Vuelvo a mirar mi pequeño desliz, no tan pequeño en este instante. Los nervios parecen haberle otorgado más fuerza y vigor.
—Connor Payton, es la última vez que le pido que se levante.
—Está bien —respondo, al mismo tiempo que retiro mi silla del pupitre.
—Yo lo haré, señor Miller —dice Beth con la mano en alto.
También mira mi zona abultada y me sonríe.
—Salvado por su compañera, Payton. Ya puede darle las gracias.
—Sí, Correcaminos. Ya me darás las gracias.
Beth me guiña un ojo y Jess gruñe detrás de mí.
La mañana transcurre como cada día, salvo por el hecho de que estoy obligado, como presidente del consejo, a realizar el tour de los estudiantes extranjeros por el William Mayo. Lo positivo de la experiencia es no tener que aburrirme con la profesora Alden, una gran profesional de cómo fabricar tu propio compost. Es demasiado asqueroso cuando la clase de Biología se transforma en un tutorial para hacer de tu mierda un potente fertilizante.
La charla sobre la fiesta continúa durante el almuerzo en la cafetería, donde Chris y yo nos reunimos con algunos del equipo. El día antes del partido todo son proteínas y porquerías en el menú. Pollo, fruta, avena con leche sin lactosa, muesli, zumo natural de rábano negro… Nuestra mesa tiene un aroma a fruta y clase con Alden.
—No quiero locuras esta noche —dice Alan Monroe, nuestro quarterback.
No soy fan de Monroe, aunque la última charla que mantuvimos ha saneado nuestra relación deportiva. Pero solo eso, porque Alan Monroe es un capullo de cojones.
—Eso no depende de nosotros, capi —comenta Chris, quien se dispone a hacer un gesto obsceno—. Eso depende del mercado extranjero —y comienza con la explicación visual de brazos y cadera.
No comprendo a Chris. Ayer tuve que convencerlo para tomar unas cervezas frente al fuego y hoy es una montaña rusa de reacciones. Su inestabilidad emocional es imposible.
—Preocúpate por el ojeador, Hoffman. Mañana podría ser un gran día para algunos de nosotros.
—Haz caso a Alan —le aconsejo a mi amigo—. Es una gran oportunidad.
—Cállate, Payton. Estás tan dentro de esa universidad como de Jessica O’Hara.
Todos ríen el comentario de Alan. La verdad es que no hemos pasado de la tercera base. No voy a negar que ha habido tocamientos, aunque nada más. Por esa razón, Jessica trata de embaucarme cada fin de semana. Puede que ella esté preparada para marcar un touchdown, pero yo no. Aún me queda una pizca de honestidad. Estoy con ella por un motivo puramente egoísta, no por sexo.
Vuelvo a casa después del entrenamiento. El entrenador Hasting nos ha animado a dar lo mejor de nosotros mañana y nos ha advertido de que estará en la fiesta de esta noche como vigilante. Han pasado muchas cosas desde principio de curso, cuando le pillé en el almacén de deportes con la profesora Cass de Química… Me dejó claro que ambos estaban casados y tenían mucho que perder. Aquel día dejé de calentar el banquillo en los partidos, como exigí. Él prometió ayudarme a conseguir la beca deportiva. Al igual que yo le he prometido al equipo que volveré del partido de mañana con un precontrato firmado con el Macalester College. Chris se ha burlado de mí. Comprendo que se sienta amenazado. Juega en mi misma posición en el campo y alguien debe mantener la temperatura de la zona de suplentes. Si logro brillar, él quedará al resguardo de mi sombra. Así son las cosas en esta vida, una competición continua. Y no me gustaría que fuese de otro modo. Merecemos el valor que somos capaces de otorgar a nuestros méritos.
Mañana voy a dejarme la piel. Los sueños están para cumplirse.
La música suena. Es el tema de Only Love Can Hurt Like This de Paloma Faith.
Destello.
Discuto con Jessica en mitad del gimnasio. Todo mi alrededor está decorado con motivos internacionales: una torre Eiffel gigantesca hecha de cartón, el Big Ben de papel brillante…
Destello.
Ahora suena Champion de Fall Out Boy.
Destello.
El equipo al completo salta como dementes al bailar.
Destello.
Me sirvo otro ponche mientras escucho las notas de Mr. Brightside de The Killers.
Destello.
Empiezo a sentirme mal. Amy Chambers me mira con una sonrisa cuando la veo en el pasillo de los baños. Puedo oír la voz de Taylor Swift y la letra de Look What You Made Me Do salir del gimnasio.
Destello.
Corro lejos de la fiesta, dejo el instituto y me cruzo con Beth. Mi cabeza estalla con Run Boy Run de Woodkid.
Destello.
Llego a casa, exhausto. Me cuesta respirar. En mi mente hay ecos de Believer, la canción de Imagine Dragons.
Destello.
Me arrastro por las escaleras. Llego a mi habitación. Oscuridad. Luz.
Caigo sobre la cama y me arropo. Tengo mucho frío.
Y muero.
Regreso al presente, a la cocina de casa, donde continúo sentado. Todo vibra a mi alrededor. O quizá sea yo quien tiembla de arriba abajo. Siento ese impulso de vomitar, aunque sé que sería inútil. Los muertos no hacen tal cosa. Esto no puede ser verdad. Acabo de pensar en mí mismo como un muerto. Un maldito cadáver. ¡Joder!
Mamá no está, puedo oírla arriba.
Grito con todas mis fuerzas, pero nadie me oye.
Descuelgo el espejo de la entrada y lo lanzo contra el suelo. Se hace añicos. Nadie se alarma.
Me dirijo a la puerta de casa. Necesito salir de aquí, correr… Agarro el pomo y mi mano se desvanece al tocarlo.
«¿Qué? Acabo de coger el espejo…».
Pero ese espejo no era real, ni el vaso que rompí en la cocina tampoco.
Corro hacia la puerta con toda la rabia que me ahoga. Cierro los ojos. Cuando siento la claridad vuelvo a abrirlos. Estoy fuera de casa.
Y corro.
La música, esa estúpida música, vuelve a mis oídos.
Miro hacia la casa de los Reynolds y me detengo. Caleb lleva las bolsas de basura hasta los cubos, saltando al ritmo de Dance Monkey de Tones and I que sale de su bolsillo.
«El teléfono», pienso.
Tengo que intentarlo, quizá por teléfono puedan oírme.
Alcanzo al idiota de Caleb, intentó llamar su atención de alguna manera.
—Eh, colega —digo frente a él.
Ocurre algo que me produce un irremediable asco. Porque, al tratar de frenarle, Caleb me atraviesa. Sin duda soy un puñetero fantasma. Me guardo la repulsión y sigo gritándole.
—¡Joder, colega! Escúchame de una maldita vez.
Él actúa como siempre, bailando con pequeños saltitos y cantando una letra que no se sabe. La música y la situación amenazan con superarme. ¡Voy a explotar!
—¡Caleb! —chillo con toda la capacidad de mis pulmones antes de que Caleb vuelva a atravesarme.
Entonces,