–Hola, Simon.
Se guardó el teléfono en el bolsillo de su chaqueta, le sonrió y le agarró las manos.
–Nevada. ¿Cómo estás?
Después de besarla en la mejilla, la agarró del brazo y la condujo hacia el salón privado situado junto al vestíbulo.
Ella se detuvo obligándolo a él a hacer lo mismo.
–Tengo que hacerte una pregunta médica.
–Por supuesto, ¿cómo puedo ayudarte?
Posiblemente, Simon era el hombre más guapo que Nevada había visto en su vida. Poseía una belleza en el rostro que lo distinguía claramente de otros hombres guapos o atractivos. Pero eso era solo la mitad de la fotografía. La otra mitad era un conjunto de cicatrices de quemaduras que parecían devorar sus rasgos.
Era el bello y la bestia al mismo tiempo. Por lo que Nevada sabía de él, era un gran médico que lo sacrificaba todo por sus pacientes y que amaba a su hermana con una devoción que haría sentir envidia a la mujer más feliz.
–¿Hay algún modo de borrar un recuerdo específico? ¿Hipnosis o tal vez alguna sonda eléctrica en mi lóbulo frontal?
El lado perfecto de la boca de Simon se elevó ligeramente.
–Esto no es divertido.
–Sí que es un poco divertido.
–Vale –suspiró ella–. Diviértete, pero sigo queriendo una respuesta.
–¿Qué sabes de tu lóbulo frontal?
–No mucho.
–Confía en mí. No es un lugar en el que querrías ahondar mucho –volvió a besarla en la mejilla–. Tu madre es una mujer increíble y vital. Deberías estar feliz por ella.
–Lo estoy, pero es que no quería ver su lado más «vital». Es mi madre. No es natural.
Él se rio.
–Lo siento. No puedo ayudarte, pero si te sirve de algo, el recuerdo se desvanecerá con el tiempo.
–Pues no me sirve de mucho.
–Es lo mejor que puedo ofrecerte.
–¡Y yo que creía que eras un médico genial!
Él seguía riéndose cuando entraron en el salón y Nevada se quedó en la puerta viendo cómo se dirigía hacia Montana. Se fijó en el resto de la familia y vio a Kent con su hijo y a Ethan con Liz. Sus hijos estaban riéndose y charlando. Dakota estaba con Finn, que tenía en brazos a Hannah. Nevada se preparó para que volviera a asaltarla el recuerdo y miró a su madre y al alto y bien vestido hombre que estaba a su lado.
«Aquí está otra vez», pensó intentando no estremecerse cuando el recuerdo la golpeó con fuerza y le hizo querer taparse los ojos y chillar. Por el contrario, agarró una copa de champán de la mesa que había junto a la ventana y se tragó la mitad de un sorbo. Como dijo ese alemán ya fallecido: «lo que no me mata, me hace más fuerte».
Hizo la ronda de saludos entre sus hermanos y sobrinos, esposos y prometidos y, finalmente, cuando ya no le quedó nada más por hacer, fue al encuentro de su madre y Max.
Denise la vio acercarse y le susurró algo a Max antes de reunirse con Nevada en el centro del salón junto a la elegantemente vestida mesa.
–¿Cómo estás? –preguntó Denise–. No estaba segura de si debía llamarte o ir a verte.
–Estoy bien, mamá.
–Pues no es lo que he oído.
Nevada contuvo el aliento.
–Me alegra que Max y tú seáis felices. De verdad. Es genial. No me malinterpretes, pero no quiero volver a encontrarme jamás con los dos haciendo el amor... y mucho menos en la mesa de la cocina.
Denise sonrió.
–¿No crees que te impresionó demasiado?
–No. Eres mi madre y he comido cereales en esa mesa. Fue demasiado retorcido para mí.
–Lo sé. Lo siento. Me aseguraré de cerrar la puerta con llave cuando... ya sabes... cuando lo hagamos.
–Por favor, no digas «lo hagamos». Te lo suplico. Vamos a llamarlo «armadillo». Cerrarás la puerta con llave cuando vosotros «armadillo» y así nadie os sorprenderá. ¿Qué te parece?
Su madre se rio y la abrazó.
–Estoy deseando que tengas tus propios hijos.
–Vale, pero no creo que eso pueda llegar a pasar en un futuro inmediato.
–¿Estamos bien?
Nevada asintió.
–Estamos bien.
–Genial, ahora ven a conocer a Max. Te va a caer muy bien. Es genial.
–Seguro que sí y, oye, ¡vaya trasero tiene!
Denise comenzó a reírse y Nevada se unió a ella pensando que tal vez, después de todo, todo marcharía bien entre las dos.
Después de la cena, Nevada condujo hasta casa, pero se sintió demasiado inquieta como para quedarse dentro. Se puso unos vaqueros y unas deportivas, agarró las llaves y una chaqueta de capucha y salió a la calle. Eran casi las diez y el cielo estaba claro. Prácticamente podía tocar las estrellas mientras paseaba y hacía un poco de frío, pero aunque se acurrucó contra su chaqueta, no se subió la cremallera.
Era finales de septiembre. Cualquier mañana se despertaría y las hojas ya habrían cambiado, y entonces después llegaría el invierno y las montañas estarían cubiertas de blanco. Durante gran parte del tiempo en Fool’s Gold solo había una pequeña porción de nieve que se acumulaba en los puntos más altos, pero que podía ser suficiente para ralentizar las obras. Se anotó en la cabeza que tenía que repasar la agenda para asegurarse de que contaban con las contingencias ocasionadas por el mal tiempo.
Una vez llegó al centro del pueblo, se detuvo al no saber qué camino elegir. El bar de Jo era siempre una opción, pero los viernes y los sábados por la noche era más un lugar para ligar que un lugar para reuniones de amigas. Algo positivo para el negocio de Jo, pero no tan divertido para las mujeres solteras que se sentían inquietas y agobiadas.
–¿Qué tal ha ido la cena?
Se giró y vio a Tucker yendo hacia ella.
–Hola. Ha ido bien. He aguantado todo el rato sin chillar.
Él sonrió.
–Seguro que eso ha complacido a todo el mundo. ¿Estáis bien tu madre y tú?
–Siempre hemos estado bien. No estaba enfadada con ella, solo un poco impactada. ¿Te gustaría encontrarte a tu padre practicando sexo con una mujer?
–Depende de la mujer.
Ella le dio un golpecito en el brazo.
–Estás mintiendo. Te pondrías como un loco, igual que me pasó a mí.
Él enarcó las cejas.
–¿Has visto a mi padre practicando sexo? ¿Cuándo?
–Déjalo ya. Ya sabes a lo que me refiero.
–Sí, sí que lo sé. Venga, vamos a mi hotel. Te invitaré a una copa y así podrás contármelo todo.
–¿Lo del sexo o lo de la cena?
–Lo de la cena.
Ella asintió por mucho que la vocecilla dentro de su cabeza le advirtió de que no era un buen plan. Salir con Tucker de manera social era meterse en problemas. No podían estar