La novedad sexcandalosa tiene alientos, presunciones y ribetes autorales, al estructurarse mediante la combinación de dos tiempos que corren paralelos durante toda la película y van a confluir en la escena clave de esa cena catastrófica que reúne a todos los actores-protagonistas-elementos activos de la añeja comedia de equivocaciones, fingimientos y suplantaciones de rol, para llevar directo a desembocar en el gran finale purgativo y reconciliador, igual que ya ocurría con la cena-hecatombe que congregaba a todos los vecinos de No sé si cortarme las venas o dejármelas largas, cuya trama es evocada, a modo del argumento de una novela de Igor con sus principales detalles argumentales (los vecinos, el futbolista con la pata rota y demás) cual máxima coquetería del autor autoconsciente y ya considerarse digno de autocitas y autocebollazos, luego de convocar y sostener una tradicional, fácil y acogedora construcción teatral sainetera.
La novedad sexcandalosa se basa, pues, en la ironía de tener que depender y desprender de un escándalo sexual de sainete, a partir de la más adocenada y conservadora urdimbre de este subgénero dramatúrgico, de esa forma quasi esperpéntica de la farsa llamada viejo sainete decimonónico característicamente español, aquel que hacía las delicias de nuestros bisabuelos y del teatro de Ángel Garasa en los albores de la TV mexicana, ése que, con todos sus retruécanos y retorcimientos e imposturas familiaristas, lo más audaz que lograba proponer era un bufo travestismo escarnecedor de los personajes principales o secundarios-eje disfrazados de mujer, como los de la pieza clásica Doña Mariquita de mi corazón de José Muñoz Román, filmada tal cual por Joaquín Pardavé en 1952, o como en el desternillante díptico mimético de Juan Bustillo Oro conformado por La tía de las muchachas (1938) y Fíjate qué suave (1947), esta última destinada al lanzamiento lucidor con los cómicos radiales de la XEW Manolín y Schilinsky, en los papeles que habían interpretado la voz aflautada de Enrique Herrera y la truhanería pícara de Joaquín Pardavé, siempre sin llegar a la acidez del brutal Bésame tonto de Billy Wilder (1964), cruel acidez malvada que Caro aspira ahora alcanzar con dulzura alambicada y astutos guiños de ojo a una época como la nuestra que ya puede conjurar sin dolo ni menoscabo el acoso ligador del profe de baile al inmaduro héroe Lucio afeminándose sin escrúpulos por los movimientos del ballet con tal de mantenerse cerca de su amada a primera vista, o bien sostener una afectuosa relación adulta equilibradamente triangular con su amigo Vicente por encima de acusaciones suspicaces más bien cariñosas (“¡Par de maricones!”), o bien sobreviviendo incólume en lo erótico a su participación en un par de tríos sexuales.
La novedad sexcandalosa demuestra juego con maña al inscribir dentro de su trama fílmica a una buena cantidad de deseos, curiosidades, prácticas heterodoxas u obsexiones características de los jóvenes actuales, una especie de Bang Gang, una historia de amor moderno de la francesa Eva Husson (2015) en versión festiva, light y digestiva a la mexicana, que para eso sirve la comedia ligera fresísima al nivel archiconvencional de Amor de mis amores, rumbo al ineludible final feliz romántico, aunque sea un cuarto de siglo después, y así ahora, como en No sé si cortarme... que se articulaba sobre el consumo clasemediero de ansiolíticos con leve toque de ancestrales adulterios e intercambios de pareja tipo swingers anteayer provocadores (recuérdense los escarceos a lo patoaventura erótica de Fantasías de Jorge Araujo, 2003), he aquí a modo de dispositivo dramático la inserción equívocamente homosexual de un varoncito en una clase de ballet clásico, el amor loco de dos adolescentes provincianos vírgenes bordeando los 17 años (para mayor sorpresa casi escandalosa: él unos meses más joven que ella), la iniciación sexual libre y deliberada de ambos, el pacto erótico a veces con invitadas y un invitado en una casona derruida así llamada el Último Rincón del Mundo en donde todo está permitido fuera de la mirada y la moral retrógrada de los adultos, el secundario pero excitante placer-manía-afrodisiaco naciente de las parejas de fotografiarse o videofilmarse teniendo sexo (una especie de voyerismo / autovoyerismo que los convierte en objetos exhibicionistas de actos que los liberan como sujetos, anticipándose a las selfies sexuales para subir al facebook para cobrar más existencia), el recurso a la paternidad subrogada merced a las técnicas de inseminación artificial, el consumo de mota y otras inespecíficas drogas desinhibidoras cual chocolates con fórmula inconfesable, y last but not least la práctica de tríos sexuales con las aristas abiertas a la homosexualidad femenina y masculina.
La novedad sexcandalosa secunda esas heterodoxas o rompedoras búsquedas de los chavos actuales a través de un asumido, acendrado, catártico y compatible entusiasmo juvenil masificado por selectos grupos libertarios de rock ochentero-noventero en español, pues para eso está, muy comercialota y rutinariamente, el crucial empleo ad hoc de las canciones “Estrechez de corazón” del conjunto chileno Los Prisioneros como coincidentemente favorito fondo vehicular cómplice en la secuencia seriada de los primeros fajes al desnudo relamido de los héroes, “En algún lugar” de los hispanos Duncan Dhu durante el reconocimiento afectivo de sus paseos juntos a través de la hermosa ciudad colonial de a huevo (véase el fraudulento-corrupto trasfondo del caso San Miguel de Allende en el regio documental unamita 200 años después de profesor cuequero Mitl Valdez, 2010-2012), “Beber de tu sangre” de la gozosa banda mexicana Los Amantes de Lola en tautológicos momentos de goce, “El mundo bajo el brazo” del solista Leonardo de Lozanne del grupo Fobia para el recital roquero en obbligato (o sea omitible), “No dejes qué” de Caifanes durante la doliente separación forzada de los amantes tras el abofeteo materno y la expulsión con abucheo y su lapidación a papelazo limpio, o “Cuando pase el temblor” de los argentinos de Soda Stereo ya en la despedida de los antiguos novios perfectos pero derrotados por sus aficiones, aficiones en espejo con las de sus destinatarios posadolescentes y temas que en su conjunto funcionan a la vez como detonadores, contexto, sustrato, trasunto, sustancia, gancho, inherente atractivo cultural-mercantil y razón última del film, o diría Roland Barthes, su tercer sentido, su embotado sentido obvio y obtuso.
La novedad sexcandalosa reclama la consagración de una veloz galería de retratos expresados mediante diálogos explicativos sumarios (“Me acabo de encontrar a Lucio, le inventé una vida que no tengo, esta noche nos vamos a topar en el teatro, así como un encuentro casual, yo necesito seguir la historia”), pero también por medio de incisivos diálogos replicantes (“Pero me dijiste que mi tía era una quedada”), diálogos desquiciados (“Sí m’hijita, pero él es falso, como tú eres su hija falsa”), irrefutables diálogos cínicamente lógicos (“Hace 20 años que no se ven, no sabe nada de ti, tranquilízate”), diálogos vacunadamente esotéricos (“Somos almas gemelas, estamos conectados desde vidas anteriores”), reveladores diálogos paralógicos (“Hacen cosas muy raras, que ni yo sabía”), o violentos diálogos retromelodramáticos (“No vas a volver a ver a ese muchachito, Martina”) que sólo pueden culminar en una bofetada materna inmediatamente elíptica, por ser todos ellos tan explícitos y faltos de ambigüedad como esa actricita Loles tan obsesivamente acomplejada por la estrella almodovariana Rossy de Palma, como la fotografía de Tonatiuh Martínez exultando con los blancos contraluces de los novios desnudándose ante la ventana del refugio para chavos, como la cuidadosa edición de Yibrán Asuad y Miguel Musálem más Jorge Porri García para dar la impresión de inestables retornos a un tiempo presente de continuo alternando con el pasado cual si se tratara del seguimiento de una amalgama temporal única y un solo destino bifurcado, como el vestuario de Natalia Seligson que quisiera mezclar los modelos colegiales retro de la serie Glee con el impecable buen mal gusto de los atuendos actuales, como la diáfana distinción claramente melodramática entre los personajes malos (los que hacen el mal indeliberadamente, a semejanza de la cursi hermanita adicta Beatriz y la artista fotógrafa genuinamente