—Trato hecho, niña.
Estrechamos manos y el juego comienza.
Desde la banca, estoy a unos pocos pies de la zona de juego. Siento que acabo de conseguir el asiento perfecto en una sala de cine, lo cual es muy difícil porque si estás muy arriba debes bajar la cabeza y si te encuentras muy abajo debes levantarla. En ambas tu cuello te odia.
Los reflectores se encienden cuando comienza a oscurecer, las tribunas se llenan de a poco y el verde y el blanco que representa a la OCU ondean en las banderas y las camisetas, se agita en carteles, rebota en pelucas y sacude en dedos de hule. El amarillo y el rojo del contrincante no se quedan atrás, se extiende como una plaga bajo una de las dos pantallas.
—¡Buenas noches, damas y caballeros! Aquí les da la bienvenida su locutora predilecta, Claire Whittle.
Lanzo un grito de emoción al oír a la vieja amiga de la familia. Se mudó de Betland hace unos años, pero no tenía idea de que la encontraría aquí.
—¡Me acompaña esta noche alguien que ya estoy cansada de ver! Nos casamos hace tres meses y ya quiero el divorcio. ¡Con ustedes, mi intolerable, pero magnífico esposo y padre de mi hijo, Gabe Hyland!
Mis ojos se disparan hacia Bill, quien enarca una ceja con picardía. Él sabía que Gabe y Claire estaban en la ciudad y no me lo dijo. Amo y odio a este hombre, por eso me pongo de pie y lo golpeo mientras sorbo más café.
—¿Intolerable? Creo que encantador, guapo, honorable y valiente son las palabras que buscas para describirme. —La arrogancia del hombre nunca cambia—. Y hablando de mi descendencia, la cual heredó mi carisma y mi belleza, debo recordarte que nuestro querido Ciro apesta a basural. ¿No crees que necesita un cambio de pañal? Porque yo sí.
La multitud ríe y la pareja aparece en pantalla. Están en alguna sala en lo alto del estadio y Gabriel levanta a un niño para olfatearle el pañal.
—Esto huele peor que los calcetines del nuevo entrenador de los Sharps. —Silba asqueado—. ¡Martínez dejó a cargo a mi viejo amigo Bill Cyrus Shepard! ¡¿No creen que merece un cálido aplauso!?
—Cálido mi trasero —espeta el coach, pero se sonroja.
La gente estalla en vítores alegres y me hace feliz el reconocimiento que le hacen.
—Tendrás que sacrificarte y cambiarlo tú, porque este juego está por comenzar y no pienso perdérmelo —afirma Claire con una sonrisa hacia el bebé que Gabe, mientras arruga la nariz, sienta sobre sus piernas y rodea con un brazo—. ¡Hoy se enfrentarán dos grandes oponentes, fuertes equipos que lo darán todo para alzarse al final de la noche y se proclamarán como los vencedores! Épico e imperdible, esas palabras describen a la perfección el partido que viene a continuación. —La muchedumbre ya está de pie, emocionada—. ¡No por nada son llamados como lo hacen, se rumorea que lo demuelen y lo destruyen todo en su camino hacia la gloria! ¡Un fuerte aplauso para estos chicos, para los Wreckers de Playork!
Desde el lado opuesto a donde estamos, un agolpamiento de jugadores sale disparado hacia el campo. Comienzo a aplaudir con ánimos porque me encanta recibir a los visitantes y es ahí cuando Bill gruñe con desaprobación —no por mi apoyo hacia los jugadores, porque él también los aplaude, sino por el exceso de ánimo en mis gritos—. Aplaudo con más fuerza solo para molestarlo.
—¿Ves esas personitas de ahí abajo? —inquiere Gabe al pequeño que está babeando en su regazo, quien aplaude al escuchar que otros lo hacen—. Bueno, creo que van a partearnos el trasero —añade con una brutal sinceridad—. En realidad, no a nosotros. No creo que se atrevan a patear algo tan hermoso como las posaderas de los Hyland, pero estoy seguro de quiénes serán sus víctimas… O tal vez aquellos que terminen haciéndolos papilla, ¡ya que aquí están los dueños del océano Atlántico, Pacífico, Índico, Ártico, Antártico y Hylándico, si existiera! ¡Aquí están los Sharps de Owercity!
Todos los guerreros están en el campo de batalla, y lo veo, tan silencioso que parece ajeno a su equipo.
Es el número 31.
Su actitud es tan extraña como el mensaje que me acaba de llegar.
Él y tú tienen más de lo que crees en común. 0329.
Segundo fragmento de una carta
En sus primeras citas se sentía incómoda en su propia piel, como si bajo ella algo se arrastrara, retorciera, estirara y luchara por salir. Era una granada con conciencia propia. Sabía que estaba hecha para explotar y la desesperaba tener que necesitar de alguien que tirara de su anillo de seguridad.
Él era como un soldado; pero cuando ella lo miraba, se olvidaba de la guerra. Dejaba el uniforme al fondo del armario. Una paz que el mundo no había llegado a conocer se extendía por sus nervios y por sus venas, los recorría como un tren a las vías, a toda velocidad.
El día que él le ofreció llevar la relación un paso más allá, la granada explotó. A diferencia de las de verdad, esta no mató a nadie, sino que creó vida.
Ahora era ella la que estaba tranquila y él a quien carcomía la inquietud.
Capítulo XI
500 páginas
Blake
Corro las yardas que me separan del círculo que formaron mis compañeros después de que anotaran un touchdown; el calor sofoca mi cuerpo. Tengo la necesidad de cambiar de piel.
—Timberg, ¿vamos por el punto extra o una conversión de dos puntos? —pregunta Larson, agitado.
—Estamos perdiendo, ir a lo seguro no es una opción —replica el quarterback, hincado en una rodilla—. Saben que me gusta apostar a todo o nada, así que será una conversión.
Mis compañeros sonríen tras sus cascos. La línea entre lo que puede perjudicarlos y hacerlos los vencedores de la noche es muy delgada. Sin embargo, ellos no temen jugar con ella. Nunca lo hacen, y hubo una época en la que yo era igual.
—Quiero probar la jugada que veníamos practicando con el entrenador Martínez. Limpia, rápida y que deje a nuestros visitantes con la boca abierta.
—Y con otros orificios de sus cuerpos abiertos también. —Menea las cejas Shane.
—No creo que debamos hacerlo. —Alzo la voz y los murmullos dentro del círculo cesan—. La jugada implica que anote y sabes que no lo haré. Martínez la cambió por eso. Busca otra forma o úsame como intermediario entre el balón y otro jugador, pero no puedo hacer la conversión.
Nuestro mariscal se pone de pie para enfrentarme.
—Durante todo el partido apostamos a jugar por el centro. Ahora que están descuidando los laterales es hora de cambiar la estrategia, Blake. Intenté mantenerte lejos de cualquier posibilidad de anotación durante todo el juego, pero necesito que actúes de una vez. Eres nuestro receptor más rápido, acéptalo y comienza a hacerte cargo del puesto.
Mi mandíbula se aprieta en cuanto veo la demanda en sus ojos.
—Sé que crees que estoy evadiendo mis responsabilidades como receptor, pero te equivocas. —Bajo la voz, pero sé que nuestros compañeros pueden oírnos a pesar del escándalo proveniente de las tribunas. Veo en ellos decepción y en algunos, una incomprensión que deriva en enojo—. Soy el arma que puedes usar para evitar o avanzar en la contienda, pero no la que va a acabar con ella.
Cualquier cosa menos anotar, eso es todo lo que le pido.
La idea de entrar en la zona de anotación me estremece. Los ayeres empujan la puerta