Reyes de la tierra salvaje (versión española). Nicholas Eames. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Nicholas Eames
Издательство: Bookwire
Серия: La banda
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418711091
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romperse.

      Al mismo tiempo, cientos de arañas empezaron a descender de la tela para ver a qué venía tanto escándalo. Fue una visión muy inquietante, ya que parte de la mente de Clay aún pensaba que las arañas eran en realidad estrellas y se estremeció al creer que el cielo caía sobre su cabeza. Reprimió las ganas de vomitar por un sinfín de razones y luego gritó con todas sus fuerzas:

      —¡Moog!

      —¡Ya voy! —respondió el mago, también a voz en grito.

      Había empezado a abrir las jaulas de su zoológico de la podredumbre. El elefante que tenía el tamaño de un perro corrió a toda prisa hacia la puerta, y Moog hizo un gesto con la mano y pronunció una palabra para prender fuego bajo el crisol de vidrio más grande que tenía. Luego tiró dentro un frasco con un líquido rojo antes de empezar a subir los escalones de dos en dos. Alzó la vista al llegar al segundo piso y vio el rictus de terror en el rostro de Gabriel.

      —¡Vaya! ¡Habéis encontrado a mis mascotas!

      —¿Mascotas? —preguntó Gabe con tono escéptico—. Moog, son arañas.

      El mago hizo un ademán para quitarle importancia.

      —¡Pero si no hacen nada! Bueno, la mayoría no hace nada. Una me mordió una vez y me volví invisible durante una semana. Estuvo genial, la verdad, pero menudo rollo ir a hacer la compra. Sea como fuere, son útiles porque se comen a los murciélagos. —Tiró la bolsa en manos de Clay—. Aguántamela.

      Luego se agachó junto a la cama, extendió el brazo y sacó un espejo que medía de largo lo mismo que Clay de alto. Gabriel lo señaló.

      —¿Eso es lo que creo que...?

      —Exacto —confirmó Moog sin dejar tiempo a Gabe para terminar la frase—. ¡Espero que siga funcionando!

      Metió un dedo en el cristal como si comprobase la temperatura de un estofado, y se formaron unas ondas que se extendieron a partir de su dedo y distorsionaron el reflejo de Clay y Gabriel, que lo miraban con el rostro cargado de preocupación.

      El espejo tenía un hermano gemelo y ambos estaban encantados, por lo que se podía entrar por uno y salir por el otro, sin que importara la distancia que hubiese entre ellos. La banda lo había usado con anterioridad para rescatar a Lilith, la esposa de Matrick, que en su época era la princesa de Agria. Había sido secuestrada en su decimoctavo cumpleaños por un pretendiente que terminaría por convertirse en un secuestrador, un noble de poca monta empecinado en llegar a ser rey. Había entrado en el espejo que se encontraba en los aposentos de la doncella y salido por el que se encontraba en la alcoba real justo a tiempo para evitar que el noble despojara de su preciada virginidad a la princesa.

      Habían tenido mucha suerte, porque, de no ser así, la chica no podría habérsela ofrecido a Matrick esa misma noche.

      La puerta de la torre salió despedida y quedó convertida en astillas, y Kallorek y sus matones entraron en el lugar liderados por aquella mole que portaba la maza.

      Moog negó con la cabeza.

      —Mierda, pensaba que... —Hubo un estallido de luz y el crisol del piso de abajo explotó en una nube de humo de un naranja reluciente. El mago les indicó con aspavientos que entraran en el espejo—. ¡Rápido! ¡Adentro! —gritó.

      —¿Qué ha sido eso? —preguntó Gabe, que se había cubierto la boca mientras las volutas de humo empezaban a rodearlos. Empezaron a picarle los ojos, y olió un dulzor nauseabundo similar al de fruta madura a punto de pudrirse.

      —¡Mi filacteria! ¡Rápido! —gritó Moog entre el coro de toses y estallidos de cristales que venía del piso de abajo.

      Clay se decidió al ver que nadie daba el primer paso. Negó con la cabeza, soltó un taco por verse obligado a ser siempre el primer imbécil y saltó al espejo como quien salta directo a su muerte desde un acantilado.

      11

      Salió de lado, sin tener muy claro cuándo había empezado a gritar con toda la fuerza de sus pulmones.

      Un hombre se giró al oírlo, y Clay vislumbró cómo abría los ojos como platos antes de practicar en la cara de ese tipo lo que bien podría llegar a describirse como una patada voladora.

      Su víctima accidental y él cayeron juntos al suelo. Clay estuvo a punto de empezar a disculparse, pero el hombre se giró hacia él con mirada iracunda y un rostro sanguinolento junto al que se encontraba la punta retorcida del cuchillo curvado que tenía en la mano.

      Clay intentó apartarse con torpeza, pero tenía las piernas atrapadas debajo de su agresor. Esperó que la primera puñalada no le matase. O que aquel hombre entendiera en medio segundo que él no había querido hacerle daño, algo que no parecía muy probable.

      Gabriel atravesó el espejo dando una voltereta, como si alguien lo hubiese empujado, y aterrizó sobre Clay, lo que sin duda no mejoró sus probabilidades de que no lo apuñalaran. Luego Moog se lanzó entre gritos, como un niño que se tira por el tobogán en un parque. El hombre del cuchillo recibió otra patada accidental, en la mandíbula esta vez, y se desmayó con la facilidad con la que se apagaría una vela en un huracán.

      —¡Por los dioses! —El mago se incorporó y se puso de rodillas—. Discúlpeme, señor...

      —Ni te molestes, Moog. Está inconsciente. —Clay señaló el cuchillo que el otro seguía aferrando con su mano flácida—. Y también ha intentado matarme.

      —Vaya. Qué maleducado.

      —Pues sí —convino Clay.

      “Aunque lo cierto es que fui yo quien lo atacó primero”.

      Gabriel se volvió para ponerse boca arriba y se apartó el pelo de la cara.

      —¿Dónde estamos?

      Echaron un vistazo a su alrededor: era una estancia enorme y adornada con muebles caros. De las paredes colgaban cuadros y tapices lujosos, y el techo lucía una pintura que representaba una escena de la Guerra de la Recuperación, cuando la humanidad había conseguido hacer retroceder a las Hordas de la Tierra Salvaje Primigenia que habían empezado a darse un banquete con los restos del Antiguo Dominio. Junto a una de las paredes había una enorme cama cubierta por unas diáfanas cortinas blancas.

      —Estamos en el castillo de Brycliffe —dijo Moog—. Es la misma habitación que la última vez: la alcoba real.

      —Eso quiere decir que... —empezó a decir Clay.

      —Que Matrick estará aquí —terminó Gabriel.

      Clay frunció el ceño.

      —¿Cómo? ¿Por qué lo dices?

      Gabe se encogió de hombros.

      —Porque es el rey de Agria y porque está ahí mismo.

      Señaló la cama. No cabía duda de que la persona que estaba en ella era Matrick. El rey, que había subido mucho de peso desde la última vez que Clay lo había visto, estaba despatarrado sobre una maraña de sábanas de seda, dormido y roncando.

      Moog se giró hacia la cama.

      —¿Matty? —Se abalanzó hacia ella, cruzó el hueco entre las cortinas y empezó a agitar a su antiguo compañero de banda, como un niño empeñado en despertar a sus padres la mañana del día de su cumpleaños—. ¡Matty, despierta!

      El ladrón inmoral, putañero, borrachuzo y malhablado que ahora se había convertido en el gobernante de uno de los cinco grandes reinos de Grandual se despertó sobresaltado.

      —¿Qué? ¿Quién? —Se apartó del mago e hizo aspavientos con los brazos al tiempo que salía a toda prisa de la cama y caía desmañado al suelo. Luego gritó:

      —¡Asesinos!

      Las puertas dobles de la estancia se abrieron de improviso y entró un par de guardias a toda