Extra Point. Ludmila Ramis. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ludmila Ramis
Издательство: Bookwire
Серия: Goodboys
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013645
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me encontré a mí mismo a punto de ponerme una chaqueta y dirigirme a la puerta. Sin embargo, antes de pisar la calle, las palabras de Steve volvían a mí. Tal vez, los que más sufren son a su vez los que más comprenden y, por eso, me afecta haber visto el lado más roto de esta chica.

      Debo mantenerme lejos de los asuntos ajenos, sobre todo de este. La lógica habla por sí sola, pero me niego a escucharla: sé lo que es tener miedo y ser consumido por la tristeza. Como conozco los sentimientos a la perfección, no le deseo a nadie que lo padezca. No pude ayudarla, pero sí acompañarla sin que lo supiera.

      —No sé a qué tipo de entrenamiento estaban acostumbrados, pero conmigo las cosas serán diferentes —advierte Bill—. Si les tengo que gritar, lo haré. Si los tengo que presionar, lo haré. Si les tengo que dar un «golpecito», lo haré y con mucho gusto.

      Reprime una sonrisa malintencionada al usar el diminutivo. Todos cruzamos miradas. Nadie cree que este hombre sepa lo que es un golpecito.

      —Eso no se puede, es contra las reglas de... —comienza Dave.

      —Hay reglas que están destinadas a respetarse y otras a usarse como papel higiénico. La realidad es que no los conozco y no sé cómo juegan a nivel individual o como equipo. Martínez me dejó algunas anotaciones en las planillas, pero tiene la caligrafía de un delfín y no voy a desperdiciar mi tiempo intentando descifrar esos jeroglíficos. Así que decidí que, por esta única ocasión, no intervendré. Ustedes jugarán como venían haciéndolo, con el plan de juego que tenían. Hoy quiero ver cómo se mueven como equipo, quiénes son capaces de liderar y cómo logran conectarse con sus compañeros. A partir de eso, comenzaré a introducir todos los cambios que crea necesarios.

      »Esto no implica que no vaya a gritarles y maldecirlos por hacer estupideces o tener las putas patas de una tortuga. —Mira a Elvis quien está tirado en el césped con la nevera portable tumbada a su lado y una decena de botellas de agua amontonadas sobre él. Se ató la camiseta a la cabeza y parece que caminó en el desierto del Sahara por días.

      —Déjeme ver si comprendí, señor —dice Steve, incrédulo—. ¿Dejará que todo el peso del partido recaiga en nuestros hombros?

      —También dejaré caer mi pie en sus traseros, si pierden. Y repetidas veces. Capisci o non capisci?

      —Capisci! —grita el equipo.

      Esto será desastroso. Soy el receptor de los Sharps y no me conocen por facilitar las cosas en el campo, sino lo contrario.

      —Y quiero que sepan algo —añade a modo de advertencia—. No dudaré en sacarlos del equipo si veo que no están hechos para esto.

      Con eso, sé que mi beca está en peligro. Si la pierdo, lo pierdo todo: mi estabilidad económica está pendiendo de un hilo. Gracias a la beca puedo estudiar, pero también debo trabajar para ayudar a Kendra con la renta y pasarle dinero a Mila. El entrador Martínez sabe de mi situación y por eso nunca me reemplazó, supongo que fue por pura pena a causa de un corazón flexible, que no creo que Bill Shepard tenga.

      Zoe

      Dos llamadas perdidas de Malcom, una de Kansas, otra de Bill y unos cuantos mensajes de Jamie Lynn, una antigua amiga de Kansas que siempre busca distraerme de los días tormentosos al contarme datos irrelevantes sobre su trabajo.

      Le aseguro a cada persona que estoy bien mientras tomo una aspirina para el dolor de cabeza y espero que la chica de la sucursal de Blair’s Place termine de preparar mi café para llevar.

      La noche fue fatídica.

      Me dejó con ojeras más oscuras que el humor de Bill. Mis orejas siguen enrojecidas y arañadas por intentar acallar los truenos, y mis huesos no paran de crujir por estar en la misma posición por horas. Mis músculos quieren darse a la fuga de mi cuerpo, pero logré salir de mi habitación al mediodía. Tendría que abandonar la universidad e ir a buscar trabajo como extra en The Walking Dead.

      Cuando bajé las escaleras, no había nadie a mi espera. Encontré un plato con dos porciones de pizza y una nota adhesiva:

      «Recaliéntame y cómeme antes de que Elvis lo haga. Con el amor medicinal, Akira».

      Fue un alivio no tener que dar explicaciones respecto a mi ausencia. Intenté distraerme escribiendo la primera entrada para mi blog ecológico, lo cual fue un fracaso. Sé lo que quiero comunicar, pero no cómo. Lo que me parece importante a otros le suena aburrido y, hace meses, estoy intentando encontrar la fórmula mágica para captar la atención y transformarla en acción.

      Con el café en mano, sigo recorriendo las calles en dirección al estadio. Hay un embotellamiento que indica el furor que generan los juegos de fútbol americano los domingos. La fila rodea la cuadra y me siento mal por pasar a los fanáticos con el pase VIP que me dio Bill y que ahora cuelga de mi cuello. Sonrío con culpa a los extraños y choco los cinco con uno que otro niño que revolotea alrededor de sus padres, exaltado, y que al mirar mi pase me ve como si fuera alguna clase de superhéroe. Me pregunto cuál sería. Siempre me gustaron Flash y Thor, pero en la vida real me asemejo más al Chapulín Colorado.

      Antes de ir por mi asiento, quiero desearle suerte a Bill —aunque él crea que la suerte no existe en el campo—. No obstante, él me encuentra primero apenas pongo un pie en el corredor que lleva al vestuario y a su oficina.

       —Sé que dije que me mantendría alejado de ti los días de tormenta, sin embargo, la próxima vez que no contestes el maldito teléfono, derribaré el buzón, al cartero, a la puerta y a las paredes de esa casa para verte.

      Le sonrío entre divertida y aliviada. No tiene una gota de calma en la sangre, pero siempre me tranquiliza verlo.

      —¿Por qué contigo todo es destrucción, Billy? La puerta se abre girando algo llamado perilla, el buzón y las paredes no te hicieron nada, mucho menos el pobre cartero. No creo que su seguro médico cubra las fracturas ocasionadas por un maniático obsesivo del fútbol.

      Sus manos caen sobre mis hombros cuando me acerco. Con eso cualquier gracia de la conversación se disipa y le damos la bienvenida a la seriedad.

      —Lo digo en serio, Zoella. —Me mira a los ojos y baja la voz, hablando con suavidad—. La próxima vez, contéstame, al menos una vez que ya haya pasado. —Ahueca mi mejilla—. Luces horrible. Necesitarías a un Ben Hamilton y su corrector de ojeras.

      Habla de un antiguo jugador que solía aplicarse corrector para ocultar la evidencia de que andaba de fiesta los días que no debía.

      —¿Cómo sabes lo de Ben? —inquiero.

      —Yo sé, oigo y observo todo, Murphy. Incluso soy consciente de cosas que quisiera no saber, nunca haber oído y jamás haber observado.

      Estoy segura de que una imagen relacionada a su hija y mi hermano en el proceso de crear un bebé le viene a la mente. Eso o el trasero de Chase Timberg después de comer tacos.

      —No pongo en duda tu omnipresencia. —Tomo su mano y la aparto de mi rostro, pero no la dejo ir. La balanceo entre nosotros, como cuando era pequeña—. Estoy bien, de verdad, deja de insistir y concéntrate en el juego. Hoy es tu debut como coach de los Sharps, ¿estás listo para darle una paliza a los Wreckers?

      —En realidad, no habrá palizas para mí hoy. —Deja ir mi mano para ajustarse su gorra de los Chiefs con resignación—. Lamentablemente, quiero ver cómo se las arreglan en el campo sin mi guía.

      —¿No intervendrás? Esto es inédito. —Sorbo café—. Apuesto a que no aguantarás demasiado.

      Sé que huele el desafío en el aire porque para él la vida es una competencia.

      —Te invito a ver cómo me contengo de dar órdenes desde la banca de los suplentes. Si logro hacerlo, vendrás a los entrenamientos y harás algo de ejercicio para sacar músculo.

      Siempre insiste en que no puedo levantar ni un lápiz sin sudar o quebrarme un dedo en el proceso.

      —Y si yo gano, me prestarás el estadio por