E-Pack HQN Susan Mallery 1. Susan Mallery. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Susan Mallery
Издательство: Bookwire
Серия: Pack
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788413756493
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maravillosa? –le preguntó la otra mujer.

      –¿Qué?

      –Tu noche con Tucker. Estabas enamorada de él así que quise que lo tuvieras.

      –No lo entiendo. Me dijiste que habías roto con él.

      –Eso es lo que le dije también a él porque, de lo contrario, no se habría acostado contigo. Ha sido mi regalo para ti, Nevada. Somos amigas y eso es lo que hacen las amigas.

      Comenzó a pensar en aquella noche, en lo borracho que había estado él y en el hecho de que ni siquiera había sabido quién era ella. Al menos, no al final.

      –¿Acaso se acuerda de lo que pasó? –preguntó odiándose por querer saberlo.

      –Recuerda algunas cosas –Cat se rio–. Tenía una buena resaca cuando hablé con él. Me lo confesó todo esperando que me enfadara, pero claro, yo no estaba enfadada. Que estuvieras con él había sido idea mía y ahora está agradecido de que haya vuelto con él.

      –¿Que vas a volver con él?

      –Sí, ya te lo he dicho. Te regalé una noche con él. Así que, vamos, cuéntamelo todo. ¿Fue maravillosa?

      Nevada sacudió la cabeza y volvió al presente, al salón que había remodelado y decorado ella misma. A la vida que se había creado.

      Diez años atrás le había colgado el teléfono a Cat y no había vuelto a hablar con ella, al igual que tampoco había vuelto a hablar con Tucker. Había logrado seguir adelante con su vida, recuperarse, pero nunca había olvidado ni aquella noche ni la humillación que le causó. A cualquiera que le hubiera preguntado le habría dicho que ya había olvidado a Tucker y ahora tenía la oportunidad de demostrarse a sí misma que no estaba mintiendo al decirlo.

      Denise Hendrix estaba sentada en el salón con el periódico extendido sobre la mesita de café y sabiendo que estaba flirteando con el desastre. A su edad, saltarse su clase de yoga no era algo que pudiera permitirse hacer. Corría el riesgo de que todo el cuerpo le empezara a chirriar o, peor, que le sucediera eso de lo que hablaban en esos anuncios de la tele tan espantosos sobre la rotura de huesos y las operaciones de cadera.

      Pero la idea de pasar una hora intentando perfeccionar la postura del perro cabeza abajo no la atraía nada. Como tampoco la atraían ninguna de sus actividades cotidianas. Se sentía inquieta, como una niña sabiendo que solo faltaban unos días para Navidad, y esa expectación hacía imposible que pudiera centrarse en nada. Ahora la diferencia era que no sabía qué estaba esperando.

      Todos sus hijos eran felices y habían tenido éxito. Sus amigos estaban sanos y sus inversiones marchaban muy bien. Ya había revisado la caldera, había mandado limpiar los canalones del tejado y tenía mucha comida en la nevera. Así que, ¿a qué estaba esperando? Tenía que seguir adelante con su vida.

      El timbre de la puerta sonó salvándola de más introspección. Aunque era excelente a la hora de comprender las vidas de los demás, nunca se le había dado bien reflexionar sobre la suya propia.

      Cruzó el salón y, al abrir la puerta, allí se encontró a un hombre con el que hacía más de treinta y cinco años que no hablaba.

      Ahora comprendía el motivo de su inquietud: era el aniversario de la última vez que había visto a Max.

      Max Thurman había sido su primer amor, su primer amante, su primer todo. Había creído que lo amaría para siempre hasta que había conocido a Ralph Hendrix. Los dos hombres no podían haber sido más distintos. Max siempre había sido salvaje, conducía una moto y era algo problemático. Ralph había sido responsable y ya con planes de meterse en el negocio de su padre.

      Movida por un impulso, había aceptado una cita con Ralph durante una de sus frecuentes peleas con Max y, aunque había esperado aburrirse, había quedado encantada.

      Max se había marchado del pueblo unas semanas después y nadie sabía adónde había ido. Hacía aproximadamente un año había reaparecido, y ella se había mantenido apartada de su camino al no saber bien qué sentía por el hecho de que su antiguo novio hubiera vuelto a la escena del crimen.

      Tenía buen aspecto, pensó distraídamente. Su cabello rubio se había vuelto gris, pero le sentaba bien. Sus ojos azules seguían siendo tan penetrantes como recordaba, la sonrisa igual de natural y el cuerpo igual de musculoso.

      –Hola, Max.

      –Denise.

      Ella dio un paso atrás para dejarlo pasar y cuando Max pasó por su lado, sintió una emoción que recordaba, como si no hubiera pasado el tiempo. Resultaba reconfortante saber que ahora podía ser tan tonta como cuando había tenido diecinueve años.

      Se miraron.

      –Ha pasado mucho tiempo. ¿Cómo estás?

      –Bien. Me mudé aquí el año pasado.

      –Eso había oído.

      –Te he visto por el pueblo un par de veces.

      Ella asintió y miró a otro lado.

      –Yo te he evitado.

      –Ya me he fijado. Suponía que necesitabas tiempo.

      Denise se rio.

      –Han pasado treinta y cinco años. ¿Cuánto tiempo más ibas a darme?

      Él sonrió y fue como si no hubiera pasado el tiempo entre los dos. Las rodillas le flaquearon y su corazón dio un brinco.

      –Hasta hoy.

      No sabía ni qué quería ni qué esperaba de ella, pero eso no importaba. Era Max. Su Max.

      –Ralph murió hace casi once años.

      –Lo sé. Lo siento.

      –Lo quería mucho. Tuvimos una vida maravillosa juntos y me dio seis hijos preciosos.

      Max asintió lentamente.

      –Vi lo que estaba pasando después de tu primera cita con él. Por eso me marché. Sabía que no podía competir con él. Podría haberte seducido para llevarte de nuevo a mi cama, pero no habría podido retenerte por mucho tiempo. Y tampoco me lo merecía.

      Se quedaron mirándose.

      –Bueno, y ahora que eso lo hemos superado, ¿qué pasa?

      –Creía que podríamos empezar con una taza de café. Tenemos mucho que contarnos.

      Tucker estaba a un lado del camino de tierra y parecía asombrado. Tenía un recipiente de comida entre las manos.

      Nevada suspiró.

      –¿No decías que podías apañártelas solo? ¿No fue lo que dijiste? ¿Que unas cuantas mujeres solteras no podían asustarte?

      –Están por todas partes.

      Un poco exagerado, pensó ella divertida.

      –Solo hay tres.

      –En una mañana.

      Nevada sabía que no era solo por la comida, ya que Tucker también había recibido dos invitaciones para cenar y una para tomar un café.

      –Te lo advertí, pero no quisiste escucharme.

      –Me equivoqué –se giró hacia ella–. ¿Qué hago?

      Ella sonrió.

      –¿Me equivoco al asumir que no estás interesado en tener ninguna aventura amorosa con una de las encantadoras chicas de este pueblo?

      –No, no me interesa. Pero tampoco quiero que se enfaden conmigo. Tienes que ayudarme.

      –Técnicamente no puedo.

      Tal vez estaba mal disfrutar viéndolo pasar ese mal rato, pero estaba más que dispuesta a vivir con esa culpa.

      –Admítelo,