. (4)
De lo que se acaba de exponer se deduce, a manera de conjetura, que la verdadera causa del suicidio no es externa, como supone Durkheim, sino fundamentalmente interna; por lo tanto, no hay que buscarla en los motivos presentes: un fracaso amoroso, la pérdida de un ser querido, la quiebra de un próspero negocio, un desplazamiento violento, el rechazo sistemático o espantosos reproches de consciencia. Pequeñas discusiones en una pareja, insignificantes mortificaciones de la actualidad, a veces detonan agresiones letales, serios intentos de suicidio o lo que suele llamarse “gestos suicidas”, y una afección del sentimiento de vida que debilita el disfrute de las pequeñas cosas y el regocijo de encontrarse cada día con un nuevo amanecer.
El suicidio o el intento de suicidio también pueden ser el desenlace de un conflicto psíquico grave o la puesta en acto de intenciones ocultas contra sí mismo, las cuales, por ser demasiado íntimas, no pueden ser apreciadas desde fuera y menos “por medio de aproximaciones groseras” (5) como las que suelen hacerse. Durkheim tiene razón cuando afirma, en el texto citado, que las intenciones íntimas pueden “sustraerse hasta la misma observación interior”, pues no solo existen las intenciones conscientes de suicidarse, sino también las inconscientes, y estas últimas son las más dominantes, por ser del orden pulsional.
El psicoanálisis ha descubierto, clínicamente, una común
[…] participación inconfesada de la propia voluntad del sujeto en numerosos accidentes graves, que de otro modo hubieran sido adscritos a la casualidad. Este hallazgo del psicoanálisis viene a hacer aún más espinosa la diferencia entre la muerte por accidente casual y el suicidio, tan difícil ya en la práctica. (6)
El mismo Durkheim, para quien el inconsciente supuestamente no existe, dice lo siguiente:
El soldado que corre a una muerte cierta para salvar a su regimiento no quiere morir y no es el autor de su propia muerte, pero ¿acaso no es el autor de su propia muerte en la misma medida que el industrial o el comerciante que se suicidan para escapar la vergüenza de una quiebra? (7)
Sin duda, las tres figuras evocadas quieren inconscientemente morir, pero la estrategia para lograrlo es diferente: el soldado lo hace en nombre del heroísmo del combatiente, mientras los otros dos trabajaron, sin darse cuenta, para quebrarse, perder su lugar de prestigio en la familia y en la sociedad, luego deprimirse y enseguida cometer el acto suicida. Agrega Durkheim que “otro tanto puede decirse del mártir que muere por la fe, de la madre que se sacrifica por su hijo, etc.”. (8)
Los ejemplos que Freud nos trae de suicidios, accidentes o daños al propio cuerpo tolerados inconscientemente son múltiples. Entre ellos está el de aquel oficial que cae del caballo durante un concurso hípico entre oficiales y poco después muere a causa del impacto. Antes del concurso, el oficial había sufrido la pérdida de su madre y se encontraba presa de “una profunda desazón”, “le sobrevenían crisis de llanto estando en compañía de sus camaradas, y a sus amigos íntimos les manifestó hastío por la vida”. (9)
También se le ocurrió al oficial la descabellada idea de abandonar el servicio, con el objetivo de ofrecerse para ir a combatir a África, en una guerra que para nada le parecía interesante. Pese a haber sido un arrojado jinete, había decidido evitar montar mientras le fuera posible, pero no esquivó el concurso referido, seguramente por cuestiones de conveniencia. Antes de la competencia, “exteriorizó un mal presentimiento”, y dado el estado psíquico del sujeto, sostiene Freud al respecto que si se tiene en cuenta su concepción del suicidio inconscientemente buscado, “no nos asombrará que ese presentimiento se haya cumplido”. (10)
He aquí la argumentación de Freud referida a la afirmación que se acaba de evocar. “Me objetarán: es cosa obvia que un hombre con semejante depresión nerviosa no atinara a dominar el animal como lo hacía hallándose sano”. (11) Freud le da su acuerdo a esta presunta opinión opuesta a su planteamiento, pero agrega: “sólo que yo buscaría en el propósito de autoaniquiliación que aquí hemos destacado el mecanismo de esa inhibición motriz por ʻnerviosismoʼ”. (12) No maniobró en la conducción del caballo como seguramente lo había hecho antes muchas veces gracias su amplia experticia como jinete, cuestión que da cuenta de la incidencia de un propósito externo a la consciencia, pero interno al sujeto, o sea del orden del inconsciente.
Ninguno de nuestros actos cotidianos son plenamente conscientes y tampoco obedecen, en su totalidad, al gobierno de la parte racional del yo; de ahí que no faltará en ellos cierto grado de insensatez y todavía más cuando somos influidos por estados psíquicos nada favorables, como el hastío, el aburrimiento, la tristeza, la cólera, la culpa, motivos inconscientes de venganza, los actos fallidos, las maniobras sintomáticas, los olvidos, las omisiones y todo aquello que propicia el daño de sí mismo o de otros.
Diremos entonces que son variadas las formas de suicidarse un adolescente, un joven adulto, una persona madura o mayor de edad. En los adolescentes y en los jóvenes adultos, está el suicido lento de la adicción a la droga, a la comida o a no comer, la exposición al riesgo en los deportes extremos, y está, como ya se ha ilustrado, el suicidio inconscientemente buscado mediante accidentes letales, como el del oficial referido, que sin duda podrían haberse evitado.
Esos y otros accidentes son regidos por la búsqueda inconsciente de la muerte, por ejemplo, el de soldados que se disparan a sí mismos o a compañeros jugando con su arma de dotación suponiendo que no está cargada, pero sin antes tomar la precaución de verificar que en efecto no lo está. Conozco la historia de un niño de no más de diez años que tomó la pistola que el padre imprudentemente había dejado en un lugar visible, y por jugar a disparar, hirió a su hermanita menor y la dejó lisiada para el resto de sus días. Desconozco los antecedentes psíquicos de este acto, pero nada de raro tendría que algo del orden de una retaliación hacia sus padres y hermana por alguna circunstancia familiar de ese momento se hubiera puesto en juego en este aparente accidente fatal como propósito inconsciente de dañar.
En esos casos aparentemente accidentales, siempre habrá que averiguar clínicamente por el estado psíquico del sujeto antes de la situación, pues comúnmente se revela que algo no andaba bien en su vida. Freud sostiene que los accidentes, mortales o no, sobre todo los dirigidos contra sí mismo, suelen ser
[…] producidos por una tendencia constantemente vigilante al autocastigo; tendencia que de ordinario se manifiesta como autorreproche, o coadyuva a la formación de síntomas y utiliza diestramente una situación exterior que se ofrezca casualmente o la ayuda hasta conducirla a la consecuencia del efecto dañoso deseado. (13)
El punto de vista de Freud es que al lado del “suicidio deliberado consciente, existe también una autoaniquiliación semideliberada –con propósito inconsciente– que sabe explotar hábilmente un riesgo mortal y enmascararlo como azaroso infortunio”. (14) Desde mucho antes de Freud formular la pulsión de muerte, ya nos decía que existe una tendencia “a la autoaniquiliación presente con cierta intensidad en un número de seres humanos mayor que el de aquellos en que se abre paso”. (15)
También hay daños que