—¿Vas a decirme en qué estás metido?
—¿Por qué tendría que hacerlo? —Augie era el retrato de la más arrogante bravuconería.
—Porque lo encontré.
—¿A quién? —Sus ojos se abrieron de par en par mientras luchaba por encontrar una respuesta.
—Nos insultas a los dos con esa pregunta. Y lo solté.
—¿Por qué has hecho eso? —Augie se puso de pie haciendo un gesto de dolor al instante.
—Porque estaba en mi carruaje y teníamos que ir a otro sitio.
—Creo que te refieres a mi carruaje. —Augie frunció el ceño y luego miró a Nora.
—Si vamos a hablar con propiedad, entonces el carruaje no es de ninguno de nosotros. Pertenece a papá —añadió Hattie, indignada por la frustración.
—Pero me pertenecerá a mí —dijo Augie, reafirmándose.
—Pero, por ahora, pertenece a papá. —Hattie no dijo nada más. Nunca se le había ocurrido que ella podría hacer un trabajo mejor en la gestión del negocio. O que podría saber más sobre el negocio que él. Nunca se le había ocurrido que podría no recibir lo que deseaba en el momento preciso en que quería tenerlo.
—Y no te ha dado permiso para usarlo cuando quieras.
De hecho, sí, pero a Hattie no le interesaba esa discusión.
—Oh, ¿y a ti te ha dado permiso para secuestrar hombres y dejarlos atados en su interior?
Los dos miraron a Nora después de la pregunta.
—No os preocupéis por mí. No estoy prestando atención —dijo mientras se alejaba para llenar la tetera.
—No iba a dejarlo ahí.
—¿Qué ibas a hacer con él? —preguntó Hattie girándose hacia él.
—No lo sé.
—¿Ibas a matarlo? —replicó ante la vacilación de su hermano, recuperando el aliento.
—¡No lo sé!
Su hermano era muchas cosas, pero un tipo con una mente maestra para el crimen no.
—¡Dios mío, Augie…! ¿En qué estás metido? ¿Crees que un hombre así simplemente desaparecería, moriría y nadie vendría a buscarte? —Hattie continuó—: ¡Tienes mucha suerte, tan solo lo noqueaste! ¿En qué estabas pensando?
—¡Estaba pensando en que me había clavado un cuchillo! —Señaló a su muslo vendado—. ¡El que tienes en la mano!
—No hasta que fuiste a por él. —Apretó los dedos alrededor de la empuñadura y sacudió la cabeza. Él no lo negó—. ¿Por qué? —No respondió. Dios la librara de los hombres que decidían usar el silencio como un arma. Resopló llena de frustración—. Me parece que te lo merecías, Augie. No parece el tipo de hombre que va por ahí apuñalando a gente que no lo merece.
Se hizo el silencio, el único sonido en la habitación era el del fuego que calentaba la tetera de Nora.
—Hattie… —Ella cerró los ojos y evitó la mirada de su hermano—. ¿Qué sabes tú de la clase de hombre que es?
—He hablado con él.
Más que eso.
«Lo he besado».
—¿Qué? —Augie se levantó de la mesa con un gesto de dolor—. ¿Por qué?
«Porque me dio la gana».
—Bueno, me sentí bastante aliviada de que no estuviera muerto, August.
—No deberías haber hecho eso. —Augie ignoró la advertencia en sus palabras.
—¿Quién es? —Volvió a preguntar ella y esperó.
—No deberías haberlo hecho —contestó él mientras caminaba por la cocina.
—¡Augie! —dijo ella con firmeza para llamar su atención—. ¿Quién es?
—¿No lo sabes?
—Sé que se llama a sí mismo Bestia. —Sacudió la cabeza.
—Así es como todos lo llaman. Y su hermano es Diablo.
Nora tosió.
—Pensaba que no estabas escuchando. —Hattie la miró.
—Por supuesto que estoy escuchando. Esos nombres son ridículos.
—De acuerdo. Nadie se llama Bestia o Diablo salvo en una novela gótica. Y aun así… —Hattie asintió.
—Estos dos se llaman así. Son hermanos y criminales. Aunque no debería tener que decírtelo, considerando que me apuñaló. —Augie no tenía paciencia para las bromas.
—¿Qué clase de criminales? —preguntó Hattie, inclinando la cabeza.
—¿Qué clase de…? —Augie miró al techo—. ¡Dios, Hattie! ¿Importa?
—Aunque no fuera así, me gustaría saber la respuesta —dijo Nora desde su lugar junto al fogón.
—Contrabandistas. Los Bastardos Bareknuckle.
Hattie suspiró. Puede que no supiera cómo se llamaban, pero conocía a los Bastardos Bareknuckle, los hombres más poderosos del este de Londres, y posiblemente también del resto de Londres. Se hablaba de ellos en los Docklands, movían la carga de sus barcos al amparo de la noche y pagaban una prima a los estibadores más fuertes.
—También es un nombre ridículo —dijo Nora mientras servía su té—. ¿Quiénes son?
—Son traficantes de hielo —comentó Hattie mirando a su hermano.
—Contrabandistas de hielo —la corrigió él—. Y también de brandy y bourbon y muchas cosas más. Sedas, cartas, dados... Cualquier cosa por la que Gran Bretaña cobre un impuesto, la mueven sin que la Corona lo sepa. Y se han ganado los apodos que vosotras dos creéis que son estúpidos. Diablo es el agradable de los dos, pero te corta la cabeza rápidamente si piensa que has hecho algo al margen de ellos en Covent Garden. Y Bestia… —Hattie se acercó durante la pausa de Augie—. Dicen que Bestia es…
Se quedó en silencio, parecía nervioso.
Parecía asustado.
—¿Qué? —dijo Hattie, desesperada por que terminase. Como él no respondió, le pinchó con una broma—. ¿El rey de la selva?
—Dicen que si va a por ti, no descansa hasta que te encuentra —contestó mirándola