Mi sola existencia es un signo de tu amor y de tu voluntad.
Pero tú has querido que también las cosas que yo hago cada día tengan un valor profundo, en toda su simplicidad y pequeñez.
Yo no soy capaz de hacerlo todo, pero lo que puedo hacer cada día es lo que tú has querido que yo le regale a esta vida.
Tú, que conoces el por qué y el para qué de cada cosa, ayúdame a verlo, Espíritu Santo.
Enséñame a valorarme, ayúdame a apreciar la misión que tú me has dado en este mundo, para que me alegre de estar aquí, entregado al servicio de Jesús.
Gracias por las personas que encuentro cada día, por el bien que pueda hacer y por la alegría de compartir.
¡Bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios! Amén.”
22 Después de invocar la presencia del Espíritu, trato de imaginar ese fuego infinito de amor que se convierte en viento impetuoso. Quizás me provoque temor tanto dinamismo. Entonces pido al Espíritu que destruya ese temor que me paraliza. Todos buscamos tener algunas seguridades, y nos aferramos a esas costumbres que nos hacen sentir firmes. De ese modo renunciamos al cambio, a la esperanza, al futuro. El Espíritu quiere desinstalarnos porque nos quiere vivos, no muertos en vida. Por eso, en su presencia, me hago las siguientes preguntas:
¿No será que el Espíritu está queriendo cambiar algo en mi vida y yo me resisto?
¿No será que he renunciado a tener nuevos amigos, a iniciar cosas nuevas, a cambiar algo, porque tengo miedo de desinstalarme, de perder mi comodidad, porque me aferro a mis propios planes con uñas y dientes y no estoy disponible para la novedad del Espíritu?
¿Siento que el estilo de vida que estoy llevando me permite levantarme cada día como si fuese una nueva aventura en el Espíritu? ¿O me levanto simplemente para sobrevivir, para cumplir, para soportar la existencia?
Le digo al Espíritu Santo que quiero vivir de otra manera, y le pido su fuerza para lograrlo.
23 “Ven Espíritu Santo. Porque yo fui creado para encontrar la felicidad, la verdadera paz, el gozo más profundo, pero todo eso sólo se en cuentra en ti. Las cosas de este mundo me dan alguna felicidad, pero al final siempre me dejan vacío y necesitado. Por eso te ruego, Espíritu Santo, que me des la gracia de abrirte mi interior y de amarte con todo mi ser, para alcanzar el gozo que vale la pena.
Quiero gozar de tu amistad, tu cariño, tu abrazo de amor, tu fuego santo. No permitas que me absorban las cosas del mundo y tócame con la caricia suave y feliz de tu ternura.
Ven Espíritu Santo, para que pueda entrar en el corazón de Jesús, para que sienta el llamado del Padre Dios que siempre me espera. Ven Espíritu Santo.
Amén.”
24 Podemos decirle al Espíritu Santo, con todo el corazón, estas palabras del Salmo:
“Tú eres mi Señor, mi bien, no hay nada fuera de ti… Tú eres mi herencia, mi copa, un lugar de delicias, una promesa preciosa para mí… Por eso se me alegra el corazón, retozan mis entrañas y hasta mi carne descansa serena… Me enseñarás el sendero de la vida, me hartarás de alegría ante ti, lleno de alegría en tu presencia” (Sal 16,2.5-6.9.11).
25 El que se hace amigo del Espíritu Santo no le teme a la soledad, porque el Espíritu Santo le va dando una fuerza emotiva, una firmeza afectiva que le permite tener relaciones sanas, no posesivas ni absorbentes. Eso le va ganando el aprecio de muchos y amistades más bellas y satisfactorias, sin angustias enfermizas.
Por algo dice la Biblia: “Busquen primero el Reino de Dios, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,33).
El amor nos llena el corazón cuando no nos obsesionamos por alcanzarlo. Lo importante es permitir que el Espíritu Santo nos regale el amor como él quiera, y no tanto como nosotros lo imaginamos.
Muchas veces no somos felices porque nos empecinamos en alcanzar una forma de felicidad, porque nos empeñamos en vivir la felicidad de una determinada manera. Pero hay muchas formas de ser felices. Hay que aceptar la que nos toque y vivirla con ganas.
Si dejamos que el Espíritu Santo nos haga vivir el amor como a él le parezca, entonces no existirá la soledad en nuestras vidas. Él es capaz de saciar nuestra sed de amor y de cariño.
26 “Sin el Espíritu Santo,
Dios queda lejos del mundo,
Cristo pertenece al pasado,
el Evangelio son palabras muertas,
la Iglesia, una organización más,
la autoridad, una tiranía,
la misión, pura propaganda,
el culto, un simple recuerdo,
el obrar cristiano, una moral de esclavos.
Con el Espíritu Santo,
Dios late en un mundo que se eleva
y gime en la infancia del Reino,
Cristo ha resucitado y vive hoy
el Evangelio es potencia de vida,
la Iglesia, comunión trinitaria,
la autoridad, servicio liberador,
la misión, permanente Pentecostés,
el culto, celebración y anticipo del Reino,
el obrar humano, realidad divina”.
Consejo mundial de las Iglesias, Uppsala 1968
27 El Espíritu Santo es Dios. Por eso podemos dirigirnos a él con estas hermosas palabras de los Salmos:
“Señor, qué precioso es tu amor. Por eso los humanos se cobijan a la sombra de tus alas, se sacian con tu hermosura y calman la sed en el torrente de tus delicias” (Sal 36,8-9).
“Dios mío, yo te busco, mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela como una tierra reseca y sedienta… Tu amor vale más que la vida, mis labios te adoran. Yo quiero bendecirte en mi vida y levantar mis manos en tu nombre. Y mi alma se empapará de delicias y te alabará mi boca con cantos jubilosos… Me lleno de alegría a la sombra de tus alas. Mi alma se aprieta contra ti, y tú me sostienes” (Sal 63,2-9).
“Señor, en ti me cobijo, no dejes que me quede confundido. Recóbrame con tu amor, líbrame” (Sal 31,2).
“Es bueno darte gracias, Señor, y cantar a tu nombre, anunciar tu amor por la mañana y tu fidelidad cada noche” (Sal 92,2-3).
28 El ser humano tiene también la capacidad de hacer cosas, de prolongarse en una obra, y también allí puede derramarse el Espíritu Santo para que lo vivamos de otra manera.
El Espíritu, que infunde dinamismo, también influye en nuestras actividades, en nuestro trabajo, en todo lo que hacemos, no sólo para que podamos hacerlo bien, sino para que esas actividades enriquezcan nuestra vida, para que no sean un peso o una simple obligación. Es decir, el Espíritu Santo puede hacer que esas actividades tengan un sentido, un “para qué” profundo que nos permita hacerlas con interés, con cierto gusto, y que nos sintamos fecundos en esa actividad. Podemos hacer algo por necesidad, o “porque sí”, pero también podemos hacerlo como una ofrenda de amor al Señor, o como un acto de amor a los hermanos, a la Iglesia, a la sociedad,