Espíritu Santo, toma mi boca, usada muchas veces para reprochar, ironizar, criticar, mentir, para quejarse, para murmurar. Tómala Espíritu, y conviértela en un lugar de canción, de aliento, de perdón. Hazla capaz de decir la palabra justa, el consejo justo, las palabras fecundas de amor sincero, las palabras que diría Cristo. Y ábrela en un himno de alabanza al Resucitado.”
21 “Espíritu Santo, toma mis manos, que buscan poseer, dominar, que se cierran egoístas, que se aferran a los ídolos. Tómalas Espíritu, y conviértelas en caricia, servicio, sanación. Extendidas en ofrenda, abiertas para dar, elevadas para adorar, como las manos de Cristo.
Espíritu, toma mis piernas, a veces paralizadas, otras veces en camino hacia el mal, trepando hacia el poder y la gloria vana, o dando vueltas y vueltas, incapaces de avanzar. Conviértelas en valentía, en marcha decidida, en camino hacia el otro, en búsqueda, como las piernas de Cristo.
Espíritu, toma mi corazón, que se deja engañar y atrapar por tantos afectos torcidos, que se asfixia entre tantos deseos que lo dejan vacío y ansioso, que se endurece para que no le quiten nada, que se llena de criterios mundanos, que se vuelve negativo, duro, calculador. Tómalo Espíritu Santo, y conviértelo en ternura, en compasión, en libertad. Hazlo hambriento de Cristo, sediento de su amor, y capaz de amar como él al más pequeño, al más simple, al más pobre.”
22 El Espíritu Santo es el amor que une al Padre y al Hijo, y por eso es el que realiza también la unidad entre nosotros. Él es quien derrama el amor en nuestros corazones (Rom 5,5) para que podamos amar de verdad, construir puentes sobre los ríos que nos separan, destruir las barreras que nos dividen.
Es importante darse cuenta de la relación tan íntima que hay entre el Espíritu Santo y cada acto de amor que nosotros hacemos. Cuando estoy amando a un hermano estoy haciendo una experiencia de la Persona del Espíritu, estoy poseyéndolo y gozando de un modo particular a ese Amor que es el término infinito de esa inclinación de amor que hay entre el Padre Dios y su Hijo.
Es difícil entenderlo, pero es maravilloso tratar de vivirlo, reconocer la proyección infinita que tiene un solo acto de amor sincero.
23 El Espíritu Santo no sólo habita en la intimidad de cada ser humano. Él habita en la Iglesia entera. El amor es el vínculo perfecto de la unidad del cuerpo místico, y es el dinamismo del amor el que crea esos lazos misteriosos que hacen de un conjunto de individuos un solo cuerpo místico. La obra del Espíritu en el corazón de los hombres, a través del don del amor, posee un dinamismo eclesial, comunitario, popular. Por eso la Escritura pone en estrecha relación al Espíritu con el cuerpo místico fecundado por él (1 Cor 12,13), o con la Iglesia-esposa (Apoc 22,17). Pero además, la Escritura relaciona explícitamente al Espíritu con la “comunión” fraterna (2 Cor 13,13) y con la unidad (Flp 2,1; 1 Cor 12,3; Ef 4,3-4).
El Espíritu, modelo ejemplar de nuestro amor, es el término del amor de dos Personas, es la inclinación en que culmina el amor del Padre y del Hijo. Por eso, el dinamismo del amor en el corazón del hombre, necesariamente mueve a buscar la comunión con los demás.
Pero si nosotros nos resistimos al encuentro con los demás y nos aislamos en nuestros propios intereses, terminaremos expulsando al Espíritu Santo de nuestras vidas, y nos quedaremos terriblemente solos por dentro.
24 El Espíritu Santo también nos ayuda a descubrir que no somos dioses, que no somos el centro del mundo, que no vale la pena vivir cuidando la imagen y alimentando el orgullo. La verdad es que somos muy pequeños y pasajeros, y que no vale la pena gastar energías detrás de la vanidad o de la apariencia. Nuestro valor está en ser amados por Dios, no en la opinión de los otros.
Por eso los sabios son humildes, los que se dejan llenar por el Espíritu Santo son sencillos y no se dan demasiada importancia: los verdaderos santos son humildes.
Porque el Espíritu Santo no puede trabajar en los corazones dominados por el orgullo. Están tan llenos de sí mismos que allí no hay espacio para el Espíritu Santo; están tan ocupados cuidando su imagen que no tienen tiempo para abrirse a la acción divina.
Pero la humildad que infunde el Espíritu Santo no es la tristeza de las personas que se desprecian a sí mismas. Es la sencillez de quien se ha liberado del orgullo, y entonces sufre mucho menos. No tiene que preocuparse tanto por lo que digan los demás, y eso se traduce en una agradable paz, en una sensación interior de grata libertad.
25 Hoy celebramos la anunciación del ángel a María. Esto significa que estamos celebrando el momento en que el Hijo de Dios se hizo hombre en el vientre de la Virgen santa.
Pero eso es obra del Espíritu Santo (Lc 1,35).
Por eso, hoy festejamos esa acción maravillosa del Espíritu Santo que fue formando a Jesús dentro de María. La encarnación del Hijo de Dios debería llevarnos a una tierna gratitud y a una profunda alabanza al Espíritu Santo por esa obra tan preciosa.
Es bueno recordar que toda la belleza de Jesús, de su mirada, de sus palabras y de sus acciones, ha sido obra del Espíritu Santo, que lo formó admirablemente.
Por eso, nosotros podemos pedirle al Espíritu Santo nos forme de nuevo en el seno de María, para renacer a una vida mejor, transformados, embellecidos, y liberados de todo lo que arruina nuestra existencia. De esa manera, él nos hará nacer de nuevo, más parecidos a Jesús.
26 “Ven Espíritu Santo, entra en mi pequeño corazón para que pueda reconocer la grandeza del Padre Dios, y no le dé tanta importancia a mi imagen. Regálame una gran sencillez, para que reconozca claramente que yo no soy, ni puedo ser, el centro del universo. Entonces, los demás no tienen la obligación de estar pendientes de mí, girando a mi alrededor.
Prefiero girar alrededor del Padre Dios, para adorarlo, y alrededor de los demás, para servirlos. Dame la gracia de ser más sencillo para vivir feliz cada momento sin estar pendiente de mí mismo y de la mirada ajena.
Toma, Espíritu Santo, todos mis orgullos y vanidades, y quema todo eso con tu fuego divino.
Dame la sencillez de los santos, la alegría humilde de Francisco de Asís, la generosidad desinteresada de Teresa de Calcuta.
Ven Espíritu Santo, y regálame esa profunda sabiduría de la sencillez interior. Amén.”
27 Sería bueno que estuviéramos más atentos a todo lo que el Espíritu Santo siembra en el mundo, en todas partes, aun en aquellos que no tienen fe. El Señor nos invita a un diálogo con el mundo, y nos propone también descubrir los signos de esperanza que hay a nuestro alrededor. No todo está perdido, porque el Espíritu Santo actúa siempre y en todas partes; y aun a pesar del rechazo de los hombres, él logra penetrar con sutiles rayos de luz en medio de las peores tinieblas.
Entonces, la actitud del hombre del Espíritu no es la de señalar permanentemente lo corrupto, sino también la de descubrir y alentar los signos de esperanza.
Ojalá cada uno de nosotros pueda dar un paso maravilloso: salir de la tristeza, de la queja amarga, del rencor, y tratar de descubrir qué ha sembrado el Espíritu Santo en sus amigos, en sus vecinos, en su lugar de trabajo, en su comunidad. Y dedicarse a fomentar, a alentar esos signos de esperanza.
¡Cuánto bien hacen esas personas que son capaces de descubrir y de estimular las cosas buenas que hay a su alrededor! Más que luchar por destruir las sombras, se desviven por alimentar la luz. Y a través de ellos el Espíritu Santo se derrama como lenguas de fuego.
28 “Ven Espíritu Santo, y toca mi interior con tu divina luz para que pueda descubrir que no todo es negro, porque existes tú, hermosura infinita. No puedo verte con los ojos de mi cuerpo pero tu gracia me permite reconocerte con la mirada del corazón.