La Iglesia latina no se mantuvo en silencio. El papa Nicolás I (858-867) pidió a Hincmaro, obispo de Reims, que escribiese contra las doctrinas de Focio. Parece ser que al llamamiento de Hincmaro se sumaron un buen número de teólogos de las Galias, entre ellos Ratramnio de Corbie, que escribió un Contra græcorum oposita14. La doctrina de Focio (†897) fue censurada por el papa Adriano II (867-872), y definitivamente condenada por el IV Concilio de Constantinopla, que es el octavo ecuménico, celebrado entre los años 869 y 870. Pero las heridas de la controversia fociniana quedaron latentes hasta que finalmente en el siglo XI se produjo la verdadera ruptura entre oriente y occidente.
Es obvio que la doctrina de Nicea-Constantinopla no era heterodoxa, como tampoco la variante introducida posteriormente en el símbolo niceno por los latinos. Era insuficiente, en cambio, el argumento de Focio contra la introducción del filioque. Detrás de todo el debate se esconde, sin embargo, otra cuestión: si el Romano Pontífice puede autorizar una modificación en un símbolo aprobado por un concilio ecuménico; o más bien, si para hacerlo debe convocar otro concilio ecuménico. En definitiva, si el papa está sometido al concilio o está por encima de él, en el sentido de que él hace ecuménico un concilio, es su cabeza y valida sus decretos. Estos temas quedaron aparcados durante largo tiempo (al menos en el mundo latino) hasta que estallaron nuevamente con motivo del Cisma de Occidente, durante la celebración del Concilio Ecuménico de Constanza (1414-1418).
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Las cinco controversias ahora resumidas, correspondientes al periodo carolingio, abarcan la segunda mitad del siglo VIII y casi todo el siglo IX; manifiestan bien a las claras cuál era el estado de la teología de aquellos años y el nivel teológico de las discusiones. En todo caso, se observa que la diferente lengua teológica empleada en oriente y en occidente fue motivo de graves dificultades, como también la deficiente herramienta filosófica. La Europa occidental no disponía de las obras de los grandes clásicos griegos, como Platón y Aristóteles, y tuvo que contentarse con algunas traducciones latinas que realizó Boecio, y con algunos extractos de Platón. El primer gran desarrollo teológico medieval, a pesar de la insuficiente herramienta filosófica, no tendría lugar hasta bien entrado el siglo XI, después de un periodo largo de reforma eclesiástica promovido, al alimón, por los benedictinos cluniacenses y por los tres emperadores otones alemanes.
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1. Conviene decir algunas palabras sobre la hermenéutica bíblica y los sentidos de la Sagrada Escritura (noemática), puesto que este tema reaparecerá con frecuencia a lo largo de este manual. — Se entiende por sentido, la noción o conjunto de nociones que un autor expresa, o intenta expresar en un texto; también es la síntesis nocional de un libro de uno o varios autores. Según la índole del escrito, es posible descubrir distintos sentidos o sucesivas capas. — El sentido de la Biblia puede ser literal y espiritual o simbólico. Se trata, por consiguiente, de dos niveles nocionales del relato bíblico. El sentido literal o histórico se subdivide en propio (designa su objeto sin recurrir a figuras de lenguaje) e impropio o figurado (recurre a comparaciones, metáforas, parábolas, alegorías, etc., para designar su objeto). Para descubrir el sentido figurado es preciso recurrir al contexto. Por ejemplo, la palabra víbora designa propiamente un determinado reptil, muy venenoso. En sentido metafórico o impropio, señala una persona cuya lengua exuda veneno cuando habla o maquina, porque daña o mata. Por eso, Juan Bautista increpó a los fariseos y saduceos llamándolos «raza de víboras». En ambos casos, la noción significada se descubre acudiendo, en primer lugar, a la letra, que se toma, en un caso, propiamente, y en el segundo, metafóricamente. El sentido espiritual puede ser de varios tipos: típico, tropológico, anagógico y místico. Por ejemplo: los cinco talentos de la parábola evangélica se interpretan como los cinco sentidos; los dos talentos, como las dos potencias del alma (intelecto y voluntad); el vellón de Gedeón, como tipo de la Encarnación; Melquisedec, rey de Salem sin genealogía, como tipo del sacerdocio de Cristo; el sacrificio de Isaac, como tipo del sacrificio de Cristo.
2. Este tema fue matizado por san Anselmo, como se explicará en su momento. Cfr. infra, capítulo 2, § 2d.
3. Cfr. DS 600-603 y COeD 13536-13632.
4. Este Concilio de Frankfurt, como el de París, que se cita seguidamente, y otros que aparecerán a lo largo del capítulo, fueron concilios de carácter nacional (acaso regional).
5. «Si ergo Deus verus est, qui de Virgine natus est, quomodo tunc potest adoptivus esse vel servus? Deum nequaquam audetis confiteri servum vel adoptivum: et si eum propheta servum nominasset, non tamen ex condicione servitutis, sed ex humilitatis obœdientia, qua factus est Patri obœdiens usque ad mortem’ (Phil. 2:8)» (DS 614).
6. Cfr. TOMÁS DE AQUINO, Quæstio disputata «De unione Verbi incarnati», con una solución que