Con tu agua divina riega todas las cosas buenas que has puesto en mi vida, para que pueda hacer el bien. Enséñame a escuchar, para descubrir lo que los demás esperan de mí, y para que encuentren en mí generosidad y acogida.
Muéstrame la hermosura de abrir el corazón y la propia vida para encontrarme con los demás, y ayúdame a descubrir la belleza del diálogo. Dame la alegría de dar y recibir. Ven Espíritu Santo. Amén.”
4 Es necesario convencerse: el Espíritu Santo es plenitud vital, fuerza, gozo. No hay nada más vivo, más real, más lleno de energía. Necesito convencerme de que él ama mi vida, que me desea rebosante de vitalidad, y de que él puede realmente lograrlo si se lo permito de corazón.
Si no estoy convencido de esto, mi vida espiritual, mi fe, mi cristianismo, serán sólo una especie de barniz. Por fuera pareceré cristiano, pero por dentro estaré buscando la vida en otras cosas, y nunca la alcanzaré verdaderamente.
Dentro de nuestros deseos de vida, está la necesidad de experimentar que no estamos solos, que tenemos con quien compartir nuestra capacidad de amor. Pero no nos engañemos. Por más que estemos rodeados de mucha gente, hay un lugar del corazón, el centro de nuestra intimidad, donde no llega ninguna compañía. Allí siempre nos sentimos solos, si no nos dejamos penetrar por el fuego de amor que es el Espíritu Santo.
5 “Ven Espíritu Santo, porque a veces no entiendo qué sentido tienen las cosas que me pasan, y otras veces no sé para qué estoy viviendo.
Ilumina cada momento con tu presencia, para que pueda descubrir qué me quieres enseñar, para que sepa valorar cada momento y pueda vivir con ganas.
Espíritu Santo, llena de claridad todo lo que hoy me toque vivir, cada una de mis experiencias, para que pueda reconocer la importancia de cada cosa y me entregue de corazón en cada instante.
No dejes que haya momentos vacíos, oscuros, sin sentido. No dejes que mi vida se me vaya escapando sin vivirla a fondo.
Hazte presente en cada momento de esta jornada, para que sienta que vale la pena estar en este mundo. Ven Espíritu Santo.
Amén.”
6 Los que han dado su sangre por Cristo muestran hasta qué punto el Espíritu Santo puede fortalecernos. A veces pensamos que nunca seríamos capaces de soportar ciertas cosas, pero olvidamos que el Espíritu Santo puede fortalecernos de una manera maravillosa. Eso se ve claramente en los mártires.
Hoy la Iglesia celebra a San Pablo Miki y a otros 25 mártires, en su mayoría japoneses, que dieron su vida por Cristo el 5 de febrero de 1597. Son los primeros mártires de la época moderna. Hasta ese momento, la Iglesia veneraba sobre todo a los mártires de los primeros siglos, y cuando pensaba en el martirio recordaba a esos mártires de un pasado lejano. Pero cuando los cristianos se empeñaron decididamente en la evangelización de Asia, y se apasionaron por plantar la Iglesia en Japón y en otros países lejanos, entonces el martirio volvió a aparecer en abundancia, como semilla de nuevas comunidades. En 1597 dan la vida nueve misioneros jesuitas y franciscanos, junto con 17 laicos (un catequista, un médico, un soldado, tres monaguillos, etc.). Murieron crucificados a las afueras de Nagasaki sólo por pretender vivir públicamente su fe.
Los mártires que hoy celebramos, en su mayoría misioneros o predicadores, nos muestran hasta qué punto podemos entregarnos a la misión evangelizadora. Murieron dignamente, unos cantando, otros sonriendo, otros invocando a Jesús y a María, o exhortando a los testigos de la masacre a ser fieles al Evangelio.
Por otra parte, la multitud de creyentes que presenciaban el acto, los alentaba diciéndoles que pronto estarían en el paraíso.
En las Actas de los Santos se narra que Antonio, uno de los laicos crucificados, se puso a cantar un salmo “que había aprendido en la catequesis de Nagasaki”. Pidamos al Espíritu Santo que nos haga capaces de entregarnos hasta el fin, cantando y orando.
7 “Ven Espíritu Santo, dame un corazón simple que sea capaz de darlo todo, pero dejándote a ti la gloria y el honor.
Sana ese desgaste que sufrí por haber pretendido complacer a todos.
Libérame de la ansiedad que me enferma, por querer lograr la aprobación de todos.
Quiero aceptar a Jesús como Señor de todo mi futuro y de todos mis planes.
Ven Espíritu Santo. Que todo suceda como te parezca mejor.
Muéstrame interiormente que yo no soy un dios y que no puedo construir el futuro sólo con mi mente pequeña y limitada, con mis pobres fuerzas.
Ayúdame a ver lo bello que es depender de ti, dejando cada cosa en tus manos.
En ti seré fuerte, Espíritu Santo.
Tú eres Dios. Tú me protegerás y en ti todo estará seguro y feliz.
Aunque no se cumplan mis proyectos, tú me ayudarás a lograr lo que los demás necesitan de mí.
Ven Espíritu Santo. No dejes que me llene de ansiedad detrás de proyectos obsesivos, porque nada de este mundo vale tanto, nada es absoluto.
Quiero trabajar bajo tu luz, sabiendo que comprendes mis errores, que yo no soy un ser divino, y que siempre puedo empezar de nuevo, sin ansiedades.
Porque tú tienes confianza en mí.
Ven Espíritu Santo.
Amén.”
8 Para vivir bien es sumamente importante que pidamos la luz del Espíritu Santo y enfrentemos con coraje y sinceridad nuestros miedos, aunque precisamente nos cause terror encontrarnos con nuestros propios miedos. Porque cuando uno esconde sus temores, o pretende apagarlos sólo haciendo fuerza, pero sin mirarlos de frente, puede llegar a olvidar lo que le causaba miedo, pero ese temor no se va. Se convierte en un miedo etéreo, difuso, presente a cada momento, que se deposita en cualquier cosa; y así ya no sabe bien a qué le tiene miedo, y comienza a sentir temor por cualquier cosa, a perder la alegría de la vida sin saber bien por qué.
De ahí que sea muy sano ponernos en oración, invocar con deseos al Espíritu Santo, y decirle, en voz alta, a qué le tenemos miedo, reconocerlo sin vueltas.
Luego, tratar de ir despertando poco a poco la confianza en la acción del Espíritu, ofreciéndole cada área de nuestra vida, pidiéndole que él se apodere de todos los sectores de nuestra existencia con su poder infinito.
Imaginemos cómo el Espíritu Santo, con su luz, su potencia y su fuego, va dando firmeza a esas partes frágiles que quisimos sostener sólo con nuestras pobres fuerzas humanas.
9 “Ven Espíritu Santo. Hoy te pido que sanes mi miedo al fracaso. Quiero confiar en ti, sabiendo que todas mis tareas de alguna manera terminan bien si dejo que las bendigas y las ilumines.
Bendice con tu infinito poder todos mis trabajos y tareas.
Dame claridad, habilidad, sabiduría, para hacer las cosas bien, con toda mi atención, mis capacidades y mi creatividad.
No dejes, Espíritu Santo, que descuide mis trabajos, que me deje llevar por la comodidad o el desaliento. Tómame para que pueda ver qué hay que hacer en cada momento, y capacítame con tu poder.
Quiero trabajar firme y seguro con tu gracia. Sé que con tu ayuda todo terminará bien, y que si cometo algún error, también de eso sacarás algo bueno para mi vida. Ven Espíritu Santo. Amén.”
10 “Te doy gracias, Espíritu Santo,