–Estábamos pensando en el fin de semana de Acción de Gracias –respondió Dakota–. Mamá cree que Ford vendrá a casa para las fiestas.
Ford era el más pequeño de sus hermanos aunque, aun así, era mayor que ellas. Estaba en la Marina.
–Querréis que Ford esté aquí, así que creo que ese fin de semana sería el momento perfecto.
Las dos la miraron como si estuvieran buscando la verdad en su expresión y Nevada contuvo un suspiro. ¿Qué tenía que decir? ¿Que se sentía sola y abandonada? ¿Que aunque estaba emocionada porque sus hermanas hubieran encontrado la felicidad, ella también quería un poco? Por otro lado, por mucho que lo quisiera, jamás se interpondría en las bodas de sus hermanas.
–Más vale que os decidáis pronto, porque no hay muchos sitios donde quepan la familia entera y medio pueblo –les sonrió–. Estoy segura de que es lo correcto.
–Gracias –susurró Dakota.
–No sé por qué estabais preocupadas. Ahora, venga, id corriendo a planear vuestra boda. Yo voy a buscar algo que tenga la misma parte de azúcar que de grasas para intentar despejarme la cabeza.
Dejó a sus hermanas hablando sobre lo que hablaban las futuras novias y echó a correr hacia el Starbucks más cercano. Una vez allí, pidió un Frappuccino de moca con nata y se dijo que era una buena noticia que sus hermanas fueran a casarse. Se merecían ser felices y estar enamoradas... Y el hecho de que ella también se lo mereciera era algo con lo que ya se pelearía en otro momento.
El sábado por la tarde, con la cabeza aún dándole vueltas porque el recuerdo de la aventura de su madre seguía grabado en ella y algo aturdida por el anuncio de la boda de sus hermanas, Nevada se vio sin nada que hacer ni ningún sitio adonde ir. Entró en el bar de Jo pensando que allí podría encontrarse a alguna amiga, y así fue: Heidi, Charlie y Annabelle estaban en una mesa del centro y le hicieron gestos para que se acercara.
–Estamos huyendo de la alegría del Festival del Otoño –anunció Charlie acercándole un cuenco de patatas fritas–. Me encantan los festivales, pero todos esos niños... –se estremeció.
Heidi se rio.
–¿No te gustan los niños?
–De manera individual están bien, pero ¿en grupo? No, creo que no. ¿Habéis leído el Señor de las moscas?
Annabelle ladeó la cabeza.
–No trata de niños. Es una alegoría de...
Charlie gruñó.
–Tú sí que eres una buena bibliotecaria.
–¿Porque miento sobre ello?
Se rieron.
Nevada se relajó por primera vez en días. Ahí sí que podía escapar de las complicaciones de su vida y entretenerse un poco. ¿Por eso le gustaban tanto los bares a los hombres?
Observó a las tres mujeres sentadas a la mesa. Heidi llevaba unos vaqueros y una camiseta muy acordes con su estatus de cabrera. Su larga melena rubia caía en una gruesa trenza y tenía una belleza fresca y limpia. Annabelle, por otro lado, era una chica pequeña con gusto por los estampados delicados y que llevaba vestidos con mangas abullonadas. Un poco recargados para el gusto de Nevada, pero le sentaban bien. Charlie se encontraba en el otro extremo absoluto. Nevada siempre se había considerado muy informal en estilo, pero comparada con Charlie, prácticamente podía decirse que vestía alta costura. El uniforme de Charlie cuando no estaba de servicio consistía en unos pantalones anchos de bolsillos y una gran camisa abierta sobre una camiseta de tirantes. Además, parecía que ella misma se cortaba el pelo porque era más sencillo que ir a una peluquería.
Jo se acercó a la mesa.
–¿Hoy vas a beber? –le preguntó a Nevada.
–No, tomaré una Coca-Cola Light –miró a sus amigas–. ¿Queréis compartir una ración de nachos? Estas patatas me han abierto el apetito.
Annabelle gruñó.
–Me encantan los nachos y a ellos les encantan mis caderas. ¡Claro, yo comparto!
Heidi y Charlie asintieron.
Jo miró a Heidi.
–¿Quieres que utilice un poco de aquel queso que me trajiste?
–Claro –Heidi sonrió–. Voy a traer muestras a todos los locales del pueblo para despertar el interés. Un gran rancho supone una gran hipoteca.
–Creo que no quiero saber cómo van a utilizar el queso en la tintorería –murmuró Charlie.
–Tú nunca vas a la tintorería –le recordó Nevada.
–Y me enorgullezco de ello –respondió Charlie sonriendo.
Jo miró a Nevada.
–¿Es verdad? ¿Estaba tu madre montándoselo con Max en la mesa de la cocina?
Nevada se estremeció.
–¿Cuál de mis hermanas te lo ha contado?
–Las dos.
¡Muy típico! En ese pueblo nadie guardaba secretos.
–Tengo que decir –continuó Jo– que siempre me ha caído bien tu madre, pero ahora siento un absoluto respeto hacia ella. Ha criado a seis hijos, ha superado la muerte de su marido y ahora esto. Espero ser como ella cuando tenga su edad –guiñó un ojo–. Tienes buenos genes. Espero que sepas estar agradecida por ello.
–Sí, pero también estoy algo traumatizada por haber visto a mi madre practicando sexo.
Jo se rio y volvió a la barra.
–¿De verdad viste así a Denise? –preguntó Charlie.
–¿Por qué está todo el mundo a su favor?
–Porque yo no puedo contar aún que haya hecho el amor encima de la mesa de la cocina –admitió Heidi–. ¿No será frío e incómodo?
–Depende de la superficie –respondió Annabelle–. Puede que el cristal te deje helada, pero la madera no es... –se aclaró la voz–. Teóricamente, claro.
Charlie enarcó las cejas.
–Alguien tiene un pasado.
Jo volvió con el refresco y después se dirigió de nuevo a la barra.
–¿Cómo van las cosas por el rancho? –le preguntó Nevada a Heidi.
–Bien. Ya casi hemos terminado de reparar el granero y las cabras están genial. Elaborar el queso lleva tiempo, así que ahora estoy vendiendo lo que hice antes de mudarnos aquí. El año que viene nos irá mucho mejor con el queso, pero hasta que eso pase andaremos algo justos de dinero. Estamos pensando en dar alojamiento a algunos caballos. ¿Creéis que hay mercado para eso?
–Yo estoy buscando un lugar donde dejar al mío –dijo Charlie.
Las tres se miraron.
–¿Tienes un caballo? –preguntó Nevada intentando imaginarse a Charlie montando.
–Claro. Me gustan los caballos y me gusta estar al aire libre.
–Jamás te he visto montada a caballo.
–Lo tengo en un lugar que está a unos cincuenta kilómetros de aquí y me gustaría tenerlo más cerca. Y no soy la única. Morgan acaba de comprarle un pony a su nieta y lo tienen en el mismo lugar.
Heidi sonrió.
–Gracias por decírmelo. El granero está listo. En serio, ¿por qué no vienes y le echas un vistazo?
–Lo haré.
Fijaron una hora para la tarde siguiente y Jo llegó con los nachos. Después, la conversación pasó a centrarse en el