Reyes de la tierra salvaje (versión latinoamericana). Nicholas Eames. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Nicholas Eames
Издательство: Bookwire
Серия: La banda
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789874793140
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detrás y cuya enorme figura se elevaba varias cabezas por encima de ella. Tenía aspecto de norteño y era el mismo que había entrado en la alcoba real la noche anterior. Era más joven de lo que Clay había percibido antes, pero parecía alguien muy capaz en su oficio, y además era demasiado guapo. Tenía la nariz como muchos de los kaskareños que Clay había conocido: ganchuda como el pico de un halcón, y no había apartado la mirada de Lilith en ningún momento durante toda la mañana.

      Clay estaba seguro de que se estaba acostando con la reina, lo que hacía que la noticia que acababa de dar ella fuera aún más interesante.

      Moog rompió el silencio con un aplauso lento que dejó a su paso un silencio mucho más incómodo.

      El rey, al menos, tuvo tiempo de tragarse su orgullo y la comida.

      —Es... una noticia estupenda, amor.

      —¿Sí? —La sonrisa de Lilith estaba cargada de rencor—. Los augurios afirman que será un niño. Van a tener un hermanito —dijo en dirección al quinteto de niños que estaban sentados a un lado de la mesa.

      Clay los vio reaccionar uno a uno. Los gemelos eran los más jóvenes, y se limitaron a reír entre dientes antes de seguir comiendo. Lillian, cuya piel morena como una cáscara de nuez contrastaba con el intenso azul de sus ojos, no se mostró sorprendida, seguramente porque sabía el fastidio que la esperaba por tener otro hermano varón. Kerrick, el más gordo, puso cara de sorpresa. Abrió mucho la boca, y Clay vio toda la comida que quedaba en el interior. Danigan, el mayor de todos y pelirrojo con pecas, asintió sin alzar la cabeza.

      —Pero yo no quiero otro hermano —dijo Kerrick.

      —Yo tampoco —aseguró Lillian, que se sumó a la protesta.

      Su madre los miró con frialdad:

      —Bueno, yo tampoco quería dar a luz a una monstruosidad de cinco kilos y medio ni a una chica, pero así son las cosas. La vida no es justa, ¿verdad? Kerrick, comparte ese plato con tu hermana. Diría que ya has comido más que suficiente y tu hermana está flaca como una mendiga.

      Clay no pudo evitar abrir la boca de par en par. Como era de esperar, tanto Kerrick como Lillian empezaron a llorar, momento que los gemelos también aprovecharon para hacer lo propio pero con más fuerza. El único que se quedó en silencio fue el hijo mayor, que no dejaba de llevarse cucharadas de huevo a la boca con un notorio desinterés.

      Matrick se atusó el pelo ralo.

      —Bueno, niños, su madre no quiso decir eso. Solo quería... —dedicó una mirada cargada de desesperación al otro extremo de la mesa—. Es por el bebé —explicó—. La pone de mal humor. Eso es todo. ¿Verdad, amor?

      —Será eso, sí —dijo Lilith—. Y también me deja terriblemente cansada. Creo que voy a echarme una breve… siesta antes de que partamos al concilio. Lokan, ¿serías tan amable de escoltarme a mis aposentos?

      —Será un placer —dijo el guardia, con un tono que no hizo sino confirmar las sospechas de Clay.

      Los dos abandonaron el salón tomados del brazo, pero Matrick no parecía nada afectado y se centró en tratar de tranquilizar a los niños.

      —Vamos, Kerrick, termina tu comida. Lil, ¿podrías pasarle el jugo a tu hermano pequeño antes de que lo derrame? Bien, buena chica.

      Consiguió convencer a los niños para que lavaran los platos, y Clay contempló con total fascinación cómo se desenvolvía con ellos. El Matrick que él conocía era una persona malhablada y ladina que solía pasar más tiempo borracha que sobria. Era alguien que se acostaba con una mujer diferente todas las noches… o con varias cuando lo desbordaba la ambición. Un ladrón magistral y también un asesino despiadado, que empuñaba Roxy y Grace (nombres que les había puesto a sus dagas en honor a las prostitutas con las que había perdido la virginidad) como si fueran un par de colmillos sedientos de sangre y el resto del mundo fuera su presa.

      ¿Quién iba a pensar que iba a convertirse en tan buen padre? ¿O en un rey competente incluso? Se decía que Agria era un reino próspero, y Matrick parecía estar criando a unos buenos niños incluso sin la ayuda de Lilith. Le fueron pidiendo permiso para marcharse y dándole un beso en la mejilla uno por uno antes de ir con sus tutores.

      Matrick pidió a los guardias que también se retiraran y, después de que los sirvientes les ofrecieran un café a todos, también los invitó a estos a salir. Clay contempló horrorizado cómo Moog volcaba en la taza medio cuenco de azúcar.

      —¡Me gusta dulce! —dijo el mago.

      Matrick tomó un frasco de alguna parte y vertió unas gotas de bebida. Luego lo removió distraído y con la mirada perdida. Moog terminó la taza y colocó su dedo lleno de saliva en el cuenco de azúcar para luego llevárselo a la boca.

      —Bueno, Matty —empezó a decir—. Te deseamos...

      —¡Shhh! —lo interrumpió el rey con un dedo levantado. Luego miró de reojo hacia la puerta de la cocina, se inclinó sobre la mesa y susurró—: Sáquenme de aquí.

      —¿Qué? —exclamó Gabriel.

      El rey articuló las palabras con una lentitud exagerada.

      —Que. Me. Saquen. De. Aquí.

      —¿Por qué? ¡Eres el rey, Matrick! —exclamó Moog con desconcierto—. Dijiste que estabas ocupadísimo. Los niños...

      —¡No son míos! —lo interrumpió—. ¿Es que no los has visto bien? Amo a esos pequeños bastardos tanto como una barra libre, pero ¡estoy seguro de que yo no he tenido nada que ver en su concepción!

      —O sea, que... —empezó a decir Clay, y luego bajó la voz—. O sea...

      —O sea que cuando la reina se quedó embarazada de los gemelos —continuó Matrick—, yo estaba pescando en Fantra. O sea que Lillian tiene los ojos de su padre… ¡y los míos no son azules, maldición! Y Kerrick es más alto con diez años que yo cuando tenía veinte, y Danigan, bueno... —Hizo un ademán frenético con el que abarcó toda su cabeza—. ¿Ven que sea pelirrojo acaso? Tardé cuatro hijos más en darme cuenta de que todos tenían algo de Lilith y algo del bibliotecario del castillo, del embajador de Narmeer o del puto jardinero, que pensaba que era gay, por cierto. No te ofendas, Moog.

      El mago se sacó un dedo de la boca.

      —¿Por qué me iba a...?

      —Y ahora está embarazada otra vez —Matrick soltó una carcajada amarga—. ¡Apuesto todo mi reino a que el hijo que espera es alto como un árbol y le gustan las tetas de su madre tanto como a sir Lokan, ese bastardo despreciable de Kaskar!

      Matrick había empezado a gritar, sin preocuparse de que alguien pudiera oírlo desde la cocina.

      —¿Y por qué no te marchas? —preguntó Gabriel.

      —¡Lo he intentado! —gimoteó—. Los guardias no me dejan. Son muy leales a Lilith. No tengo ni idea de por qué.

      Clay sí tenía cierta idea.

      —¿Y de qué le sirve tenerte aquí? —preguntó.

      —Le preocupa que me marche y tenga un hijo que pueda reclamar el trono. Me dijo que me mataría si conseguía escapar, pero creo que ahora está tramando acabar conmigo. ¿Recuerdan el hombre que entró en la alcoba anoche, ese al que le diste la patada cuando salieron por el espejo? Pues era uno de sus asesinos. No es el primero que envía para matarme, y no será el último si me quedó aquí. Tengo que escapar y necesito que me ayuden. No creo que Lilith encuentre a alguien tan imbécil como para seguirme al Corazón de la Tierra Salvaje.

      Moog se lo quedó mirando:

      —Un momento, ¿eso significa que vendrás con nosotros a Castia?

      —Claro que voy —dijo Matrick—. Son la única familia que tengo, amigos.

      “Ahí está”, pensó Clay, “esa cálida y acogedora sensación en el