–Todavía no se lo he dicho.
–¿Tu madre te llama pero no viene a verte?
–Hace un mes que no nos vemos.
–No tardarán en descubrirlo. Yo me enteré enseguida, viviendo al otro lado del país. Te acompañaré cuando vayas a decírselo.
Ella se echó a reír.
–¿Quién te ha dicho que estés invitado? Además, están divorciados.
Jason levantó el pie del acelerador al aproximarse a una curva, muy por debajo del límite de velocidad. No podía correr el menor riesgo, llevando una carga tan preciada a bordo.
–Creía que íbamos a llevarnos bien por el bebé.
–Lo siento –se cruzó de brazos y miró por la ventanilla. Los árboles abundaban en los suburbios, llenos de vallas blancas y casas de ladrillo–. Estoy preocupada por el trabajo y lo pago contigo.
Jason quiso recordarle que él podía solucionar sus problemas laborales en un abrir y cerrar de ojos, pero decidió no tentar su suerte y probar otra táctica.
–No pensarás mantener en secreto que yo soy el padre, ¿verdad? Tus padres acabarán descubriéndolo. Y sería mejor que lo supieran cuanto antes, para que luego no se lleven un disgusto mayor. Se lo diremos los dos juntos, los pillaremos desprevenidos y saldremos huyendo antes de que se hayan recuperado de la sorpresa.
–El plan es bueno, salvo por un pequeño detalle: es prácticamente imposible juntar a mis padres en la misma habitación. Y en cuanto uno de ellos lo descubra, empezará a despotricar y echarle las culpas al otro –sacudió tristemente la cabeza y cruzó y descruzó los pies. Sus botas moradas atrajeron momentáneamente la atención de Jason–. No quiero pasar por ello si puedo evitarlo.
Jason no recordaba que le hubiera contado mucho sobre sus padres. Principalmente habían hablado de trabajo y de la vida nocturna de Nueva York. Él siempre se había sentido atraído por Lauren, pero nunca parecía ser el momento adecuado para manifestarlo. Primero fue ella quien estaba saliendo con otra persona, y luego fue él, aunque ya ni siquiera se acordaba de con quién.
–Parece que has sufrido mucho con la separación de tus padres.
–En el pasado, tal vez –admitió ella. Sus ojos verdes destellaban al recibir las luces del salpicadero–. Pero ya no les permito que tengan el menor poder para afectarme.
–¿Estás segura? –insistió él, mirando el bolso–. Que ellos tuvieran una relación tormentosa no significa que nos vaya a pasar lo mismo a nosotros.
El brillo de los ojos de Lauren se tornó más frío que la nieve que seguía cayendo en el exterior.
–Y que tú hayas estado dentro de mi cuerpo no significa que tengas derecho a meterte en mi cabeza.
–Tienes razón –dijo él.
Le gustaban las agallas que demostraba tener Lauren. Al igual que otras muchas cosas de ella. Su ingenio, su ambición, incluso su obsesión por llenar su apartamento con flores y plantas. Y sobre todo, cómo se le encendía el rostro cuando él menos se lo esperaba.
–¿Que tengo razón, dices? ¿Me estás hablando en serio? –lo miró con una deliciosa expresión de sorpresa en sus exquisitos labios.
Jason tuvo que hacer un gran esfuerzo para contenerse. No era fácil, teniendo la cabeza llena de imágenes eróticas.
–Completamente. Te estoy escuchando –afirmó. Y era cierto. Quería escucharla con atención, pues los detalles eran muy importantes cuando había tanto en juego.
Aminoró la velocidad al aproximarse a su destino y ella lo miró con ojos entornados.
–He visto cómo trabajas… Nunca renuncias a tu objetivo, únicamente cambias de táctica. ¿Recuerdas cuando quisiste incluir el dibujo que hice de un velero en la campaña publicitaria de una colonia, a pesar de que el cliente estaba empeñado en la imagen de un vaquero?
Aquel velero acabó estampado en los frascos de colonia para hombre por todo el mundo, quedando el boceto original en su poder. Pero se estaban desviando del tema.
–Esto es más importante que el trabajo. Quiero que estés tranquila y feliz –y ya puestos a ser sinceros, podía añadir algo más–: Y además… te deseo. Antes eras hermosa, pero ahora estás impresionante.
–Tranquilízate, Romeo –le dijo ella, sonriendo, mientras él conducía hasta un pequeño restaurante–. Ya conseguiste acostarte conmigo…
–De eso hace mucho tiempo –sólo habían pasado cuatro meses, pero para él habían sido una eternidad ya que no había podido olvidarla. Ni siquiera había sido capaz de pedirle una cita a otra mujer. Lo máximo había sido invitar a una copa a una compañera de trabajo. Una copa, por amor de Dios…
Lauren volvió a sacar el móvil y pulsó el teclado numérico.
–¿Tu madre otra vez? –le preguntó él, dominando su irritación.
–No. Estoy comprobando el historial de llamadas –hizo un mohín con los labios–. Mmm… cuatro meses y ni una sola llamada tuya. No parece que hayas estado muy loco por mí.
¿Le había molestado que no la hubiera llamado? Jason había estado a punto de hacerlo, pero se lo pensó mejor al recordar cómo lo había echado a patadas después de hacer el amor. Tal vez hubiera malinterpretado su reacción. Por mucho que se enorgullecía de calar a las personas, en aquella ocasión no le importaría haberse equivocado.
Tal vez Lauren quería repetir la experiencia. Él sí quería, desde luego. No había dejado de desearla en ningún momento. Su fragancia floral impregnaba el interior del coche, y las suaves curvas de su cuerpo lo invitaban a buscar un lugar más íntimo para dar rienda suelta a los deseos contenidos. El embarazo complicaba las cosas, desde luego, pero quizá el sexo pudiera simplificarlas.
–Dejaste muy claro que no había futuro para nosotros.
–Mi opinión no ha cambiado.
–Todo ha cambiado –replicó él. El cuero del asiento crujió al girarse e inclinarse hacia ella.
Vio como las pupilas de Lauren se dilataban y que se balanceaba tímidamente hacia él. Pero aun así esperó y se tomó su tiempo para aspirar su exquisito olor. Deslizó un brazo sobre el respaldo del asiento y le puso la mano en el hombro para absorber su tacto y calor. Las curvas de Lauren encajaban a la perfección en el hueco de su brazo, pero se obligó a apartarse.
–Este embarazo establece nuevas prioridades. Cuanto antes lo aceptes, antes podremos pasar a lo bueno.
Ella se echó hacia atrás con un suspiro de frustración, pero Jason se mantuvo firme en su decisión. No iba a cometer el mismo error dos veces. Si existía la menor posibilidad de que ella también quisiera reanudar la relación sexual, él no iba a echarlo todo a perder por culpa de las prisas o las dudas. Era hora de empezar a hacer las cosas bien.
–Seguiremos hablando de esto después de la cena –dijo mientras se subía el cuello del abrigo–. Tengo una sorpresa para ti.
Estaba seguro de que a Lauren le encantaría el restaurante, pero tendría que confiar en sus dotes de persuasión para traspasar la inescrutable fachada de aquella mujer.
Las apuestas estaban demasiado altas como para considerar la posibilidad de un fracaso.
¿Qué demonios le había pasado?, se preguntaba Lauren mientras subía los escalones de su apartamento.
La cena con Jason había sido increíble. El restaurante rústico, propiedad de una familia italiana, estaba lleno de plantas y constaba de un patio que recordaba a un viñedo. La había conmovido el detalle. Jason se había percatado de su pasión por las plantas e intentaba complacerla.
Mientras subía, sentía su presencia tras ella. Pues claro que intentaba