No somos más de veinte en esta clase, así que hay tiempo de sobra para que cada uno comparta su historia.
Un día estaba en el lago y vi un pez atrapado en plástico, de ese que recubre el juego de latas de cerveza. Estaba sangrando y se movía desesperado. Quería volver al agua. Algunos de los niños que estaban conmigo se rieron y dijeron que era divertido verlo moverse de un lado al otro. Los adultos, un poco más serios, le tomaron fotos. Pero ninguno lo ayudó, pero todos querrían que los ayudaran si fueran ellos los que se estuvieran muriendo.
También viví otra cosa que me hizo plantearme la idea. A mi mamá y a mí nos encantaba volar. Era más rápido, por eso siempre optábamos por el avión. Un día, los vuelos de regreso a casa se agotaron y tuvimos que tomar un autobús. Fue la primera vez que pasé delante de un basural. Recuerdo que era un día soleado, pero la pila de basura era tan alta que, desde donde yo estaba, parecía cubrir el sol. Me pregunté qué haríamos si el sol un día desapareciera tras una pila de basura que no se pudiera remover.
Sin embargo, decidí que iba a intentar cambiar el mundo el día que tiré un envoltorio de caramelo en la calle y Bill amenazó con patearme el trasero si no lo levantaba. Él me preguntó si me gustaba cuidar a la gente, por lo que yo asentí sin dudar. Me consideraba mejor al dar que recibir y de adulta me proyectaba ocupándome de otros. Pensaba en ser abogada como mamá o como Harriet, o enfermera como la mamá de Logan. Incluso tal vez trabajadora social.
Y entonces, recuerdo que Bill dijo:
«Bueno, imagina que no haya gente a la que cuidar porque no hay lugar en el que estar», y lo sentí peor que veinte patadas en la retaguardia.
Para cuidar de otros, primero, debía cuidar la casa en la que vivirían. Se habla de preservar el medioambiente, pero jamás se toman las medidas necesarias, que tendrían que ser universales y obligatorias, para hacerlo. Estoy cansada de que siempre terminemos destruyéndonos a nosotros mismos de una forma u otra, en el plano social, en el económico, en el político y, más que nada, en el ambiental: porque sin Tierra ya no importa ninguna lucha. Se necesitan guerreros para la guerra, ¡y ni frijoles van a quedar si seguimos así!
Estoy absorta en las historias de mis compañeros, pero siento mi teléfono vibrar con un nuevo mensaje. Cuando lo abro de camino a Matemática General, decido que tengo que contárselo a alguien.
Un inocente aparentemente culpable. 7109.
Tercer fragmento de una carta
El camino nunca fue fácil fuera de la burbuja, precisamente, porque dentro de ella no había camino. Solo se flotaba y se elevaba; se pretendía llegar al cielo, se proyectaban colores cuando la atravesaba la luz.
Eran felices en su interior, pero desde el principio hubo gente con alfileres en la mano que reventaron la burbuja más de una vez.
Ellos, en lugar de fabricar otra burbuja, construyeron un avión antibalas.
Volaron lejos de sus familias. Tuvieron control sobre la velocidad y sobre la dirección en la que iban por primera vez.
Ahí nací, con las nubes a los pies y la luna tan cerca que si la humanidad no hubiera llegado a ella, yo lo habría hecho; porque era feliz debido a que vivía en un puto avión. Suena súper cool, no lo niegues, porque tenía a mi alcance las estrellas a las que él había renunciado por ella.
Sin embargo, fue una lástima que nos estrelláramos contra el sol.
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