Historia de la teología cristiana (750-2000). Josep-Ignasi Saranyana Closa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Josep-Ignasi Saranyana Closa
Издательство: Bookwire
Серия: Biblioteca de Teología
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788431356477
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Según Viciano Vives, la controversia iconoclasta significó la superación del monofisismo. El triunfo de la iconodulía supuso, en algún sentido, la confirmación de la tradición duofisita, sancionada solemnemente por los concilios ecuménicos de Calcedonia (451), Constantinopla II (553) y Constantinopla III (681). En efecto, si se niega la verdadera naturaleza humana de Cristo, las realidades materiales, como lo son las imágenes, resultan «por lo menos innecesarias, sino perjudiciales para el proceso de salvación, que debería ser sólo espiritual (según la iconoclasia). En cambio, si se reconoce la realidad de la naturaleza humana de Jesucristo y la unión de ésta en la persona divina del Hijo de Dios, entonces las imágenes sagradas ayudan y motivan al creyente a ascender desde la humanidad de Cristo [representada en la imagen] a su divinidad, hasta llegar a Dios Padre en el Espíritu (sería la posición iconofílica)».

      La segunda gran controversia teológica en la etapa Carolingia fue la polémica adopcionista, que tuvo tres protagonistas. Por la parte adopcionista, el arzobispo Elipando de Toledo (†809) y el obispo Félix de Urgel o Feliu d’Urgell (†818); y como testigo de la doctrina católica, Alcuino de York. Conviene recordar que Toledo se hallaba bajo el dominio musulmán, mientras que la Seu d’Urgell, en el Pirineo catalán, pertenecía a la Marca Hispánica, bajo control de Carlomagno. La controversia tuvo tres fases.

      El arzobispo Elipando de Toledo descubrió errores trinitarios en la predicación de Magencio, legado de Carlomagno en los reinos hispánicos liberados del Islam, y, al disputar con él y exponer la fe católica, el mismo Elipando incurrió en errores cristológicos. Afirmó, en efecto, que Jesús en cuanto hombre no es hijo natural de Dios sino solamente hijo adoptivo. Tuvo pronto algunos seguidores en la Hispania musulmana, pero no se conformó con ellos, sino que ganó también para su causa al obispo de Asturias, Ascario.

      El obispo Ascario fue combatido por san Beato de Liébana, en el propio reino asturiano, y también por Eterio, gran teólogo de la época, que por ser muy joven fue despreciado por Elipando. Basándose en la Sagrada Escritura, Beato de Liébana y Eterio sostuvieron que también Jesús en cuanto hombre es Hijo natural de Dios. Entonces Elipando se puso en contacto con Félix de Urgel, al que convenció también de las tesis adopcionistas. Por pertenecer Urgel a la Marca Hispánica, Carlomagno decidió tomar cartas en el asunto. Bien aconsejado por Alcuino de York, convocó un sínodo, el año 792, en Ratisbona, obligando a Félix de Urgel a presentarse en él. Ante el concilio Félix de Urgel abjuró de sus doctrinas y sufrió su primera condena. Fue enviado a Roma por Carlomagno; en Roma el papa Adriano I confirmó las disposiciones de Ratisbona y allí Félix volvió a abjurar de sus errores y pudo regresar a su diócesis. Pero nada más llegar a ella, recayó de nuevo en ellos.

      Como parecía extenderse la herejía por el sur de Francia, Carlomagno convocó, aconsejado por Alcuino y con la autorización del papa Adriano I, un nuevo concilio general en el año 794, en Frankfurt del Main. En él sobresalieron Alcuino y Paulino de Aquileya, pero no se presentaron ni Elipando ni Félix. Félix fue nuevamente condenado, pero en lugar de someterse, ambos continuaron con más intensidad sus propagandas. El concilio afirmó sin ambages: «Si, pues, es Dios verdadero el que nació de la Virgen, ¿cómo puede entonces ser adoptivo o siervo?»5.

      Poco después León III reunió en Roma, el año 799, un sínodo que condenó con toda claridad el adopcionismo. Con esta confirmación, Carlomagno envió a la Marca Hispánica a Benito de Aniano, que logró convencer a Félix de Urgel para que se presentase ante Carlomagno. En Aquisgrán, el mismo año 799, se celebró un nuevo concilio, en el que Félix expuso sus doctrinas durante muchos días, siendo refutado punto por punto por Alcuino. Parece que al final Félix abjuró nuevamente de sus errores y no siéndole permitido volver a su diócesis, se retiró a Lyon, donde murió en el año 818. Después de su muerte se encontraron algunos papeles suyos que proyectan sombras sobre la sinceridad de su conversión en Aquisgrán. La herejía adopcionista, desaparecidos sus dos principales defensores, acabó extinguiéndose.

      Como ya se ha señalado, el adopcionismo hispano sostenía que hay dos filiaciones en Cristo: una filiación natural y eterna, en cuanto Dios, y una filiación adoptiva, en cuanto hombre. Tomándolo así, tal como suenan las palabras, el adopcionismo hispano afirmaba que en Cristo hay dos personas, porque la filiación pertenece a la persona. El adopcionismo sería, pues, una doctrina de carácter nestoriano.

      Con todo (Reinhardt, vid. Bibliografía), Josep Perarnau y otros historiadores sospechan, con fundamento, que Félix no pretendía seguir las doctrinas heterodoxas de Nestorio, sino sólo defender la sustantividad de Cristo (en cuanto hombre). En otros términos: que Cristo en cuanto hombre es verdaderamente un ser, como también lo dijo santo Tomás siglos más tarde, apelando a la distinción entre el esse principal de Cristo (en cuanto Dios) y el esse secundario (en cuanto se hizo hombre en el tiempo). Un supuesto con dos esse, pero sólo uno de ellos principal6. En cualquier caso, y al margen de sutilezas teológicas, la fe católica sostiene que en Cristo hay una sola filiación, y que Cristo, también en cuanto hombre, es Hijo natural del Padre (Lluch Baixauli, vid. Bibliografía).

      Es interesante preguntarse, ¿por qué surgió esta herejía en España? Al respecto se pueden ofrecer dos explicaciones:

      1ª) Por influencia del Islam, que había ocupado la Península ibérica a comienzos del siglo VIII, los católicos temían manifestar que adoraban a Cristo en cuanto hombre, pues esto podía ser interpretado por los musulmanes como adoración a una criatura, cosa que constituía un gran crimen de idolatría para los mahometanos. Es posible, pues, que los católicos mozárabes hayan intentado disimular su adoración a Cristo en cuanto hombre, y al final esto haya derivado hacia una formulación errónea de la fe, según la cual sólo sería verdaderamente Dios el Verbo eterno, y no así Cristo en cuanto hombre, que sería simplemente hijo adoptivo.

      2ª) Una segunda hipótesis, para explicar la difusión del adopcionismo en Hispania, se podría buscar en el influjo de algunos pequeños núcleos nestorianos venidos con las legiones bizantinas, que habían ocupado un territorio importante al sudeste de la península ibérica en el siglo VI, años antes de la llegada del Islam. Según Nestorio, condenado por la Iglesia en el concilio ecuménico de Éfeso, en el año 431, en Cristo habría dos personas: la persona humana que habría nacido de María, y la persona divina que sería la segunda persona de la Santísima Trinidad, engendrada eternamente por el Padre. Cristo, por tanto, no sería más que la unión moral de estas dos personas. En tal contexto, sólo sería hijo natural de Dios la persona divina, no así la persona humana, que sería hijo natural de María y, en todo caso, hijo adoptivo, especialmente adoptado por Dios. En el supuesto hipotético que consideramos, de que el nestorianismo hubiese hecho alguna mella en Hispania durante la ocupación bizantina, se habrían producido las circunstancias adecuadas para que un siglo más tarde se difundiera el adopcionismo hispano.

      Cualquiera que haya sido el origen remoto del adopcionismo, es preciso reconocer que duró poco, que su influjo fue superficial, y que al final se extinguió por completo, prevaleciendo la doctrina católica, que se podría formular así: Cristo, también en cuanto hombre, es hijo natural de Dios, porque la filiación no se predica de las naturalezas, sino de la persona, que en Cristo es una sola y subsiste en dos naturalezas: eternamente en la naturaleza divina, y en el tiempo en la naturaleza humana.

      La tercera gran controversia del período carolingio fue la discusión predestinacionista. Tuvo su origen en una lectura descontextualizada de ciertos pasajes de san Agustín. En polémica con los pelagianos, había predicado con gran energía la voluntad salvífica universal de Dios, pero al mismo tiempo, y quizá llevado por la pasión de la polémica, parecía haber afirmado que los que se salvan, se salvan porque Dios los predestinó a la salvación, mientras que los que se condenan, se condenan porque Dios los abandonó a su muerte. San Agustín estaría viendo el problema desde la perspectiva —siempre compleja— de las relaciones entre la libertad y la gracia. En tal perspectiva, previstas las respuestas que el hombre habría de dar en el futuro y las gracias que Dios habría de concederle, a unos los predestinaría a la salvación y a otros los abandonaría a