El regreso precipitado de Prieto a México a finales de ese año, por la enfermedad terminal de su hijo Luis, hizo temer a Aguirre por el éxito de sus gestiones (doc. III. 37). Pero en marzo de 1948 regresó a Europa decidido a lograr que el III Congreso del PSOE en el exilio avalara sus gestiones con los monárquicos y a dar a estos un ultimátum: o cerraban ya un pacto o él se volvía a México dando por rotas las negociaciones. En cuanto Prieto llegó a París, el lehendakari le invitó a comer en su casa el 22 de marzo (doc. III.40). La reunión duró más de tres horas y hubo, en palabras de Ludger Mees, «una intercomunicación sincera y abierta», que demostraba que «la vieja amistad entre los líderes se mantenía en pie». Aguirre insistió en que la colaboración de los nacionalistas vascos a la transición en España sería «paralela a la consideración que se guarde a los derechos del Pueblo Vasco», y «Prieto aceptó como razonable esta posición». También se pusieron de acuerdo en la salida de los comunistas del Gobierno vasco, aunque Aguirre pidió tiempo para que la decisión no se interpretara como una imposición del cónclave socialista que iba a celebrarse en Toulouse. Dos meses después, el consejero comunista Leandro Carro fue expulsado de su Gobierno130.
Entre el 7 y el 10 de mayo de 1948 se celebró en La Haya, a iniciativa del Comité Internacional de Coordinación para la Unión Europea, el primer Congreso de Europa, que reunió a 800 personalidades de 19 países en favor de una Europa unida, libre y democrática. El encuentro, al que asistieron tanto Aguirre como Prieto —que presidió una de las sesiones de la comisión política—, puso los cimientos del Movimiento Europeo Internacional, que se creó en octubre como grupo de presión con el objetivo de conseguir una Europa federada. El exilio español se adhirió al mismo en 1949 con un Consejo Federal, constituido en la sede del Gobierno vasco en París, en el que participaron las fuerzas antifranquistas (republicanos, socialistas y nacionalistas vascos y catalanes), a excepción de los comunistas y la CNT131.
El acuerdo entre monárquicos y socialistas españoles aún tardó unos meses, pero finalmente el Pacto de San Juan de Luz se firmó el 3 de septiembre de 1948. El infarto sufrido por Prieto a finales de julio, que le obligó a guardar reposo absoluto, y la entrevista entre Franco y don Juan el 25 de agosto a bordo del Azor, que hizo pensar a los socialistas que el pretendiente jugaba a dos barajas, estuvieron a punto de echar por tierra las negociaciones; pero estas llegaron a buen puerto. La declaración suscrita decía en su punto octavo132:
Previa devolución de las libertades ciudadanas, que se efectuará con el ritmo más rápido que las circunstancias permitan, consultar a la Nación a fin de establecer, bien en forma directa o a través de representantes, pero en cualquier caso mediante voto secreto al que tendrán derecho todos los españoles, de ambos sexos, capacitados para emitirlo, un régimen político definitivo. El Gobierno que presida esta consulta deberá ser, por su composición y por la significación de sus miembros, eficaz garantía de imparcialidad.
El PNV, por medio del consejero José María Lasarte y del propio Aguirre, estuvo en estos meses en contacto muy directo con Indalecio Prieto, primero en París y después en San Juan de Luz, donde Prieto fijó su residencia durante más de dos años y donde el lehendakari pasaba sus vacaciones de verano. Como el político socialista, convaleciente de su enfermedad cardiaca, no bajaba nunca a la playa, Aguirre departía amistosamente al sol con sus hijas Blanca y Concha, y con un buen amigo común y asistente habitual a las tertulias de las tardes en casa de Prieto: Lezo de Urreiztieta. Este marino de Santurce, nacionalista ultraortodoxo y devoto de Luis Arana Goiri (el hermano de Sabino), fue la persona de confianza a la que Indalecio Prieto encargó el rescate de los guerrilleros asturianos que llegaron a Francia en octubre de 1948133.
La llegada en noviembre de don Juan Carlos de Borbón a España para proseguir sus estudios, según lo acordado entre su padre y Franco, sembró de nuevo la duda entre los firmantes, pero el Pacto de San Juan de Luz se mantuvo en vigor. En marzo de 1949 se puso en marcha el comité de enlace previsto en el acuerdo, pero un año después Prieto presentó la dimisión de su cargo en dicho comité. No se fiaba de don Juan y de quienes le rodeaban, pero menos aún de las interferencias de sus correligionarios del PSOE y la UGT del interior, que crearon su propio comité de coordinación (CIC) y se mostraron dispuestos a apoyar una restauración monárquica sin plebiscito, que promulgara una Constitución suficientemente liberal y una amplia amnistía. Prieto no ocultaba su desánimo134:
Sufro viendo cómo en Madrid y de un manotazo han derribado todo lo pacientemente conseguido aquí en dos años de esfuerzo penoso, más penoso porque de diversas partes, incluso de nuestras propias filas, brotaban enconadas injurias […]. Todo, a mi juicio, está bastante claro: los monárquicos advirtieron que el terreno estaba allí [en España] mucho más blando que aquí [en el exilio francés], por lo cual cambiaron súbitamente el lugar de sus gestiones, y mientras en Francia procuraban una inacción bien estudiada, en España se dedicaban a frenética actividad.
En vísperas de la celebración del IV Congreso del PSOE en el exilio, al que no pudo asistir por sus problemas de salud, Prieto defendía su posición política, al tiempo que reconocía su fracaso: «La realidad es mucho más amarga de lo que muchos suponían. Debemos afrontarla con coraje», escribió en junio de 1950135. Para entonces, el líder socialista había decidido ya abandonar la actividad política en Europa y regresar a México. Durante el mes de octubre, la decisión de la Asamblea General de la ONU de permitir la integración de España en las agencias especializadas de Naciones Unidas marcó el inicio del espaldarazo internacional definitivo a la España de Franco. El 4 de noviembre la ONU eliminaba su recomendación a los países miembros de no mantener a sus embajadores en Madrid. Era, en palabras de Prieto, «la última hoja que estaba por caer en este otoño agitado por vientos de tempestad, la hoja de parra que encubría la impudicia triunfante»136. Dos días después, Prieto enviaba a la ejecutiva su carta de dimisión como presidente del Partido Socialista137:
Mi fracaso es completo. Soy responsable de inducir a nuestro partido a fiar en poderosos gobiernos de origen democrático que no merecían confianza, según acaban de demostrar. Hice víctima al partido de una ilusión que me deslumbró. ¿Hasta qué límites me llevará ahora el desengaño? No lo sé. Pero sé que cualesquiera actos o palabras que lo reflejen adquirirían resonancia oficial si yo desempeñara, aunque solo fuese nominalmente, la Presidencia del partido, y por eso la dimito.
Mi fracaso justifica el ostracismo, pero, además, no debo servir de estorbo […]. Me limito a exponer mi estado de conciencia. A nadie pido que renuncie a la lucha, ni yo renuncio a pelear dentro de la menguada órbita a que quebrantos de salud me reducen.
Durante los meses siguientes, Prieto siguió desempeñando un papel importante en la vida del PSOE. Desde México se encargó de diseñar la estrategia política, mientras que Rodolfo Llopis, desde Toulouse, era quien llevaba los asuntos cotidianos. Su posición política a partir de este momento y hasta el final de sus días quedó reflejada en la propuesta que redactó en octubre de 1951 y que fue aprobada por la asamblea de la Agrupación Socialista Española. Este texto proclamaba roto el Pacto de San Juan de Luz, arremetía contra las instituciones republicanas del exilio y recomendaba al Partido Socialista una «cura de aislamiento», replegándose dentro de sí mismo. La clave para una futura solución democrática al problema español pasaba por mantenerse a distancia de los comunistas, y también de los republicanos si estos hacían causa común con ellos.
1951 fue significativamente el año en que el Gobierno francés decretó el desalojo del palacete de la Avenue Marceau de París, en la que el Gobierno vasco tenía su sede emblemática, y su entrega a las autoridades franquistas. Para el muy optimista Aguirre aquella mudanza a un piso del número 50 de la Rue Singer de la capital francesa fue un golpe muy doloroso. Como recordaría Mari Zabala, su mujer, fue «la fecha más triste para José Antonio»: «Es quizá la única vez que he visto a mi marido cabizbajo, triste, sin poder ocultar, como tantas otras veces, el dolor que le embargaba y sin que lograra recuperar su optimismo innato»138.
3.3. Distanciados en sus años finales (1952-1960)
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