—Haremos un trato por la carga. Compartiremos los ingresos de nuestros envíos hasta que acabemos de pagársela. —Hattie enderezó sus hombros más segura de sí misma que nunca.
—No será suficiente.
—Lo será. —Ella haría que lo fuera. Le aseguraría que no habría más robos. Y le daría los ingresos. Con intereses. Si era un hombre de negocios, reconocería que era un buen negocio en cuanto se lo dijera. Matar a Augie no le devolvería la carga perdida y haría caer a la Corona sobre su cabeza, algo que a los contrabandistas no les gustaría.
El dinero era real. Ella lo convencería.
—No te metas en esto —señaló mientras miraba a los ojos a su hermano.
—No lo conoces, Hattie.
—He hecho un trato con él.
—¿Qué clase de trato? —Augie se quedó paralizado.
—Sí, ¿qué clase de trato? —repitió Nora curvando los labios como muestra de diversión.
—Nada serio.
«No estás en posición de hacerme una oferta. Yo consigo todo lo que es mío».
Un cosquilleo de placer recorrió a Hattie al recordar lo que había aceptado, aunque aún quedaba la promesa de la última retribución. El calor de su beso. La promesa de su tacto.
—Hattie, si accedió a verte de nuevo, lo que sea que haya dicho, debes saber que no es por ti —dijo Augie, interrumpiendo sus pensamientos.
Escondió la decepción que le provocó aquella afirmación. Augie no se equivocaba. Hombres como el que había conocido esa noche, hombres como Bestia, no eran para mujeres como ella. No se fijaban en mujeres como Hattie. Se fijaban en hermosas féminas con cuerpos pequeños y delgados y delicados temperamentos. Ya lo sabía.
Lo sabía, pero aun así…, la sinceridad sin filtros sobre su falta de atractivo le molestaba.
Apagó el dolor con una carcajada, como hacía siempre.
—Lo sé, Augie. Y ahora sé lo que busca. Al idiota de mi hermano. —Disfrutó más de lo que debería de la preocupación que bañó la cara de Augie—. Pero tengo la intención de que mantenga nuestro acuerdo. Y para ello, tendrá que aceptar nuestra oferta.
—Iré contigo.
—¡No! —Lo último que necesitaba era que Augie la acompañara y lo estropeara todo—. ¡No!
—Alguien tiene que ir contigo. No sale de Covent Garden.
—Entonces iré a Covent Garden —dijo.
—No es lugar para las damas —le recordó Augie.
Si había cinco palabras que catapultaran a una mujer al movimiento, seguramente eran aquellas.
—¿Necesito recordarte que crecí entre los aparejos de los barcos de carga?
—Hará lo que sea necesario para castigarme. Y tú eres mi hermana. —Augie intentó cambiar el rumbo de la conversación.
—No lo sabe. Ni lo sabrá —dijo ella—. Dispongo de esa ventaja.
¿No se habían separado con ese desafío? ¿No debía uno encontrar al otro? Y ahora…, ella sabía cómo encontrarlo. El placer la recorrió. El triunfo. Algo peligrosamente cercano al regocijo.
—¿Y si Bestia te hace daño?
—No lo hará. —Eso lo sabía. Podría burlarse de ella, tentarla, ponerla a prueba. Pero no le haría daño.
Augie consintió invadido de alivio. Por supuesto que se sentía aliviado. Ella estaba a punto de arreglar el desastre que él había provocado. Como siempre.
—Está bien —exhaló él.
—Augie… —Su hermano levantó la mirada y ella se detuvo con el corazón palpitando—. Si hago esto… —La sospecha cruzó la cara de Augie, pero no dijo nada—. … Si salvo tu pellejo, entonces harás algo por mí.
—¿Qué es lo que quieres? —Augie frunció el ceño
—No es lo que quiero, August. Es lo que tú felizmente me entregarás.
—Venga, vamos.
«Ahora o nunca. Tómalo. Le dijiste a Bestia que tú tampoco perdías. Hazlo».
—Le dirás a nuestro padre que no quieres ocuparte del negocio. —Los ojos de Augie se abrieron de par en par mientras Nora soltaba un silbido que Hattie ignoró; la frustración y la determinación y el triunfo la invadieron, todo a la vez—. Le dirás que me lo entregue a mí.
Parecía que ese día sí que iba a ser el inicio del Año de Hattie, después de todo.
Capítulo 7
La tarde siguiente, mientras el sol se hundía por el oeste, Whit se encontraba en la pequeña y silenciosa enfermería, en lo profundo de la Colonia de Covent Garden, vigilando al chico que había sido trasladado allí después del ataque al cargamento.
La habitación, llena de luz dorada, estaba meticulosamente limpia en comparación con el mundo exterior, un mundo donde reinaba la suciedad y eso debería haberle proporcionado una pizca de paz.
No fue así.
Había ido inmediatamente a la colonia después de salir del 72 de Shelton Street… Había ido a ver a aquel chico, Jamie, que estaba en el suelo cuando lo noquearon, bañado en su propia sangre. Incluso cuando había perdido el conocimiento, algo que lo enfurecía. Nadie hería a los hombres de los Bastardos Bareknuckle y sobrevivía para contarlo.
Su corazón se aceleró con el recuerdo y no se fijó en que la puerta de la habitación se abría y un joven doctor con gafas entraba y se acercaba mientras se secaba las manos.
—Lo he sedado —dijo el doctor, arrancándolo de sus pensamientos—. No se despertará durante horas. No es necesario que esperes aquí.
Pero él necesitaba hacerlo. Protegía a los suyos.
Los Bastardos Bareknuckle reinaban en el retorcido laberinto de Covent Garden, más allá de las tabernas y de la seguridad de los teatros para los ricachones de Londres,