29 “Una vez más quiero llegar ante ti, Espíritu Santo.
Aquí estoy, pequeño, pero importante porque tú me amas.
Débil, pero firme en la esperanza.
Preocupado por el sufrimiento de muchos hermanos, pero ofreciéndome para acompañarlos en su camino.
Inmerso en un mundo competitivo, pero dispuesto a la comunión y al perdón.
Conmocionado por la pérdida de valores, pero anunciando un mensaje que cambia los corazones.
Aquí estoy invocándote, Espíritu Santo.
Sopla, para que se desplieguen las velas de mi barca y me atreva a remar mar adentro.
Ven Espíritu Santo. Amén.”
30 Una vez más, intento contemplar con una mirada positiva a la gente que hay a mi alrededor, para descubrir los carismas que hay en mis compañeros, familiares, amigos. Es necesario repetir frecuentemente este ejercicio, para que la mirada no se nos vuelva demasiado negativa.
Doy gracias al Espíritu Santo por cada uno de esos carismas que él derrama en los hermanos, y me pregunto cómo puedo ayudarlos para que esos carismas den mejores frutos para bien de todos. Es hermoso dedicarse a regar las semillas buenas que hay en los demás, y ser como el jardinero del Espíritu Santo.
Me detengo a pedir al Espíritu Santo que me libere de los egoísmos y me ayude a hacer un acto de amor sincero y generoso hacia alguna persona. Trato de pensar en alguien que no me despierta simpatía a flor de piel, y me propongo regalarle un momento de felicidad, algo que lo haga sentir bien. Recuerdo que en esa experiencia de amor tendré un encuentro íntimo y profundo con un amor que me impulsa hacia el infinito, con el Espíritu Santo. Vale la pena intentarlo.
31 El Espíritu Santo es el término, el fruto del amor entre el Padre y el Hijo, y por eso es el gran regalo que nos hacen el Padre y el Hijo, derramándolo en nuestros corazones.
El Espíritu que el Padre y el Hijo nos regalan es también el principio de nuestra santificación. Por eso San Buenaventura considera que el Espíritu Santo es la Persona que se relaciona más directamente con nosotros, y de algún modo es el “más inmediato” a nosotros, el más íntimo (I Sent., 18,5, ad 3). Él es quien, poco a poco, puede hacernos verdaderamente santos.
Por eso la Escritura habla del “Espíritu de la gracia” (Heb 10,29), o de “la acción santificadora del Espíritu” (2 Tes 2,13; 1 Pe 1,2). Él es quien nos va convirtiendo en nuevas creaturas, y va reformando poco a poco los aspectos enfermos de nuestra limitada existencia.
¿Qué es lo que quisieras que el Espíritu Santo cambiara en tu vida?
¿Qué tipo de santidad te gustaría alcanzar?
Abril
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