Clay intentó apartarse con torpeza, pero sus piernas estaban atrapadas debajo de su agresor. Esperaba que la primera puñalada no le matase, o que el hombre entendiera en medio segundo que él no había querido hacerle daño, algo que no parecía muy probable.
Gabriel atravesó el espejo dando una voltereta, como si alguien lo hubiese empujado, y aterrizó sobre Clay, lo que sin duda no mejoró sus probabilidades de que no lo apuñalaran. Luego Moog se lanzó entre gritos, como un niño que cae por el tobogán en un parque. El hombre del cuchillo recibió otra patada accidental, en la mandíbula esta vez, y se desmayó con la facilidad con la que se apagaría una vela en un huracán.
—¡Por los dioses! —El mago se incorporó y se puso de rodillas—. Discúlpeme, señor...
—Ni te molestes, Moog. Está inconsciente —dijo Clay y señaló el cuchillo que el otro seguía aferrando con su mano flácida—. Y también intentó matarme.
—Oh. Qué maleducado.
—Pues sí —dijo Clay. “Aunque fui yo quien lo atacó primero”.
Gabriel se volvió para ponerse boca arriba y se apartó el pelo de la cara.
—¿Dónde estamos?
Echaron un vistazo a su alrededor: era una habitación enorme y adornada con muebles caros. De las paredes colgaban cuadros y tapices lujosos, y el techo lucía una pintura que representaba una escena de la Guerra de la Restitución, cuando la humanidad había conseguido hacer retroceder a las Hordas del Corazón de la Tierra Salvaje que habían empezado a darse un banquete con los restos del Antiguo Dominio. Junto a una de las paredes había una enorme cama cubierta por unas diáfanas cortinas blancas.
—Estamos en el castillo de Brycliffe —dijo Moog—. Es la misma habitación que la última vez: la alcoba real.
—Eso quiere decir que... —empezó a decir Clay.
—Matrick está aquí —terminó Gabriel.
Clay frunció el ceño.
—¿Cómo? ¿Por qué lo dices?
Gabe se encogió de hombros.
—Porque es el rey de Agria y porque está ahí mismo. —Señaló la cama.
No cabía duda de que la persona que estaba en ella era Matrick. El rey, que había subido mucho de peso desde la última vez que Clay lo había visto, estaba despatarrado sobre una maraña de sábanas de seda, dormido y roncando.
—¿Matty? —Moog corrió hacia la cama, cruzó el hueco entre las cortinas y empezó a agitar a su antiguo compañero de banda, como un niño empeñado en despertar a sus padres la mañana del día de su cumpleaños—. ¡Matty, despierta!
El ladrón malhumorado, fanfarrón, borracho y deshonesto que ahora se había convertido en el gobernante de uno de los cinco grandes reinos de Grandual se despertó sobresaltado.
—¿Qué? ¿Quién? —Se apartó del mago agitando los brazos, y salió a toda prisa de la cama hasta caer al suelo. Luego gritó—: ¡Asesinos!
Las puertas dobles de la habitación se abrieron de golpe y entró un par de guardias con las espadas desenfundadas. Al mismo tiempo, un desconocido salió del espejo, estaba envuelto en volutas de humo naranja. Era uno de los matones de Kallorek: la mole armada con la maza que había hecho añicos el rostro de Steve.
Clay miró con desesperación tanto a los guardias como al descomunal recién llegado. Su primera reacción fue mirarlo de arriba abajo, pero se detuvo cuando llegó a la entrepierna.
—Eh... ¿quieres que te dejemos solo? —le preguntó.
La mole frunció el ceño y luego siguió la mirada de Clay para comprobar el bulto incuestionable que le inflaba los pantalones. Se giró un poco, avergonzado, aunque verlo de perfil tampoco ayudaba demasiado.
Clay solo pudo empezar a abrir la boca antes de que Moog lo interrumpiera.
—Es la filacteria —explicó—, ¿recuerdas? La explosión, el humo... —rio entre dientes y les dedicó una sonrisa llena de vergüenza y arrogancia a la vez—. “De cero a héroe”, como dice la publicidad.
—Eso lo explica todo —dijo Gabe, mientras señalaba también sus pantalones.
—Ah, y yo también —dijo Moog—. ¡Miren!
Clay no miró. No necesitaba hacerlo. Tenía muy claro a qué se refería el mago.
Se hizo otro silencio, infinitamente más incómodo que el anterior. Uno de los guardias terminó por romperlo:
—Alteza, ¿qué deberíamos...? ¿Alteza?
El rey estaba encorvado y se agarraba la panza, como si acabaran de atacarlo. Clay oyó un bufido, y luego Matrick echó la cabeza hacia atrás y empezó a reír a carcajadas. El matón de Kallorek gruñó como un perro amenazado. Los nudillos de la mano con la que sostenía la maza se pusieron muy blancos.
Era la única señal que necesitaba Clay. Con un solo movimiento, se quitó Corazón Oscuro del hombro y lo sujetó con fuerza. Avanzó hacia la mole, quien ya había levantado la pesada maza de metal y se dirigía hacia Gabriel, que aún intentaba reincorporarse. La maza estalló contra el escudo con un retumbar sordo antes de desviarse. La fuerza sacudió los antebrazos de Clay, que sintió latigazos de dolor que se le extendieron hasta los hombros. Había pasado meses sin meterse en una pelea de ningún tipo y años desde que se había enfrentado a algo que tuviera alguna posibilidad de matarlo.
“Más te vale que te sacudas el polvo rápido, Mano Lenta”, pensó. Vio que la maza volvía a elevarse y, en esta ocasión, detuvo el golpe con antelación y consiguió desviarla bien. El siguiente paso era darle un puñetazo al tipo, pero mientras pensaba en hacerlo recibió una patada en mitad del pecho. Trastabilló hacia atrás y se dio un buen golpe contra uno de los gruesos postes de la cama.
Los guardias del rey no se habían movido, porque no tenían muy claro a quién tenían que atacar —un dilema con el que Clay también podía llegar a identificarse. La mole se había recuperado y empezaba a levantar la maza, como un leñador que se prepara para volver a golpear un tronco. No tuvo tiempo de buscar algo le sirviera de arma —como un candelabro o un libro grueso—, y tampoco podía apartarse porque habría dejado a Gabriel demasiado expuesto, por lo que decidió abalanzarse sobre su enemigo.
El golpe de la maza vino por la izquierda. Clay se colocó Corazón Oscuro en el hombro y se inclinó hacia ese lado para que el golpe no lo tirase al suelo. Luego esquivó un torpe revés y se lanzó al aire para golpear el rostro de su oponente con la cara retorcida de madera que había en su escudo. La mole dio un paso atrás, y luego otro. Clay aprovechó la ventaja para presionar y le dio un puntapié, lo que obligó a su enemigo a volver a entrar por el espejo, que se hundió como una piedra que cae al agua. Después, Clay volteó hacia la cama.
—Moog, ¿qué puedo hacer para que no vuelva a entrar?
El mago extendió los brazos:
—¿Y si pruebas meter la cabeza y pedírselo por favor?
—Moog... —Clay sintió que empezaba a acabársele la paciencia. Su hija de nueve años era más fácil de tratar que este hechicero anciano y senil.
Por suerte, Gabriel era más listo que ambos. Dio un paso al frente y colocó el espejo boca abajo en el suelo.
—Gracias —dijo Clay.
Gabriel le dedicó una sonrisa con los labios apretados y apartó la mirada al instante.
El torrente de alegría que había emanado de Matrick terminó por convertirse en poco más que un goteo. Soltó una risilla nerviosa, mientras se colocaba junto a los guardias y les daba unos golpecitos en