–La verdad es que no he podido ir a la peluquería.
–Ningún problema –dijo el hombre–. Le pediré a la peluquera del hotel que suba ahora mismo. ¿Necesita también una maquilladora?
–Pues… sí, la verdad es que me vendría bien. Muchas gracias.
La suite era preciosa, con un balcón frente a la Piazza Navona, llena de antiguas estatuas y fuentes. Mia intentaba controlar su nerviosismo mientras se decía a sí misma que todo iba a salir bien. Se habían llevado su vestido para plancharlo y tenía dos hadas madrinas dispuestas a prepararla para el baile.
Pero no sabía qué iba a pasar entre Dante y ella.
¿Tendrían oportunidad de hablar en privado?
Y si era así, ¿le diría que estaba embarazada?
Solo con pensar en Dante se ruborizaba. No podía dejar de recordar esa noche en Luctano… esa noche prohibida.
Después de ducharse, salió del baño envuelta en un esponjoso albornoz blanco para que empezase la transformación.
–Un maquillaje discreto –le dijo a la maquilladora.
–Por supuesto, signora Romano.
Durante su matrimonio con Rafael habían vivido discretamente en las colinas de la Toscana, pero ahora estaba viendo cómo era la vida de lujos de los Romano y la ponía nerviosa.
Cuando la peluquera estaba terminando de cepillarle el pelo, convertido en una melena larga y suave como la seda, Gian entró en la habitación con una caja en la mano.
–Es un regalo para ti.
Era una cajita de terciopelo negro, el color del que debería ser su vestido. Mia abrió el sobre, que contenía una tarjeta con una nota escrita a mano.
Gracias por venir.
Dante Romano
Mia abrió la caja y se quedó sorprendida al ver un par de exquisitos pendientes de oro rosa y diamantes de corte briolette.
Ahora entendía que Gian los hubiese llevado a la habitación personalmente. Debían valer una fortuna. Serían un préstamo para esa noche porque Dante no quería que pareciese una pariente pobre, aunque cuando se puso el vestido no lo parecía en absoluto.
Incluso ella dejó escapar una exclamación al verse en el espejo porque apenas se reconocía.
El embarazo había ampliado su busto y sus caderas eran más redondeadas, más voluptuosas.
El maquillaje no era tan sutil como había esperado, pero la maquilladora había dicho que era lo que el vestido pedía. Y el vestido pedía también los preciosos pendientes como toque final.
Pronto vería a Dante, pensó mientras bajaba al vestíbulo, donde se había reunido la familia para saludar a los invitados.
Y allí estaba Dante, con Ariana y Stefano. Ariana debió decir algo desagradable porque Dante se volvió hacia su hermana con cara de pocos amigos.
Al parecer, la joven había olvidado que, por esa noche, iban a dejar a un lado las diferencias.
–No parece una viuda de luto –la oyó decir.
–Déjalo ya.
Dante se volvió hacia Mia y lo único que pudo pensar fue: «gracias a Dios».
Gracias a Dios su padre no había podido acudir al baile el año anterior porque si la hubiera visto con ese vestido rojo habría ido al infierno de cabeza.
No llevaba la alianza ni el anillo de compromiso y cuando los pendientes reflejaron la luz de la lámpara de araña sintió cierto orgullo de que llevase sus diamantes esa noche.
Era tan bella, tan seductora y elegante que tuvo que hacer un esfuerzo para no acercarse y ofrecerle su brazo.
–Mia –la saludó cuando llegó a su lado–. Estás preciosa. Gracias por venir.
–Es un placer.
–¿Cómo estás?
–Estoy bien –respondió ella.
O, más bien, a punto de estallar por combustión espontánea.
Dante estaba guapísimo con una chaqueta de terciopelo tan oscuro como sus ojos, que brillaban de aprobación, y cuando la tomó del brazo tuvo que hacer un esfuerzo para poner un pie delante de otro.
Ariana y Stefano la saludaron con rígida amabilidad, pero pronto se alejaron, dejándola sola con Dante.
–¿Dónde está Roberto? –le preguntó mientras la escoltaba hacia el salón de baile
–No se encontraba bien. No es nada serio, pero por desgracia no podrá venir.
–Ah, vaya, lo siento.
–Yo no puedo ser tu acompañante. Sería inapropiado.
–No, claro –dijo ella, más que aliviada porque prácticamente había chispas saltando entre ellos.
–Pero se lo pediré a Gian…
–No tienes que buscarme un acompañante, soy perfectamente capaz de entrar sola.
–Muy bien, pero no voy a bailar contigo y creo que tú sabes por qué.
La dejó allí, sin aliento, tan mareada como si la hubiera besado. Haciendo un esfuerzo para calmarse, tomó aire y dio un paso adelante.
Todas las cabezas se volvieron cuando la viuda de Rafael Romano hizo su entrada en el salón. Podía oír susurros sobre el color del vestido, pero Mia se concentró en la preciosa decoración mientras se dirigía hacia la mesa presidencial.
El salón de baile era precioso, con paredes enteladas en brocado y enormes lámparas de araña que iluminaban las mesas adornadas con centros de fragantes gardenias.
Iba a ser una noche muy incómoda, aunque no había esperado otra cosa.
Estaba sentada entre un ministro, aunque no recordaba de qué, y Gian de Luca, en aquella cena de descontento. Ariana, guapísima con su vestido de noche, no le prestaba la menor atención, Stefano y Eloa solo tenían ojos el uno para el otro y Luigi y su mujer no se molestaron en saludarla siquiera.
Dante estaba sentado frente a ella, con la mujer del ministro a un lado y una joven rubia que lo miraba con total adoración al otro.
¿Había sido tan cruel como para ir con una cita?
El maestro de ceremonias anunció que brindarían con un champán de la bodega privada de Rafael Romano. Naturalmente, Mia levantó su copa y fingió tomar un sorbo, con un brillo de lágrimas en los ojos al recordar a su querido amigo.
El primer plato, ravioli relleno de queso Pecorino con una cremosa salsa de trufa, era perfecto, aunque estaba demasiado nerviosa como para poder disfrutarlo.
–Era el plato favorito de Rafael.
–Sí, lo sé –asintió Dante–. Ariana ha elegido el menú pensando en él y las trufas son de Luctano.
–Ah, qué bien –Mia miró a Ariana para felicitarla, pero la joven le dio la espalda para hablar con su compañero de mesa.
El segundo plato, un filetto di maiale alla mela verde, le hizo recordar el fragante aroma de las cocinas de Luctano, pero el recuerdo se agrió cuando la rubia puso una mano sobre el brazo de Dante y él le ofreció una sonrisa.
Mia estaba celosa por primera vez en su vida y decepcionada porque, por mucho que se lo negase a sí misma, la verdad era que quería estar a solas con Dante.
Había querido ese peligroso baile.
Cuando los camareros se llevaron los platos del postre, una selección de los dulces favoritos de Rafael, Eloa hizo un intento de entablar conversación.
–Ariana