Reyes de la tierra salvaje (versión española). Nicholas Eames. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Nicholas Eames
Издательство: Bookwire
Серия: La banda
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418711091
Скачать книгу
dos abandonaron la estancia cogidos del brazo, pero Matrick no parecía nada afectado y se centró en tratar de tranquilizar a los niños.

      —Venga, Kerrick, termínate los guisantes, que son buenos para tu dieta. Lil, ¿podrías pasarle el zumo a tu hermano pequeño antes de que lo derrame? Bien, buena chica.

      Consiguió engatusar a los niños para que lavasen los platos, y Clay contempló con total fascinación cómo se desenvolvía con ellos. El Matrick que él conocía era una persona malhablada y ladina que solía pasar más tiempo borracha que sobria. Era alguien que se acostaba con una mujer diferente todas las noches, o con varias cuando lo desbordaba la ambición. Un ladrón magistral y también un asesino despiadado, que empuñaba Roxy y Grace (nombres que le había puesto a sus dagas en honor a las prostitutas con las que había perdido la virginidad) como si fuesen un par de colmillos sedientos de sangre y el resto del mundo fuera su presa.

      ¿Quién iba a pensar que iba a convertirse en tan buen padre? ¿O en un rey competente incluso? Se decía que Agria era un reino próspero, y Matrick parecía estar criando a unos buenos niños incluso sin la ayuda de Lilith. Le fueron pidiendo permiso para marcharse y dándole un beso en la mejilla uno por uno antes de ir con sus tutores.

      Matrick pidió a los guardias que también se marcharan y, después de que los sirvientes les sirviesen un café a todos, también los invitó a estos a salir. Clay contempló horrorizado cómo Moog volcaba en la taza medio cuenco de azúcar.

      —¡Me gusta dulce! —dijo el mago.

      Matrick sacó un frasco de alguna parte y vertió unas gotas de bebida. Luego lo removió distraído y con la mirada perdida. Moog terminó la taza y empezó a meter un dedo lleno de saliva en el cuenco de azúcar para luego llevárselo a la boca.

      —Bueno, Matty —empezó a decir—. Te deseamos...

      —¡Chist! —lo interrumpió el rey con un dedo levantado. Luego miró de reojo hacia la puerta de la cocina, se inclinó sobre la mesa y susurró—: Sacadme de aquí, joder.

      Gabriel parpadeó.

      —¿Qué?

      El rey articuló las palabras con una lentitud exagerada.

      —Que. Me. Saquéis. De. Aquí. Joder.

      Moog puso un gesto de desconcierto.

      —¿Por qué? ¡Eres el rey, Matrick! Dijiste que estabas ocupadísimo. Los niños...

      —¡Los niños no son míos! —zanjó Matrick—. ¿Es que no los has visto bien? Esos cabroncetes me gustan tanto como una barra libre, pero ¡estoy segurísimo de que yo no he tenido nada que ver en su concepción!

      —O sea, que... —empezó a decir Clay, que luego bajó la voz—. O sea, que...

      —O sea que cuando la reina se quedó embarazada de los gemelos, yo estaba pescando en Fantra. O sea que Lillian tiene los ojos de su padre. ¡Los míos no son azules, coño! O sea que Kerrick es más alto con diez años que yo cuando tenía veinte, y Danigan, bueno... —Matrick hizo un ademán frenético con el que abarcó toda su cabeza—. ¿Veis que sea pelirrojo acaso? Tardé cuatro hijos más en darme cuenta de que todos tenían algo de Lilith y algo del bibliotecario del castillo, del embajador de Narmeer o del puto jardinero, que pensaba que era gay, por cierto. No te ofendas, Moog.

      El mago se sacó un dedo de la boca.

      —¿Por qué me iba a...?

      —Y ahora está embarazada otra vez —Matrick soltó una carcajada amarga—. ¡Apuesto todo mi reino a que el hijo que espera es alto como un árbol y le gustan las tetas de su madre tanto como a sir Lokan, ese bastardo despreciable de Kaskar!

      Matrick había empezado a gritar, sin preocuparse de que alguien pudiese oírlo desde la cocina.

      —¿Y por qué no te marchas y ya está? —preguntó Gabriel.

      —¡Lo he intentado! —gimoteó Matrick—. Los guardias no me dejan. Son muy leales a Lilith. No tengo ni idea de por qué.

      Clay sí que tenía cierta idea.

      —¿Y de qué le sirve tenerte aquí? —preguntó.

      —Le preocupa que me marche y tenga un hijo que pueda reclamar el trono. Me ha dicho que me mataría si conseguía escapar, pero creo que ahora está tramando acabar conmigo. ¿Recordáis el hombre que entró en la alcoba anoche, ese al que le diste la patada cuando salisteis por el espejo? Pues era uno de sus asesinos. No es el primero que envía para matarme, y tengo clarísimo que no será el último si me quedó por aquí. Tengo que escapar y necesito vuestra ayuda. No creo que Lilith encuentre a alguien tan imbécil como para seguirme a la Tierra Salvaje Primigenia.

      Moog se le quedó mirando.

      —Un momento, ¿eso significa que vendrás con nosotros a Castia?

      —Pues claro que me apunto —dijo Matrick—. Sois la única familia que tengo, bribones.

      Clay volvió a notar esa sensación cálida y acogedora en el pecho...

      —El problema va a ser salir de aquí. Tendrá que ser después del concilio, claro.

      —Podríamos usar el espejo —sugirió Gabriel, pero el rey negó con la cabeza.

      —Lilith lo ha confiscado. Dice que es una amenaza para la seguridad del castillo. Y creo que tiene razón. Por los Muertos Impíos, yo mismo me había olvidado de que era un portal, si no lo habría cruzado hace mucho tiempo.

      —Pues por la puerta principal tampoco podemos salir —dijo Moog.

      —Y está claro que la reina tendrá muy vigiladas el resto de salidas.

      —Clarísimo —apuntilló el rey.

      —¿Y esa bolsa que tienes, Moog? —preguntó Gabriel—. Cabe de todo, ¿no? Matrick podría esconderse en el interior y nosotros podríamos sacarlo del castillo.

      El mago negó con la cabeza.

      —Es un vacío.

      Gabe frunció el ceño.

      —¿Un qué?

      —Un vacío. No hay aire. No podría respirar dentro. Lo sé de buena tinta. Tuve un gato que... —Se quedó en silencio—. No... imposible.

      —Podríais secuestrarme —sugirió Matrick—. Disfrazaros, dejarme inconsciente, derribar a los guardias y sacarme del castillo. Podríamos dejar por aquí una nota para pedir un rescate.

      —Lilith descubriría que fuimos nosotros —dijo Clay—. Además, no me gustaría matar a nadie a no ser que sea estrictamente necesario.

      Las tazas tintinearon cuando Moog golpeó la mesa con la mano.

      —¡Lo tengo! —gritó. Todos se giraron hacia él. El mago sonrió y le guiñó el ojo con compasión a Clay—. Pero es un poco arriesgado.

      12

      Habían pasado unos cuatrocientos años desde que la Comitiva de Reyes había derrotado a la última Horda de la Tierra Salvaje Primigenia en Lindmoor y dado por finalizada la Guerra de la Recuperación, pero aquel lugar aún parecía un campo de batalla. Todos los arroyos por los que corrían aguas subterráneas lo habían transformado en un cenagal infecto. A finales de verano la mayoría terminaron por secarse, excepto unas pocas charcas fétidas por aquí y por allá. El suelo era un lodazal lleno de restos a medio enterrar: armas melladas, armaduras oxidadas, huesos mohosos de monstruos grandes y pequeños. En la distancia se distinguían bosques de píceas al este y al oeste, tierras de labranza al norte y un río lento y ancho al sur. Al otro lado del río, en un día despejado como aquel, se veía la sombra achatada y azulada del castillo que poseía Matrick en Brycliffe.

      En mitad de la turbera se alzaba un montículo cubierto de hierba llamado la Isla de las Ánimas. Era el lugar, o al