Emilio Elgueta terminó sus estudios primarios en el emblemático Liceo Manuel Barros Borgoño, para luego ingresar a la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, donde se graduó de abogado en 1978. Ya siendo ministro de corte y profesor universitario, le gustaba imprimir el valor del esfuerzo y la meritocracia en sus estudiantes. “No me digan a mí lo que es vivir en piso de tierra”, era una de sus frases recurrentes en clases, según una exalumna. Su historia, la de un hombre sin redes, contactos ni apellidos influyentes ejerciendo cargos de importancia en la judicatura nacional, estaba envuelta en esa épica.
Pero hay quienes también señalan que era usual que Elgueta alardeara sobre sus redes y contactos, y que no era raro que ofreciera a algunas de sus alumnas oportunidades laborales. Una funcionaria del Primer Juzgado Civil de Rancagua, y también exalumna de Elgueta en la Universidad de Aconcagua, entregó su testimonio en el último proceso administrativo contra el exministro. Dijo que Elgueta, en más de una oportunidad, le ofreció ayuda, pero que nunca la aceptó porque sabía que era un ofrecimiento “interesado”. A raíz de ese rechazo, agregó, siempre sintió que su permanencia en ese tribunal era inestable. Al menos en ese juzgado de Rancagua corría el rumor de que si no tenías un buen contacto, como el que ofrecía Elgueta, era difícil hacer carrera.
Son varios los antecedentes con los que la Corte Suprema delineó un patrón en su desempeño como ministro del Poder Judicial al momento de considerar su remoción: Elgueta hace valer su posición y presiona para obtener favores: era ministro de corte y no gásfiter, y algunos de esos favores comprometían la independencia de su labor.
Pero vamos al principio.
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Hasta julio de 2010, fecha en que su entonces esposa, Alejandra Rebolledo, lo denunció en la Corte de Apelaciones de Santiago –lo que hizo que su nombre saltara por primera vez a los titulares de la prensa–, Emilio Elgueta era prácticamente desconocido para cualquier persona ajena al círculo de ministros, jueces, secretarios y funcionarios del Poder Judicial. A ellos habría que agregar algunas decenas de estudiantes de un par de centros de educación superior en la Región del Maule y en Santiago, donde se desempeñó como académico impartiendo materias civiles, procesales y penales.
Elgueta mantenía un bajo perfil público y llevaba una carrera judicial ascendente, iniciada en 1979 como oficial tercero del Juzgado de Menores de San Miguel, y luego en cargos de cada vez mayor peso en tribunales de Santiago, Coyhaique, Curicó y Talca. Fue en Talca donde llegó en 2001 a integrar la Corte de Apelaciones de la ciudad. Allí, el juez se convirtió –por primera vez– en ministro del Poder Judicial, escalando a la presidencia de ese tribunal un año más tarde. “Partió de abajo. Mientras estudiaba trabajó como actuario, en los tiempos en que se cosían los expedientes a mano”, dice una cercana.
Los hechos indican que 2002 fue un año auspicioso para él. Como presidente del máximo tribunal de la Región del Maule, coronaba una trayectoria de más de dos décadas en el Poder Judicial, donde fue escalando con buenas calificaciones. Se había separado no hacía mucho de su primera mujer –con quien tuvo dos hijos y una relación que no terminó en los mejores términos–, y el 14 de noviembre de ese año se casó con Alejandra Rebolledo, a quien había conocido en 1998. De esa relación también nacieron dos hijos.
Rebolledo cursaba por entonces estudios de sicología en la Universidad de Las Américas, en Santiago, establecimiento contra el que Elgueta inició una acción judicial en 2005. ¿El motivo? Hacer valer los derechos de su esposa, luego de que la universidad decidiera incorporar inglés en su malla académica como asignatura obligatoria. Pero el tribunal ni siquiera se pronunció sobre el fondo: el recurso fue desestimado por extemporáneo. Elgueta, que fue el que litigó, perdió.
En este episodio hay un detalle. Puede leerse como un sutil despliegue de poder, una manera de facilitar el trámite judicial o como un simple descuido. El hecho es el siguiente: al presentar el recurso contra la Universidad de Las Américas, Emilio Elgueta, actuando como abogado, fijó domicilio en calle Álvarez de Toledo Nº 1022. No es cualquier domicilio. Allí funciona la Corte de Apelaciones de San Miguel, tribunal donde, tras su paso por Talca, había aterrizado como fiscal judicial.
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El removido ministro Elgueta siempre tuvo en mente llegar a la Suprema. Su retorno a Santiago desde la Región del Maule pudo tener que ver, entre otras cosas, con el deseo de pavimentar ese camino que, como condición deseable –no excluyente–, tiene un paso previo: la Corte de Apelaciones de Santiago o, en su defecto, otra corte de peso a nivel nacional.
La mitad de los miembros que actualmente componen el pleno de la Suprema ocupó el cargo de ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago antes de escalar a la máxima magistratura. Otro puñado, los que han hecho carrera judicial (cinco de sus integrantes deben ser abogados ajenos al Poder Judicial), proviene de cortes prominentes como las de Valparaíso, Concepción, Rancagua y San Miguel.
En 2004, y a la par de sus labores como fiscal judicial de la Corte de Apelaciones de San Miguel, Emilio Elgueta retomó la academia. Estando en Santiago ejerció como docente de derecho procesal en la Uniacc. Allí obtuvo en 2007 el premio al mejor profesor de la carrera de Derecho, año en que la directora de esa escuela era la exministra de Educación y Justicia de la dictadura, Mónica Madariaga.
“Era un excelente profesor y, además, una buena persona. Un valor que siempre nos inculcó es el de la austeridad y él lo encarnaba. También el de la empatía. Te pongo un ejemplo: cuando tú no estabas al día en el pago de la mensualidad no se podían rendir los exámenes. Emilio igual los tomaba. Entre impartir justicia ciega y ser empático, él optaba, cuando había mérito suficiente, por la empatía con sus alumnos”, cuenta la abogada y exalumna de Elgueta en la Uniacc, Tábata Recabarren.
Fue la propia abogada Recabarren quien asumió la defensa administrativa del exministro ante la Corte Suprema, cuando se decidía su remoción del Poder Judicial en 2019. Dice que lo hizo convencida de que la conducta de su exprofesor no fue éticamente reprochable. Asegura que en la preparación de esa defensa participaron más exalumnos, incluso de otras universidades:
“Defendí al más humilde de los ministros y, como su alumna, fue un honor hacerlo. Lamento enormemente la decisión adoptada”.
Paralelamente con sus clases en la Uniacc, Emilio Elgueta impartió cursos en la Academia Judicial y enseñó materias procesales y penales en el Instituto Superior de Estudios Jurídicos Canon, un centro de formación técnica al que en 2014 se le rechazó la acreditación.
La llegada de Emilio Elgueta al Instituto Canon revolvió su vida personal. Fue allí donde conoció a Cristina Rosas, su alumna en derecho procesal y con quien inició más tarde una relación sentimental paralela a su matrimonio. La relación con Alejandra Rebolledo –de la que se separó oficialmente en 2015– pasaba por una severa crisis.
A mediados de 2007 apareció la oportunidad que Emilio Elgueta esperaba para seguir escalando posiciones. En mayo de ese año, se abrió una vacante en la Corte de Apelaciones de Santiago, tras la ratificación de la entonces ministra de esa corte Gabriela Pérez Paredes, como nueva integrante de la Suprema. A fines de noviembre, siendo aún fiscal de la Corte de Apelaciones de San Miguel, Elgueta fue incorporado en la terna para ocupar la plaza dejada por Pérez en el tribunal de alzada de Santiago. Sorpresa causó en algunos miembros del Poder Judicial ver su nombre en esa instancia. Lo veían como un salto inesperado en su carrera.
Contra el pronóstico de algunos, a comienzos de 2008 Emilio Elgueta tomó posición de su nueva investidura, en reemplazo de la ministra Gabriela Pérez. Quedaba a pocos escalones de la más alta magistratura.
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Cuando a fines de marzo de 2019 salieron a la luz pública los primeros indicios que lo vinculaban a graves casos de corrupción, la Policía de Investigaciones allanó la oficina del exministro Elgueta en la Corte de Apelaciones de Rancagua. En la gaveta de su escritorio –que fue descerrajada– los detectives encontraron una foto de Gabriela Pérez; otra de un demonio con una mujer desnuda con sus ojos recortados y un muñeco de mimbre con billetes falsos de 10 mil pesos, entre otros objetos. Trascendió entonces que la