Rodó hacia un lado para evitar un golpe que hubiera sido mortal, se escurrió bajo las raíces de un árbol monstruoso y con la sangre que emanaba de un corte dibujó unos símbolos en su frente: una luna creciente, dos líneas entrecruzadas por el centro, a la derecha una espiral. Era su última oportunidad de sobrevivir. De otra manera, sería un final humillante para una bruja de su categoría.
–A ti, el más poderoso entre los sirvientes –murmuró rápido, entretanto una de las criaturas comenzaba a colarse por el hueco abierto a su derecha–, ¡A ti te solicito protección, Anwar! –esperó a que ocurriera algo, mientras tanto se cubrió con los antebrazos. Cuando el espíritu la alcanzó, esperó un ataque de su parte, pero eso jamás sucedió. Una luz roja semejante al sol de mediodía le atravesó los párpados, la euforia se apoderó de ella de tal manera que el dolor desapareció. Era él, la invocación había funcionado. Intentó deslizarse hacia el exterior, pero un golpe hizo trizas las raíces sobre su cabeza y cambió de opinión. La única criatura que no centraba su atención en Anwar, intentó alcanzarla con unas garras transparentes y largas.
–¿Y ahora qué hiciste? –le preguntó, fastidiado–. No puedo venir cada vez que te metas en problemas.
–¡Tenemos un pacto, así que me vas a liberar de esto! –se regañó a sí misma por no haberlo invocado antes de recolectar la semilla. Él era perfecto para todas las ocasiones. Elwinda se juntó a las raíces más lejanas cuando las garras le rasgaron la pierna de los pantalones. Las salidas estaban por todas partes, pero no podía arriesgarse a ser capturada afuera. La criatura ya llevaba medio cuerpo dentro de su escondite cuándo escuchó un sonido parecido al de un animal herido, eso significaba que iban ganando, sin embargo tenía la ligera sospecha de que no podría festejar el triunfo. La pérdida de sangre la indujo a un estado confuso y pronto se encontró en el país de los sueños.
«Despierta».
La palabra generó un eco infinito en la oscuridad. A veces se alejaba, volvía sereno como un columpio. Luego caía expandiéndose en círculos concéntricos como las gotas de lluvia sobre la superficie del agua. En aquella oscuridad era fácil ver el sonido, saborear los colores, sentir el aroma de la lluvia, la tierra mojada. De nuevo la palabra, era una orden. Conocía aquella voz que parecía venir de otro tiempo, de otro mundo. Tenía un tono seguro, incluso un poco severo, pero reconfortante. Entonces un inmenso dolor en la mandíbula la hizo abrir los ojos.
–Bien, al menos sigues viva –el rostro de siempre apareció frente a ella, con ese rictus ofuscado en la comisura de los labios, esos ojos oscuros viéndola con una mezcla de reproche y curiosidad. Porque todo había empezado así, curiosidad mutua. Lo sabía a cada vez que lo invocaba.
–¡¿Me golpeaste?! –preguntó indignada mientras se frotaba la mandíbula. Miró los alrededores en busca de los espectros, pero la zona estaba despejada. Suspiró. Como el cuerpo ya no le dolía se puso de pie–. No era necesario que... –comenzó a improvisar una frase de cortesía mientras se miraba los brazos sanos. Sabía lo que él había hecho, aún sentía el sabor ácido de su sangre mágica.
–Esto no es un juego, te lo advierto –la interrumpió con el mismo tono que cualquier padre utilizaría con su hijo problemático–. Es verdad que tenemos un pacto, pero no soy un simple sirviente, ¿Crees que me hace gracia descuidar las puertas de Balcaldur para ayudarte a derrotar a unos monstruos? Además podrías haberte encargado tú sola, eran débiles.
–Este lugar es extraño, aquí mis poderes no funcionan bien. Las leyendas son ciertas –miró los alrededores en busca de la semilla, seguía en el mismo lugar. Luego de repasar con la mirada a su interlocutor, se acercó, la tomó y la metió en una funda de tela. Aún sobraba espacio para otra semilla pequeña, miró hacia arriba en busca de alguna fácil de conseguir.
–De ninguna manera –se quejó mientras se acercaba a ella–. No tengo tiempo.
Elwinda volvió a mirarlo, realmente era un ser extraordinario. Tan fuerte, superior a cualquier otra criatura mágica que hubiera conocido. De buenas a primeras se lo podía confundir con un ser humano normal, un joven apuesto de cabello oscuro hasta los hombros, una altura imponente y contextura más bien robusta. Se veía como uno de los antiguos guerreros pintados en las paredes de los templos, con sus tatuajes en la piel tostada y las ropas impecables de tonos cálidos. Pero la realidad era diferente, Anwar era un Bahn, un demonio de otra dimensión que acechaba a los humanos y se alimentaba de su carne, su sangre. Los ancianos solían contar historias acerca de ellos, en especial en las noches frías cuándo lo único que se podía hacer era permanecer junto al fuego para no congelarse. Elwinda no las había creído hasta verlo con sus propios ojos. Se descubrió el cuello para ofrecerle una vez más «el pago».
¿Qué sabían los estudiosos acerca de criaturas así? Nada en absoluto, figuras de humo en una habitación cerrada. Se estremeció cuando sus manos enormes la sujetaron por los hombros. Durante todo ese tiempo sus investigaciones acerca de los Bahn habían avanzado gracias a ese contacto. Le fascinaba, su sed de conocimiento era tan ávida como la de Anwar por su sangre.
Él no le dejaba tocarlo, excepto cuando bebía. Elwinda le puso una mano en el pecho para sentir el latido de sus dos corazones, era la característica que se le hacía más interesante. A continuación el dolor estalló desde su arteria y se esparció por su columna vertebral, hasta la cintura. Cualquier sacrificio valía la pena por unos momentos de contacto físico con él. Esperó, dejó que bebiera despacio mientras palpaba su columna vertebral, ascendiendo hasta la nuca. Lo más interesante de su esqueleto era la forma del cráneo, tan parecido al de un humano que le hacía pensar si ellos no serían un vestigio insignificante de su especie. Existían historias de híbridos, reyes de épocas pasadas que habían gobernado con puño de acero y conquistado naciones, todos ellos con poderes extraordinarios... semejantes a los de Anwar.
Un mareo fue el disparador de su pánico, ¿Y si no se detenía? ¿Podría perder control y acabar con ella? Intentó apartarse, pero él cerró los brazos en torno a su cuerpo evitando que respirara con normalidad. Se asfixiaba, quiso decir algo pero su voz parecía atascada en su garganta.
El instinto de supervivencia es algo curioso, surge de las entrañas, toma control del cuerpo y permite hacer cosas imposibles. Eso fue lo que la impulsó a seguir consciente hasta que la pérdida de sangre ganó la batalla. Liviana como una pluma, volvió a sumirse en aquel mundo oscuro dónde todo parecía cobrar más sentido.
Pasaron horas, tal vez días, era imposible saberlo. Se había desmayado bajo la misma luz intensa. Su cuerpo recostado sobre las raíces de un Árbol de Sangre se sentía rígido, cada músculo de su cuerpo estaba contracturado y le tomó trabajo incorporarse. El lado izquierdo del cuello se había llevado la peor parte. Además le costaba respirar. A su lado la semilla dentro del morral permanecía a la espera de que la llevaran a casa. Incluso bajo el velo del dolor el lugar no perdía su magia, se puso de pie para poder contemplar el paisaje una última vez. Por supuesto, Anwar se había esfumado. Había mucho que hacer, el tiempo le pisaba los talones. El viaje de vuelta comenzaba allí.
Al llegar lo primero que hizo fue sacar la semilla de su funda, y el libro del morral. «Sanguine, crianza y cuidados.». Acarició las letras doradas sobre la tapa