Reyes de la tierra salvaje (versión española). Nicholas Eames. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Nicholas Eames
Издательство: Bookwire
Серия: La banda
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418711091
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a intentarlo. Kallorek y sus gólems lo miraron en silencio. Sin duda el agente se lo estaba pasando muy bien, pero a los gólems no parecía importarles una mierda nada de lo que ocurría a su alrededor. Clay se dio cuenta de que había aguantado la respiración. Rezó en silencio para que Vellichor se soltase de repente y se oyese el sonido metálico de la espada al caer al suelo.

      Pero en lugar de eso lo que oyó fue un tenue gimoteo, tan sutil que parecía venir desde muy lejos. Luego se empezó a oír cada vez más alto, hasta convertirse en un chillido largo y persistente emitido por Gabriel al tirar con todas sus fuerzas de la espada. Terminó por rendirse y se quedó junto a la estatua jadeando y mirándose las manos como si acabaran de traicionarlo.

      —Bueno, Mano Lenta. —Kallorek había vuelto a adoptar ese tono conciliador y amable—. Veo que aún tienes Corazón Tiznado. Cuando vuelvas a tu casa en el norte, seguro que volverás a colgarlo de una pared, qué desperdicio. ¿Qué te parece si te lo compro?

      —No está a la venta —replicó Clay, a quien no le gustaba para nada el giro que acababa de tomar la conversación.

      —Pero, venga, qué más te da, hombre. Diría que una reliquia como esa vale unas... ¿Qué te parecen quinientas marcoronas? Seguro que un hombre como tú aprovecha mejor el dinero que un escudo viejo y deteriorado, ¿verdad?

      “¡Quinientas marcoronas!”

      Clay intentó mantener el rostro impertérrito. Kallorek nunca había sido una persona dada a regateos si podía zanjar el negocio de un plumazo. Quinientas monedas de oro serían la puerta a una nueva vida. Podría enviar a su hija a una buena universidad en Hozford. Dejar de trabajar en la guardia de la ciudad y también abrir esa posada de la que Ginny y él tanto habían hablado. Siempre se había imaginado que colocaría a Corazón Tiznado en un lugar de honor sobre la chimenea de esa supuesta posada, pero ya se le ocurriría otra cosa que poner en aquel lugar. Puede que un cuadro. O la cabeza de un venado. ¿A quién no le gusta contemplar la mirada perdida de la cabeza cercenada de un animal mientras disfruta de una buena cena?

      Kallorek se dio cuenta del titubeo de Clay y continuó, con el tono dulce y embaucador de un delicioso sirope.

      —Te has embarcado en una misión imposible, Mano Lenta. Tendrás suerte si lo único que pierdes en ella es ese escudo. —Cabeceó hacia Gabriel, quien se había subido a la estatua e intentaba desesperado arrancarle los dedos de piedra—. ¿De verdad quieres arriesgarte a cruzar la Tierra Salvaje Primigenia? Si no te matan los monstruos, te matarán los hombres ferales. O la podredumbre... —Negó con la cabeza—. ¿Y de verdad crees que el resto de la banda lo dejará todo para unirse a vosotros? Moog ha montado un buen negocio que lo mantiene ocupado. Matrick se ha convertido en rey, así que no pienses ni por asomo que va a dejar de serlo por vosotros. Y Ganelon... Ganelon os odia lo que no está escrito, y creo que por razones más que justificadas.

      —¡Ay!

      Gabe acababa de cortarse con el filo de Vellichor. Se llevó la mano llena de sangre al pecho y le dio unas buenas patadas a la hoja con la esperanza de que se soltase de una vez.

      “El pobre Vespian tiene que estar revolviéndose en su tumba”, pensó Clay. No pudo evitar sonreír al pensar que quizá las palabras que le había dicho en su lecho de muerte habían sido: “Dale unas buenas patadas cuando lo necesites...”.

      Kallorek rio.

      —La estatua tiene un encantamiento —dijo a Clay—. Nunca la soltará a menos que se rompa el hechizo. No podía arriesgarme a que me la robara el primero que entrase aquí, ¿no crees?

      Clay suspiró. Sabía que tenía que decírselo a Gabriel, aunque a su amigo no iba a gustarle nada. Kallorek había tomado el suspiro y el silencio posterior de Clay por una señal de resignación.

      —Sabía que entrarías en razón, Mano Lenta. Siempre fuiste el más listo del grupo. Francamente, me sorprende que Gabe haya podido arrastrarte hasta aquí, pero parece que al final te ha salido bien la jugada, ¿eh? Venga, déjame ese escudo e iré a buscarte el dinero.

      Clay le dedicó una sonrisa educada.

      —Ni de broma, Kal.

      La enorme sonrisa del agente se encogió como una polla al entrar en contacto con el agua helada.

      —Vaya. ¿Ni de broma? —Kallorek se colocó frente a Clay al ver que él había empezado a avanzar hacia la tarima—. Rosa está muerta. Lo sé. Valery lo sabe. Vosotros sois los únicos bufones a este lado de la Tierra Salvaje que parecen no haberse enterado aún. Ha muerto, igual que morirá Gabe si es tan imbécil como para ir en su busca. —El agente estaba tan cerca que a Clay le llegó el olor nauseabundo de su aliento—. Mi oferta por el escudo acaba de cambiar. Cien marcoronas. Acepta las cien monedas y te prometo que no te tiraré a ti ni a ese saco de mierda a la puta piscina con una coraza completa. ¿Qué me dices?

      —¿Qué piscina? —preguntó Clay y, al ver que el agente empezaba a coger aire para responderle con rabia, agarró el medallón que había usado para controlar a los gólems y le dio un fuerte puñetazo en la cara. Kallorek trastabilló hacia detrás, se tropezó con el sarcófago dorado de Kit el Inmortal y la cadena del medallón salió despedida por los aires en una explosión de eslabones rotos.

      —A ver qué te parece mi contraoferta, Kal —dijo Clay al tiempo que examinaba el medallón. Le dio la impresión de que había empezado a vibrarle en la mano y lo notó extrañamente cálido al tacto—. Empiezas a correr como si te fuese la vida en ello y te doy cinco segundos de ventaja antes de ordenarle a estos chicos —Señaló a los dos centinelas acechantes— que hagan contigo un delicioso bocadillo de gólem.

      Kallorek tenía el rostro cubierto de sangre roja y oscura. Se tocó un diente como si pensase que el puñetazo de Clay se lo había partido.

      —Pero ¡hijo de puta! Te juro por las tetas de la Reina del Invierno que...

      —Cuatro... —empezó a contar Clay.

      —Clay, por favor —dijo el agente, que parecía haber cambiado de estrategia—. ¡Era broma! Ha sido la monda, ¿verdad? Venga, no creo que vayas a...

      —Tres...

      —Un momento. Y si...

      —Dos...

      Kallorek salió disparado fuera de la capilla. Clay esperó a que se hubiesen dejado de oír sus pasos y luego se acercó a la tarima. Gabriel estaba tirado junto a los pies de la estatua con los brazos extendidos a los costados. La sangre de los dedos de su mano derecha goteaba sobre el suelo de piedra.

      —Gabe...

      —¿Crees que tiene razón?

      Clay parpadeó.

      —¿A qué te refieres?

      —A lo que ha dicho sobre Rosa. ¿También tú crees que está muerta?

      “Podría estarlo”, pensó Clay, aunque no llegó a decirlo.

      —La encontraremos, Gabe. Pero para eso vamos a tener que salir de aquí ya mismo. Seguro que Kal ha ido a llamar a sus guardias.

      Oyó los gritos del agente en el exterior de la capilla. También oyó cerca de ellos el chirrido de una piedra. Echó un vistazo alrededor y vio que la pesada tapa del sarcófago con el que habían tropezado tanto él como Kal se había entreabierto un poco. Un par de dedos disecados se aferraron al borde para empujarla.

      Kit el Inmortal estaba a punto de escapar, y Clay parecía tener claro que no era una criatura que estuviese viva.

      Decidió que lo mejor era estar bien lejos cuando terminara de salir del sarcófago. Aferró y levantó el medallón que controlaba a los gólems sin estar convencido de si era necesario que los constructos vieran que los controlaba gracias al objeto.

      —Tú. Cógelo —ordenó a uno, que empezó a moverse para obedecer. Luego señaló la pared y le dio una orden al otro—: Tú, haz una puerta ahí, por favor.

      “¿Le estás