–Ese toque nos lo darán los accesorios. Esta tarde tienes concertada una cita con Steve, de la galería de arte Rodeo. Seguro que encontrarás algún cuadro precioso para tu colección de nuevos artistas que te aportará el toque de color que quieres, y después podremos añadir varios toques más para acabar de redondearlo todo.
–Sí, supongo que sí. Sabes que confío en ti, Emily. No me has decepcionado nunca, pero ¿dónde estás?, ¿por qué no estás aquí? Lo que pago por tus servicios incluye tu supervisión personal, ¿no?
–Estoy encargándome de una emergencia familiar en Carolina del Norte, pero no tienes de qué preocuparte. Todo está bajo control. Si me necesitas, solo tienes que llamarme –al oír el pitido que le indicaba que estaba recibiendo otra llamada, añadió–: Tengo que colgar, querida. Te llamaré después para comprobar que todo va bien, mándame un mensaje de texto si me necesitas antes para algo.
Cortó la llamada antes de que Sophia pudiera quejarse de algo más, y al mirar la pantalla del móvil vio el nombre del cliente al que había conocido poco antes en Aspen.
–Nos gustan tus ideas –le dijo Derek Young, sin andarse con preámbulos–. ¿Cuándo puedes volver a venir para poner en marcha el proyecto? Nos gustaría que las instalaciones estuvieran listas a primeros de diciembre, para aprovechar al máximo la temporada de esquí. Si pudiera ser para Acción de Gracias, mucho mejor.
Emily se sintió fatal por tener que rechazar ese plazo, pero, como no tenía otra opción, admitió:
–Tardaré un par de semanas por lo menos. Si puedo ir antes, lo haré, pero voy a ser sincera contigo: Creo que pensar en abrir en diciembre sería muy optimista, incluso suponiendo que yo pudiera estar ahí mañana mismo. Vas a tener que decidir si quieres un trabajo de calidad o uno rápido.
–Quiero las dos cosas –le contestó él sin vacilar–. Si eso significa doblar la mano de obra, adelante.
Emily captó el mensaje, y se limitó a contestar:
–De acuerdo.
–Estamos hablando de un proyecto muy grande, es un hotel de montaña entero –insistió él. Estaba claro que quería subrayar lo que había en juego–. Seguro que la publicidad te vendría bien.
–Soy consciente de la oportunidad tan fabulosa que estás ofreciéndome, Derek, pero no puedo abandonar a mi familia en este preciso momento. El huracán lo ha destrozado todo a su paso.
Emily esperó con el aliento contenido, y le pareció oír a la esposa de su potencial cliente hablando con él en voz baja.
–Vale, haz lo que puedas –dijo él al fin–. Tricia acaba de recordarme que, a pesar de que yo no lo hago, de vez en cuando hay que darle prioridad a la familia por encima de los negocios.
Emily sonrió al admitir:
–Esa es una lección que a mí también me cuesta poner en práctica, dale las gracias de mi parte.
–¿Me llamarás?
–Por supuesto. Hay cosas que ya puedo poner en marcha desde aquí, no perderemos mucho tiempo.
Cuando cortó la llamada, se permitió unos segundos para disfrutar del triunfo que suponía haber conseguido el trabajo, pero suspiró al preguntarse si su abuela y sus hermanas iban a alegrarse por aquel logro. Seguro que se sentían decepcionas al ver que había prometido marcharse tan pronto, cuando lo más probable era que el restaurante aún no estuviera listo del todo.
Mientras contemplaba a sus niñas con el corazón henchido de amor, Cora Jane sintió que sus ojos se inundaban de lágrimas. Antes de que pudiera secárselas, Gabi se dio cuenta de lo que le pasaba y le preguntó en voz baja:
–¿Estás bien, abuela?
–Sí. Es que me siento muy feliz al volver a teneros a las tres bajo este techo, aunque haya un montón de goteras y todo esté hecho un desastre.
–No hay nada que no pueda arreglarse con un poco de trabajo duro. Yo me encargo de llamar para que arreglen el tejado.
–No hace falta, Boone ya se ha encargado de eso y vendrán mañana a primera hora para poner uno nuevo. En teoría, no tardarán más de un par de días en tenerlo listo, así que todo irá bien si no cae otra tormenta en ese plazo de tiempo.
–¿Estáis hablando de Boone? –preguntó Emily, que había entrado justo a tiempo de oír a Cora Jane.
–Se ha encargado de que vengan a arreglar el tejado –le contestó Gabi.
–Yo puedo hacer un par de llamadas, me dedico a negociar con contratistas –protestó ella, molesta.
–¿A cuántos contratistas de la zona conoces que puedan encargarse del tejado mañana mismo? –le preguntó Boone, al entrar en la cocina junto a B.J.–. Pero haz lo que quieras, no voy a ofenderme si quieres intentarlo.
Emily se sonrojó.
–Solo digo que quiero que mi abuela pueda elegir a quien le ofrezca un presupuesto razonable.
–Vaya, no sé cómo no he pensado yo en eso –le contestó él, con un deje de sarcasmo en la voz.
Cora Jane miró al uno y a la otra con exasperación. Siempre igual. Si Boone decía que el cielo era azul, Emily aseguraba que tenía un tono gris plomizo. Nunca había conocido a dos personas que disfrutaran tanto llevándose la contraria, quizás se debía a que eran muy parecidos y esperaban mucho tanto de sí mismos como de los demás.
–Dejadlo ya –les ordenó–. Tommy Cahill vendrá mañana y me parece bien lo que va a cobrarme, así que se acabó la discusión. Para mí es una suerte que Boone haya conseguido que acepte empezar ya con un encargo tan pequeño con todo el trabajo que hay ahora en la zona. Ha dicho que sí para hacerle un favor a él, seguro que cualquier otro me habría hecho esperar semanas.
Emily se reclinó en la silla y contestó enfurruñada:
–Como quieras, abuela.
–Gracias –le contestó Cora Jane con sequedad–. Bueno, ahora propongo que nos pongamos manos a la obra y empecemos a adecentar este lugar. Me gustaría abrir mañana para servir desayunos, si consigo que los proveedores me traigan esta tarde el pedido.
–Eso es una locura, el local está hecho un desastre –protestó Emily–. Va a llevarme días hacer traer mobiliario nuevo, repintarlo todo y tener lista la nueva decoración. Durante el viaje desde Colorado he esbozado unas cuantas ideas.
Cora Jane sabía que la intención de su nieta era ayudar y que era una experta en el tema, pero no quería cruzar la puerta en un par de semanas y que el restaurante familiar que había abierto su difunto marido hubiera quedado irreconocible. A ella le gustaba cómo estaba decorado; quitando el estropicio y la humedad que había en ese momento, claro, y nunca les habían faltado clientes. El local siempre estaba lleno de gente de la zona y de turistas. Caleb había sabido ver lo que funcionaría en una comunidad costera como aquella, y ella se había limitado a seguir el camino que él había marcado.
–Esta noche repasaremos tus ideas, Emily. Es verdad que hay que dar una nueva mano de pintura, pero ten en cuenta que, además de la gente de la zona que va a volver, también van a venir un montón de obreros, y todos ellos van a tener que ir a comer a algún sitio. De momento nos las apañaremos con lo que tenemos, puede que más adelante podamos plantearnos hacer un par de cambios.
Dio la impresión de que Emily quería protestar, pero al final se levantó sin más y salió al porche lateral del restaurante.
Cora Jane se volvió hacia Boone.
–Ve a hablar con ella.
Tal y como cabía esperar, él se mostró alarmado ante semejante petición.
–¿Yo?, ¿por qué yo?
–Querido, lo sabes tan bien como yo. Tenéis que hablar, hacedlo ya y aclarad las cosas. Puede que discutir contigo