Para que les ayude a llevar sus cargas.
Derrama en mi interior, Espíritu Santo, una gran disponibilidad, para que sea capaz de dar sin medida, para que aprenda a compartir lo que tengo buscando la felicidad de los demás.
Enséñame a aceptar con ternura y serenidad que me quiten mi tiempo.
Muéstrame la grandeza de los que dan con alegría.
Ayúdame a descubrir la hermosura del manantial que siempre da; la belleza del cántaro, que existe para saciar la sed de los demás.
Ayúdame a reconocer la inmensa dignidad de todas las personas, que tienen derecho a ser parte de mi vida.
Dame un amor generoso y humilde, dispuesto a compartir con los demás mi propia vida, mis talentos, mis bienes.
Que pueda entregarme sin resistirme ante sus reclamos, amando a los demás con tu amor, y mirándolos con tu mirada.
Ven Espíritu Santo. Amén.”
28 “Ven Espíritu Santo. Hoy quiero entregarte mi futuro, hasta el último día de mi vida. Quiero caminar iluminado por tu divina luz, para saber adónde voy, para no desgastar energías en cosas que no valen la pena.
No quiero obsesionarme por el futuro. Y por eso, prefiero entregarlo en tu presencia y dejarme llevar por tu impulso. Espíritu Santo, sana mi ansiedad, para que acepte que cada cosa llegue a su tiempo y en su momento. Y sana mis miedos, para que pueda confiar en tu auxilio y me deje guiar siempre.
Tú que sabes lo que más me conviene, oriéntame y condúceme cada día, y protégeme de todo mal. Ven Espíritu Santo y toma mi futuro. Amén.”
29 En la encíclica “Dominum et Vivificantem” (57), Juan Pablo II invita a invocar al Espíritu que da la vida, para poder enfrentar los signos de muerte y las tentaciones de muerte que hay en el mundo actual.
Hay variadas maneras de elegir la muerte: los excesos, la venganza, la melancolía, el encierro, evadirse con la televisión, con internet, y muchas formas más.
Sería bueno preguntarme qué formas de muerte se han ido metiendo en mi vida, qué esclavitudes me han ido ahogando y no me permiten sentirme realmente alegre, feliz, vivo.
En un momento de oración ruego al Espíritu que entre en esos sectores oscuros y enfermos de mi existencia, le entrego esos lugares de mi ser y de mi vida cotidiana, y trato de liberarme para siempre de esos falsos dioses que no me dan la vida, sino que me la consumen inútilmente.
30 “Ven Espíritu Santo. Hoy quiero entregarte todo, para vivir con plena libertad interior, sin aferrarme a nada, sin apegos que me esclavicen.
Muchas veces me hago esclavo de tantas cosas y no soy capaz de renunciar a ellas. Así me lleno de tristezas e insatisfacciones.
Ven Espíritu Santo, toca mi corazón y regálame un santo desprendimiento, para que no pierda la paz cuando no logro conseguir algo, y para que no me angustie cuando algo se acaba.
Quiero caminar liviano, sin tanto peso en mis hombros. Quiero respirar libre, sin estar atado a tantas cosas y personas. Quítame esos apegos, Espíritu de libertad, para que pueda caminar alegre y sereno. Amén.”
31 “Espíritu Santo, tú eres Dios, abismo infinito de belleza donde se saciará toda mi sed de amor.
Mira mi interior, donde a veces habitan egoísmos, impaciencias, rechazos.
Regálame el don de la paciencia.
Quiero vivir el mandamiento del amor que me dejó Jesús, pero a veces me brotan malos sentimientos que se apoderan de mí.
A veces hago daño con mis palabras, con mis acciones, o con mi falta de amabilidad.
Ayúdame, Espíritu Santo, para que pueda mirar a los demás con tus ojos pacientes.
Quiero reconocer tu amor para todos los seres humanos, también para esas personas que yo no puedo amar con paciencia y compasión.
Todos son importantes para el corazón amante de Jesús, todos son sagrados y valiosos.
Nadie ha nacido por casualidad sino que es un proyecto eterno de tu amor.
Libérame de condenar y de prejuzgar a los demás.
Quisiera imaginar sus sufrimientos, sus angustias, esas debilidades que les cuesta superar.
Ayúdame a encontrar siempre alguna excusa para disculparlos y para no mirarlos más con malos ojos.
Derrama en mí toda la paciencia que necesito.
Ven Espíritu Santo. Amén.”
Febrero
1 “Ven Espíritu Santo, quiero dejar que tu suave soplo me acaricie. A veces no me siento digno de descansar un momento, de gozar en tu presencia, de aliviar mis cansancios en tu amor que restaura. Pero tú no esperas que yo sea perfecto para amarme. Simplemente me amas. Por eso quiero dejarte entrar, Espíritu Santo, para disfrutar por un momento de tu presencia santa, y simplemente dejarme estar en tu presencia. En ti hay infinita paz. En tu presencia todo se aplaca, se apacigua, se aquieta. Todos mis nerviosismos y mis tensiones se van sanando, y me doy cuenta que no vale la pena alimentar el odio, la tristeza, las vanidades que me hacen sufrir.
Ven Espíritu Santo, y trabaja silenciosamente en mi interior con tu gracia. Cura mi interior lastimado por tantas desilusiones, inquietudes y fracasos, por tantos sueños perdidos. Ven a sanar ese mundo inquieto que llevo dentro y regálame el descanso y la serenidad que necesito.
Sabes también que a veces te he fallado, te he rechazado, me he desviado. Pero rocíame y quedaré limpio, purifícame y quedaré más blanco que la nieve (Sal 51,9). Pasa por mi interior como agua de vida, que limpia, renueva, vivifica. Ven Espíritu Santo.
Amén.”
2 El que se empeña en encontrar su fortaleza en lo exterior, se va vaciando cada vez más por dentro, y va creando una horrorosa debilidad interior. Eso le hará experimentar cada vez más el miedo, y la desesperación porque todo se le acaba. Al mismo tiempo, va creciendo un tremendo rechazo por todo lo que sea límite o dolor. Por eso, en realidad sufre mucho más por el miedo a la enfermedad que lo que sufriría por la enfermedad misma.
Pero el hombre lleno del Espíritu, que se deja llevar por la existencia con el impulso de vida del Espíritu Santo, está cada vez más vivo, y así pierde todo temor al desgaste y al paso del tiempo.
Cada vez experimenta una seguridad mayor, vive cada día más “gozo y paz en el Espíritu Santo” (Rom 14,17).
Por eso, el que ha ido creciendo con el poder del Espíritu Santo, cuando tiene cuarenta años no aceptaría jamás volver a los quince o a los veinte, porque no desea volver a la inseguridad, a los temores, a la fragilidad interior, a la inestabilidad afectiva de los años jóvenes. Prefiere la firme vitalidad que le ha ido dando el Espíritu Santo con el paso de los años, y “en la vejez seguirá dando fruto, y estará frondoso y lleno de vida” (Sal 92,15). Cada día que pasa es crecimiento, es adquirir una nueva riqueza que lo hace feliz. Por eso ya no le teme al paso del tiempo, al desgaste. Al contrario, el tiempo que pasa le va dejando un tesoro, y sabe que cada desafío lo hará crecer más todavía en una vida que nunca se acaba.
3 “Ven Espíritu Santo. Hoy quiero pedirte que me ayudes a comunicarme con los demás. Enséñame a decir la palabra justa, a mirar a los