Extra Point. Ludmila Ramis. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ludmila Ramis
Издательство: Bookwire
Серия: Goodboys
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013645
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también quiero tener mi propia Zoe —dice Kassian en medio de nosotros, pero sin prestarnos atención—. ¿No es hermosa?

      Sonrío. Por primera vez en lo que va del día no estoy pendiente sobre la lluvia.

      —Es de lo más exótica —murmura Hensley al deslizar los ojos por mi cicatriz.

      Si un chico prefiere mantener sus ojos en ti, en lugar de una pitón de seis pies, creo que vale la pena ilusionarse. La idea de usar mi cabello como escudo es descartada; no me siento insegura como cuando me miró la primera vez.

      Entonces, ocurre. De todos los momentos en los que podría pasar, pasa ahora, con él mientras sostiene mi mirada. Resurge aquel irracional, enfermizo y paralizante miedo que tira de mi cuerpo en un camino del que no sé cómo regresar. La astrafobia me arrastra bajo una tormenta que me hace añorar la gris que habita fuera de mi ventana, porque esta es tan oscura que ni toda la luz de la gente que quiero fue, es o será capaz de mostrarme el sendero de regreso.

      —Kassian —llama Blake en un susurro precavido—. ¿Por qué no bajas a contarle de la serpiente a los demás?

      Capítulo IX

      Tempestad

      Zoe

      Cuando era niña amaba las tormentas.

      Veía que los relámpagos afloraban de la oscuridad en caminos eléctricos y cegadores que llevaban a aventuras mortales; los truenos eran la banda sonora que anunciaba la expedición a una noche de película. Los árboles inclinaban sus copas con el soplar del viento, súbditos de la tormenta. Solía subirme al alféizar de la sala, atar una sábana alrededor de mis hombros y fingir que era una capa. No es que sintiera que la tempestad era una villana a la que había que derrotar.

      Ella era Batman y yo quería ser su Robin.

      El resto de los niños tenía un amigo imaginario, pero yo tenía a una de verdad, aunque no fuera de carne y hueso. Ella podía convertir las calles en mares para jugar a los piratas conmigo.

      Echo de menos los días en que las tormentas representaban aventuras y no pesadillas.

      Mi garganta es un contenedor de gritos que no puedo dejar salir. Duele que se acumulen. Mi corazón está oprimido contra mis costillas, como un prisionero que se aferra a los barrotes de su celda y suplica que lo dejen salir. El pavor se extiende por cada nervio y estoy a merced de un frenesí corporal. Mis manos no responden a mis ruegos para que se queden quietas, tiemblan sin control.

      —Kassian —llama Blake otra vez, en un susurro—. Sal de aquí.

      El niño contesta, pero no escucho sus palabras. Los truenos tienen más voz que él. Me pongo de pie a pesar de que mis piernas no quieren cooperar. Mis pulmones se unen a la huelga y debo detenerme a medio camino de la cama porque no consigo nada de oxígeno. Me asfixia mi propio miedo.

      Mi cuerpo quiere matarme antes de que «él» lo haga.

      Rompo en lágrimas mudas. Quiero esconderme, dejar de escuchar, de ver y de sentir. Anhelo vacío, porque el pánico me está sobrepasando y no hay suficiente espacio en mi mente para la tormenta y para mí. Cuando me desborde, la lluvia arrastrará una parte de lo que soy a un lugar al que no podré alcanzarla, y lo sustituirá por una pieza que le pertenece a la chica que quiere morir y no ama la vida.

      —Kassian. Ve con los chicos, ahora —insiste Blake con una advertencia en la voz mientras llego al borde de la cama y trepo desesperada—. ¡Por favor, Kass!

      Su sobrino sale corriendo y la puerta es azotada por el viento tras él.

      Evito mirar a través del cristal al tratar de cerrar la ventana, pero no duro mucho. Es parecido a lo que pasa en ciertas películas, cuando alguien persigue al protagonista y este, sin poder eludir la incertidumbre y el desasosiego, echa una mirada sobre su hombro para ver quién está detrás y qué tan lejos está de alcanzarlo. Yo miro el cielo y me pregunto cuánto tardará ese hombre en alcanzarme.

      La fobia es martirizante.

      —Déjame hacerlo —ofrece.

      Mis torpes y espasmódicas manos golpean el borde la ventana.

      —Zoe, apártate —pide con la voz de un océano en calma.

      Quiero alejarme, pero no puedo. Si no cierro la ventana va a entrar.

      Va a entrar.

      Va a entrar.

      Va a entrar.

      Hensley envuelve mis muñecas con sus manos, despacio y gentil. Me centro en su tacto, áspero pero cálido, creyendo que puedo distraerme.

      No funciona.

      Me sostiene la mirada. Estoy avergonzada por no poder controlar mi cuerpo frente a él, por lo que me aparto de la cama donde estamos arrodillados. En un pestañeo, mi espalda ya está presionada contra la pared más alejada de la habitación. Le toma un segundo tirar con suficiente fuerza la varilla y cerrar la ventana, amortiguando el incesante sonido de la lluvia.

      Cierro los ojos y me abrazo, como me enseñó mamá. Soy consciente de que no aguantaré demasiado hasta que otro sonido o pensamiento me altere y el terror resurja con vehemencia desde las profundidades de mis recuerdos. Al abrirlos, veo un borrón de sombras, como si observara la calle a través de un parabrisas empañado. Pestañeo para deshacerme de las lágrimas y veo a Blake avanzando con cautela. Extrañeza y preocupación revolotean con sus pestañas.

      —Está bien —digo al asentir varias veces, más para mí que para él—. Está bien, está bien...

      Clavo las uñas en mis brazos hasta dejar marcas, exhalo e intento sonreír para que vea que de verdad ya pasó. No quiero romperme delante de él, que vea más de lo que ya vio o que piense más de lo que está pensando. Necesito que se vaya.

      —Ojalá pudieras oír tus mentiras de la forma en que lo hago —murmura con suavidad—. Así ni siquiera intentarías decirlas.

      Me siento entumecida. Voy a caerme pronto. Nunca nadie me dijo algo como eso en medio de uno de mis ataques, ni siquiera en la preparatoria: si yo decía que estaba bien, ellos lo repetían, tal vez en el intento de darme fuerzas o de calmarme, pero ninguno se atrevía a decir que mentía a pesar de la obviedad del hecho.

      Mis ojos van contra mi voluntad hacia la ventana al ver que la lluvia se debilita, pero es un engaño. Un estridente sonar me cala los huesos solo por el hecho de que no puede partirlos. Un escalofrío me recorre la espina dorsal y el temblor de mis manos se torna tan intratable que debo dejar de abrazarme para formar puños que, aun así, se mueven de manera compulsiva a mis lados.

      Las botas de Blake aparecen en mi campo de visión.

      —No —advierto con un hilo de voz—. No te acerques, por favor.

      Se queda quiero y lo miro. Necesito ver que entienda las instrucciones.

      —Ve abajo y dile a los demás que lo siento, pero me duele la cabeza y me acostaré a dormir.

      Odio la idea de mentir, pero acabo de llegar y no estoy lista para que lo sepan. Me mudé para no tener que contar la historia otra vez.

      —Diles eso, que en verdad lo lamento.

      No estoy segura de que si me tiene lástima o no, si siente impotencia, tristeza o algo en absoluto. Se limita a escudriñarme.

      —¿Por qué a las tormentas? —pregunta en su lugar.

      Sabe que hay algo mal conmigo.

      —No hice preguntas acerca de Larson o la señora MacQuoid —recuerdo. Me sorprende divisar algo de firmeza en mi voz—. Así que no las hagas respecto a esto.

      El silencio se extiende hasta que él comprende que debe marcharse, pero algo en sus ojos me dice que no quiere hacerlo. Va hacia la puerta y la abre, pero no sale. Sus omóplatos están tensos.