Nunca me deja olvidarlo. Si ella no hubiera construido su imperio antes de casarse, Notre Nuage también nos pertenecería a Kendra y a mí. Ahora, usa el dinero para mantenernos donde quiere: a mí, cerca y a Kendra, lejos.
Le echa un vistazo a mis jeans y a mi camiseta arrugada. Su desaprobación dejó de inquietarme hace años, pero sí me preocupa que luego traslade la mirada a su reloj.
—¿A quién despedirás esta vez? —Suspiro.
A veces repite tanto la misma injusticia que ya no me quedan fuerzas para sentir impotencia. Fue difícil crecer y empezar a ver sus errores. De vez en cuando extraño ser un niño ignorante. Podría fingir serlo ahora, pero una relación reconstruida con esa base está destinada a derrumbarse.
—Mi nueva asistente llega tarde.
Quien quiera que sea, está despedida desde ya.
Nos detenemos. Su contador está allí para escoltarla a la sala de conferencias con un reporte oral. Debe ser terrible tener que venir a trabajar todos los días sabiendo que tu primer error podría ser el último. Ser su hijo, al menos, me permite revelarme un poco más. No tiemblo cuando la veo.
Me tomo un momento para salir del ascensor. Aquí conocí a Mila. No pienso en ella tan a menudo como antes, solo cuando discuto con Kendra por el dinero o algunas noches al programar el despertador porque sé que tendré que venir aquí por la mañana. La nostalgia que invade mi mente cuando estoy despierto es peor que cualquier pesadilla que me aprisiona cuando estoy dormido.
—Tengo una boda que terminar de planear, así que sean concisos —ordena la jefa, sentada en la cabecera.
Los encargados de cada departamento toman las tabletas que están alineadas en la mesa y yo sigo el ejemplo. Sin embargo, apenas logro escuchar dos palabras de Corbin, el contador, que mi teléfono empieza a vibrar. Es Kendra.
¿Puede llevar Wendell a Kassian a tu casa esta tarde?
Mis dedos vacilan sobre la pantalla, no porque Kassian sea una molestia. Nunca lo será, pero su padre sí lo es. Wendell me provoca cada vez que nos vemos y tengo miedo de perder el control frente al niño. Mi hermana es cuidadosa a la hora de nombrar a Wendell en una conversación conmigo, porque cada vez que lo hace, señalo todos los motivos que lo hacen un mal ejemplo para Kassian. Ella odia que lo haga, lo cual es irónico porque su boca no permanece cerrada a la hora de hablar sobre Mila, no obstante, entiendo que quiera mantener la paz con el padre de su hijo.
¿Por favor? Le salió algo en el trabajo y yo apenas comencé mi segundo turno.
—Estás hablando con ella, ¿verdad?
Levanto la cabeza ante la voz de mi madre. Los subalternos bajan la mirada, incómodos.
—Sí. —El monosílabo representa desplante, aunque también la verdad.
Sus ojos son el hielo que no vi derretirse en lágrimas desde que tengo memoria. A veces me pregunto si lloró a escondidas por años o si nunca lo hizo porque su enfado es tan grande que no le permite sentir tristeza.
—Entonces retírate —ordena y su voz me transporta ocho años al pasado.
—¡Te dije que te mantuvieras alejada de ese chico! ¡Te lo dije miles de veces! —grita mamá detrás de la puerta.
Han estado encerradas por horas. Se repiten una y otra vez lo mismo, como si la otra no la hubiera escuchado, sin embargo, papá decía que escuchar a alguien no es lo mismo que entenderlo, mucho menos que aceptarlo. Son tres etapas y ellas se quedaron estancadas en la primera.
—Eso ya no importa —dice Kendra, derrotada.
Me acerco un poco más a la puerta cuando escucho que llora. Apoyo las manos en la madera porque siento que es lo más parecido a un abrazo que puedo darle.
—Ya está hecho. Recordarme que tenías razón no ayuda. No revierte el embarazo.
—No por mucho tiempo.
Los tacones de mamá dejan de repiquetear contra el piso. Cuando se enoja conmigo, se la pasa caminando furiosa de un lado a otro. Si se queda quieta indica que ya tiene decidido el castigo.
—No es tu decisión.
—Soy tu madre, claro que lo es —replica con ira aplacada—. No te di la vida para que la arruines. No estás preparada para traer un niño al mundo con dieciséis años. No tienes la capacidad, la mentalidad y, mucho menos, el tiempo para criar a un bebé. Deja de ser necia. Puedo arreglarlo. Antes de que lo sepas seguirás con tus ensayos de ballet y con tus estudios.
—Podría criarlo con tu ayuda... —Hay algo suplicante en la forma en que lo dice.
—Voy a ayudarte a seguir con tu vida, no a detenerla por un error. —A pesar de que tengo trece, sé de lo que hablan, es un tema muy conflictivo y delicado según mi profesora de Educación Sexual—. Llamaré a mi doctor de confianza, él...
—No, no lo harás.
Escucho que abre la puerta de su armario. Algo se cae y luego se oyen las ruedas de una valija deslizarse sobre la alfombra.
—Este no es un error que puedas enmendar o, por lo menos, no es uno que puedas arreglar sin perderme a mí también.
Cajones se abren y se cierran.
—¿Qué crees que haces? —inquiere mi madre—. ¡¿Qué crees que haces?! —repite, y oigo un forcejeo—. ¡No puedes irte! No tienes otro lugar al que ir, no tienes dinero y tampoco tendrás un futuro si planeas tenerlo. ¡No eches a perder todo por «eso»!
Me atrevo a mirar a través de la cerradura. Mamá señala el estómago de Kendra como si estuvieran hablando de un objeto y no de un bebé.
Mi hermana le da una bofetada.
Cierro los ojos con fuerza.
—Si tu padre estuviera vivo, estaría decepcionado de ti —dice mi madre, aunque hay algo distinto en su voz, como si ya no se sintiera igual que una mamá—. ¡Terriblemente decepcionado!
—¿A dónde irás? —susurro cuando Kendra me encuentra en el pasillo.
—A un lugar donde no se necesite ser la hija perfecta. Hay errores que no merecen una condena, pero ella no lo entiende.
Aparta mi flequillo con dedos temblorosos y se aferra a su equipaje como si fuera el único escudo que tuviera para ir a la guerra.
—¿Puedo ir contigo?
Ya perdí a papá, no puedo perderla a ella también.
—No, Blake, pero algún día podrás, ¿de acuerdo? Te quiero. Intentaré verte en cada ocasión.
Me deja y mis ojos caen en mamá. Tiene las manos a cada lado de la cadera y la cabeza echada hacia atrás, dándome la espalda. Con duda, doy dos pasos hacia ella. Tal vez le esté contando lo que pasó a papá.
—¿Vas a hablar de Kendra? —inquiere con voz distante.
—Ella... —empiezo.
Quiero decirle que vaya tras ella; que la detenga; que la abrace, aunque no quiera; que la acepte, aunque le cueste; pero no me deja.
—Entonces retírate —ordena mientras escucha en silencio las intenciones que no pronuncié.
Zoe
Betty Georgia MacQuoid planeó la boda de Bill y la cazacanguros. También hubiera planeado la de Kansas y de Malcom, si ellos no se hubieran casado en secreto. No querían gastar dinero, tiempo y energía en todo lo que implica una boda, así que aparecieron un día con un anillo alrededor de sus dedos.
Bill casi los mata.
Yo también. Tenía quince cuando eso ocurrió. La idea de no haber presenciado el momento, a pesar de que los casamientos por civil son un trámite de lo más cotidiano, me volvió loca. Pocas cosas me hacen tan