En las elecciones generales de 16 de febrero y 1 de marzo de ese año, la cuestión del Estatuto fue un punto importante del programa del Frente Popular de Euskadi, cuyo eslogan fue: «¡Amnistía, Estatuto, ni un desahucio más!». Esta triple reivindicación llegó a ser aceptada por el PNV de Aguirre al integrarla en su propia trilogía: «¡Amnistía, por la civilización cristiana! ¡Estatuto, por la libertad vasca! ¡Ni un desahucio más, por la justicia social! Con ese programa venceremos»38 (doc. I.48). En un mitin celebrado en Éibar, feudo del socialismo vasquista, en vísperas de la segunda vuelta electoral, tras el triunfo de las izquierdas en España, Prieto anunció con rotundidad: «la autonomía del País Vasco, reflejada en su Estatuto, ha de ser obra de las fuerzas de izquierda que constituyen el Frente Popular»39 (doc. I.51). El PNV volvió a ganar los comicios en Euskadi, pero su ventaja sobre las izquierdas fue reducida: nueve diputados jelkides frente a siete frentepopulistas, entre ellos los cuatro de Vizcaya-capital, como en 1931. Por séptima vez desde 1918, Prieto salió diputado por Bilbao, mientras que Aguirre lo fue por Vizcaya-provincia, donde el PNV era hegemónico.
El buen entendimiento entre ambos líderes se puso de manifiesto en el homenaje al presidente catalán Francesc Macià (fallecido en 1933), con motivo de dar su nombre a una avenida del barrio bilbaíno de Deusto el 14 de abril de 1936. Sus discursos mostraron su acuerdo sobre la autonomía de Euskadi. Prieto, que elogió a Sabino Arana, se ofreció a convertirla pronto en realidad por considerar que el pueblo vasco tenía derecho a ella, y Aguirre definió el Estatuto como sinónimo de libertad y democracia con estas palabras: «Este acto lo reputo histórico […] porque creo que aquí están poniéndose los pilares de una autonomía vasca, que es, aunque para muchos satisfacción parcial, el verdadero camino, la verdadera senda, la verdadera libertad»40 (docs. I. 52 y 53).
Pocos días después, Manuel Irujo denominó a Prieto «el hombre del Estatuto», en una carta al exdiputado jelkide Juan Antonio Careaga, en la que se declaraba optimista e incluso veía factible la reintegración de Navarra en el Estatuto vasco al contar con el apoyo del Frente Popular navarro41. Dicha denominación era exacta en la primavera de 1936, cuando el ferviente autonomismo de Prieto arrastró tras de sí al socialismo vizcaíno, que había sido reticente con el Estatuto por su histórica rivalidad con el nacionalismo aranista desde que surgieron ambos movimientos a finales del siglo XIX. En efecto, su órgano oficial, La Lucha de Clases, cambió de forma notoria su línea editorial en la primera mitad de 1936: sustituyó las críticas al PNV hasta abril por los elogios al Estatuto a partir de mayo, coincidiendo con su defensa a ultranza por parte de Prieto. Era una prueba más de su liderazgo indiscutido en el seno del socialismo vizcaíno desde que derrotó a Facundo Perezagua en 1915.
Indalecio Prieto cumplió la palabra dada en la campaña electoral. La mayoría absoluta del Frente Popular en las Cortes permitió que el proceso autonómico vasco, paralizado por las derechas desde el verano de 1934, se reanudase con fuerza. A ello coadyuvó la política parlamentaria del PNV de acercamiento a las izquierdas, como demuestra el triple voto de sus diputados favorable al nuevo Gobierno de Azaña, a la destitución del presidente Alcalá-Zamora (aun siendo esta una clara maniobra política de Azaña y Prieto) y a su sustitución por el propio Azaña. Tal aproximación fue fruto de la entente cordial existente entre Prieto y Aguirre, quienes fueron el presidente y el secretario, respectivamente, de la Comisión de Estatutos de las Cortes42.
Tras resolver la cuestión de Álava, dando por válida la votación de esta provincia en el referéndum de 1933, en mayo y junio de 1936 dicha Comisión reelaboró el texto siguiendo las ideas de Prieto, que detalló en un importante discurso y en una serie de artículos publicados en su periódico43. A diferencia del extenso proyecto de las Comisiones Gestoras, esta vez se redactó un Estatuto breve y similar al catalán de 1932, y así fue aceptado por Aguirre y su partido44. El único problema fue el título referido a la Hacienda y fue resuelto por Prieto, defendiendo el Concierto económico e integrándolo en el Estatuto, frente al intento de las derechas de oponerlos entre sí como si fuesen incompatibles45.
Por eso, al ser su artífice principal, los historiadores hemos denominado «Estatuto de Prieto» o «Estatuto de las izquierdas» al aprobado en 1936. Con él Prieto confirmó su autonomismo, superior al de la mayoría de los socialistas vascos, que en esto marchaban a remolque de su líder carismático, quien entonces veía en la autonomía la vía para integrar al nacionalismo vasco en el régimen democrático español, cosa que no había sucedido con anterioridad.
Por consiguiente, el Estatuto vasco no fue consecuencia de la Guerra Civil. Esta solo contribuyó a acelerar su aprobación por el pleno de las Cortes el 1 de octubre de 1936. El conflicto bélico sí fue la causa de que la entente cordial se transformarse en una alianza política entre el PNV de Aguirre y el Frente Popular de Prieto en defensa de la República española y de la autonomía vasca contra la sublevación militar.
2. LA GUERRA CIVIL (1936-1939)
2.1. Aliados en la Guerra Civil (1936-1937)
Como se ha resaltado46, en la decisión pro-republicana adoptada por la dirección del PNV, en Bilbao el 19 de julio de 1936, fue determinante la clave autonómica, esto es, la proximidad de la aprobación del Estatuto por las Cortes del Frente Popular, que lo hicieron por aclamación en Madrid el 1 de octubre47.El mismo Prieto lo vio así cuando escribió en el exilio: «Los nacionalistas no erraron su actitud ante la guerra. Intervinieron en ella para salvar el estatuto, dictaminado ya cuando la insurrección estalló». «Los vascos, al defender las instituciones democráticas de la República española, defendieron su estatuto, parte integrante de ellas»48 (docs. III. 4 y 8). Así puso de manifiesto la estrecha correlación existente entre la autonomía vasca y la democracia española, unidas de manera inexorable en el conflicto bélico; de ahí que ambas pereciesen como consecuencia de la victoria militar de Franco.
En el primer mes y medio de la guerra se dio una neta diferencia en la actuación de Aguirre y Prieto. Este último desplegó desde el inicio de la contienda una actividad arrolladora con el objetivo de reforzar la autoridad del Estado republicano y contener la revolución social desencadenada. Aunque era solo diputado, pues no tuvo otro cargo oficial hasta que fue nombrado ministro de Marina y Aire en el Gobierno de Largo Caballero constituido el 4 de septiembre, Prieto se convirtió, en palabras del socialista italiano Pietro Nenni, en «el animador, el coordinador de la acción gubernativa», atendiendo las demandas de todos los frentes de combate y preparando a la población para una guerra larga desde las columnas de la prensa y las ondas radiofónicas49 (doc. II.2). En esto coincidió con Irujo, que se posicionó en defensa de la República desde el mismo 18 de julio y tuvo un gran protagonismo en el verano de 1936 en Guipúzcoa50.
Por el contrario, durante ese mes de agosto Aguirre estuvo silencioso y casi desaparecido51, hasta que Francisco Largo Caballero le ofreció formar parte de su Gobierno (de hecho en la prensa de Madrid llegó a aparecer su nombramiento como ministro). Quizás en esa inhibición inicial de Aguirre influyó el hecho de que no esperaba la guerra, porque no veía «el peligro del fascismo», como muestran sus «Cartas parlamentarias» en el diario Euzkadi y sus discursos pocos días antes del golpe de Estado, cuando seguía creyendo que las Cortes aprobarían el Estatuto «antes de las vacaciones parlamentarias»52. Es un ejemplo de que su sempiterno optimismo le hacía incurrir a veces en ingenuidad manifiesta. En cambio, Prieto, más realista y mejor informado, alertó al Gobierno de Casares Quiroga para que estuviese «prevenido» ante un ataque o subversión53, pero no le hicieron caso; de ahí que Casares, desbordado por los acontecimientos, dimitiese al producirse la sublevación militar el 18 de julio.
El PNV no quiso que Aguirre fuese ministro, porque no había nadie mejor que él para ser el lehendakari del primer Gobierno vasco: era el político vasco revelación en la República, en cuyo transcurso se había convertido no solo en el principal dirigente del PNV sino también en «el líder de la autonomía vasca», haciendo de la consecución del Estatuto su objetivo político prioritario desde 1931 hasta 193654.