—¿Y si no hay cura? —preguntó Clay—. ¿Y si estás perdiendo el tiempo? ¿Y si has echado tu vida por la borda para nada?
La sonrisa melancólica del mago no desapareció de su rostro.
—Bueno, ¿y qué otra cosa podría hacer? He dedicado casi la mitad de mi vida a buscar una cura para esta maldita enfermedad, y no he hecho casi ningún avance. No estoy casado. No tengo hijos. Tú tienes una pequeña, ¿no es cierto?
—Sí, pero...
—Ambos tenéis hijas —dijo Moog—. ¿Cuántos tendrá Matty a estas alturas? ¿Cinco? ¿Seis? ¡Por las tetas de Glif! Es el puto rey de Agria. Y Ganelon... bueno, Ganelon ya sabemos cómo es. ¿Pero yo? ¿Qué legado voy a dejar yo? No tengo familia y vosotros sois mis únicos amigos, chicos. ¿He hecho algo en toda mi vida que merezca la pena?
—Bueno... —Clay miró con desesperación hacia una caja que tenía grabado el rostro de Moog el Mago guiñando el ojo.
—¡Claro! A la disfunción eréctil sí que la tengo bien cogida por... —Resopló con tono burlón y cerró los dedos como si sostuviera algo imaginario que Clay prefirió no intentar averiguar qué era—. No —dijo al cabo—. La podredumbre es lo que le ha dado sentido a la mayor parte de mi vida. Puede que también sea lo que llegue a darle sentido a mi muerte. A menos que encuentre la cura, claro. Venga, ¿quién quiere un chocolate calentito?
Clay abrió y cerró la boca. Podrían seguir así durante horas, dándole vueltas y vueltas a las mismas discusiones que arrastraban desde hacía años, pero sabía que no tenía sentido hacerlo. Moog era tan cabezota como un osgo que se empeña en algo el día de su cumpleaños, y siempre había lidiado con los problemas de una manera un tanto peculiar. Lo que le había ocurrido con la podredumbre era la mejor prueba de ello.
Además... Gabriel levantó la mano.
—A mí no me importaría beber un poco —dijo.
Moog se puso en pie de un brinco. Vertió agua de un aguamanil en una tetera de latón y la colgó sobre el fuego. Luego se acercó a la despensa y sacó algo envuelto en una tela que resultó ser una gran porción de chocolate negro.
—Bueno, decidme. ¿A qué habéis venido? —dijo por encima del hombro—. No me digáis que Matty os ha invitado al Concilio de los Reinos y se ha olvidado de mí.
—¿Al qué de los qué? —preguntó Clay.
El mago partió un pedazo de chocolate y utilizó un mortero para hacerlo polvo.
—Ah, sí. Creo que tiene algo que ver con que la Horda esté asediando Castia. Han dicho que un druin controla a todos los monstruos. Llegó a Cincorreinos hace unas semanas y exigió una reunión con su excelentísima majestad de Grandual.
—¿Un druin?
—¿Dónde es la reunión? —preguntó Gabriel.
Moog los miró a ambos.
—Un druin, sí. Se hace llamar el duque de los Confines.
Clay usó la lengua para coger una semilla de tomate de entre los dientes y colocársela debajo de las paletas.
—¿Desde cuándo la República tiene duques?
—No los tiene —aseguró Moog—. Dudo que ese druin tenga relación alguna con la República. De hecho, creo que ha dejado bastante claro que no le gusta mucho. Es posible que haya dicho lo de “duque” para resultarles más familiar a los reinos. Es un título lo bastante ceremonioso para llamar la atención, pero al mismo tiempo no es tan pretencioso como decir: “Dios Emperador Supremo de la Ciudad Antes Conocida Como Castia”.
—Puede ser, sí —dijo Clay al tiempo que se encogía de hombros.
—O a lo mejor es gilipollas sin más —sugirió Gabriel.
—Eso también —convino Moog, que rio entre dientes—. Y el concilio va a tener lugar aquí mismo, en Agria.
—¿Y acudirán todos los monarcas de Grandual? —preguntó Clay.
El mago asintió.
—Los que puedan hacerlo lo harán sin duda. Y los que no, enviarán emisarios en su lugar. Sea o no un duque de verdad, tiene a cientos de miles de monstruos a sus órdenes, y eso le da mucha popularidad. Eso y que no todos los días se ve a un druin con vida.
“Cierto”, pensó Clay. Él solo había visto unos pocos, y todos estaban ocultos en la Tierra Salvaje Primigenia. Aunque los druin eran lo bastante escasos como para que no se los considerase peligrosos, tendían a mantenerse alejados de los asentamientos humanos, ya que la mayoría de las personas albergaban cierta hostilidad contra los inmortales que en el pasado las habían tratado como a esclavos.
Tampoco ayudaba mucho que se supiera que frotarse la calva con sangre de druin era un remedio infalible contra la alopecia, un hecho que por sí solo los convertía en una presa la mar de jugosa para la mayoría de cazarrecompensas de todo el mundo.
—¿Crees que los reinos enviarán un ejército? —preguntó Gabe con tono esperanzado.
Clay también estaba esperanzado, y sintió cómo la ilusión crecía en su interior. Si los reyes y las reinas de Grandual decidían enviar un ejército profesional contra la Horda de la Tierra Salvaje Primigenia, quizá pudiera volver a casa antes de tiempo.
“Ni se te ocurra pensar en eso, Cooper —se dijo a sí mismo—. ¿Cuánto tiempo tardarían en reunir un ejército lo bastante grande? ¿Cuánto tardarían tantos hombres y mujeres en atravesar la Tierra Salvaje Primigenia y cruzar las montañas? Meses, como mínimo. Puede que hasta medio año. ¿Y cuánto tiempo soportaría Castia el asedio?
—Ni zorra —dijo Moog, que respondió tanto a la pregunta que había formulado Gabriel como a las dudas de Clay—. Agria y Cartea están a la gresca hoy en día. Los narmeerí no son muy dados a relacionarse con el exterior y los norteños no se soportan ni entre ellos, no digamos ya con el resto de reinos rivales. —Echó un par de cucharadas de chocolate en un par de tazas—. Y los fantranos... Bueno, todo Grandual los separa de la Tierra Salvaje, y he oído decir que los hombres pez han empezado a realizar incursiones en sus costas.
—¿Te refieres a los sajuaguines?
—Hombres pez suena mejor.
—No suena mejor —le aseguró Clay.
Moog se acercó a coger la tetera cuando el agua empezó a borbotear y luego vertió el líquido ardiente en cada una de las tazas y empezó a removerlo.
—Por cierto, no llegasteis a responder a mi pregunta. ¿Qué os ha traído a mi humilde torre?
Clay miró a Gabriel, que estaba ensimismado mirando las estrellas a través del suelo de la segunda planta.
“Supongo que tendré que decírselo yo”, pensó al tiempo que soltó un suspiro.
—Nos dirigimos a Castia.
“Clink, clink, clink...” El repiqueteó de la cucharilla cesó de repente.
—¿Qué? ¿Castia? Por los fríos infiernos, ¿por qué? ¡Está a punto de ser borrada del mapa por la mayor Horda que se recuerda desde la Reclamación!
—Sí, lo sabemos. La hija de Gabe está allí.
El rostro del mago se agrió al instante.
—Vaya...
—Así que vamos a... —Clay tragó saliva. “Dilo ya, Cooper”—. Vamos a reunir a la banda. O eso esperamos.
Se quedó en silencio y esperó a que Moog empezara a soltar una ristra de excusas. Tenía el negocio de la filacteria y una cura muy escurridiza que encontrar. ¿Quién iba a cuidar de sus animales? Estaba muy cansado, muy viejo. Seguro que prefería