La sonrisa traviesa con la que le miró su hijo le recordó tanto a Jenny, que Boone sintió una punzada de dolor en el corazón. Su difunta esposa había sido la mujer más dulce del mundo, y perderla por culpa de una infección descontrolada con resistencia a los antibióticos había sido devastador tanto para B.J. como para él.
El pequeño estaba recuperándose gracias a la capacidad de recuperación tan propia de los niños, pero él no sabía si iba a poder superar aquel dolor. Era consciente de que dicho dolor estaba teñido en parte por el sentimiento de culpa que le atenazaba por no haberla amado ni la mitad de lo que ella le había amado a él. ¿Cómo iba a poder hacerlo, si Emily Castle seguía siendo la dueña de parte de su corazón? Pero, al margen de sus sentimientos, estaba convencido de haber hecho todo lo posible por estar a la altura de las circunstancias. A Jenny nunca le había faltado de nada y él había sido un buen esposo y un padre abnegado; aun así, a veces, en la oscuridad de la noche, no podía evitar preguntarse si eso había bastado, y no ayudaba en nada el hecho de que los padres de Jenny le culparan de todo tipo de cosas, desde arruinarle la vida a su hija hasta contribuir a su muerte. No había duda de que estaban buscando cualquier excusa para poder arrebatarle a B.J., pero él no estaba dispuesto a permitírselo. ¡Iban a tener que pasar por encima de su cadáver!
En cuanto a todo lo demás… se dijo para sus adentros que eso ya era agua pasada, y respiró hondo antes de echar a andar hacia el restaurante tras su hijo. Cora Jane le había comentado que sus tres nietas iban a regresar para ayudar a limpiar los destrozos que había provocado la tormenta, así que estaba sobre aviso y se preparó para volver a ver a Emily después de tantos años, pero al entrar en el local tan solo vio a Gabriella mirando frenética a Cora Jane, que estaba subida de forma bastante precaria en el peldaño más alto de una escalera de mano. La pobre Gabi sujetaba dicha escalera con tanta fuerza, que tenía los nudillos blanquecinos.
–¿Se puede saber qué es lo que estás haciendo, Cora Jane? –le preguntó, exasperado. Le pasó un brazo por la cintura, la bajó de la escalera, y no la soltó hasta que vio que tenía los pies firmemente apoyados en el suelo.
Ella se volvió como una exhalación y le fulminó con la mirada.
–¿Qué es lo que estás haciendo tú, Boone Dorsett? –sus ojos marrones estaban llenos de indignación.
Boone le guiñó el ojo a Gabi, que no podía ocultar lo aliviada que estaba antes de contestar:
–Evitar que te rompas la cadera. Te dije hace mucho que yo me encargaba de arreglar las luces siempre que hiciera falta, y que si no podía se lo encargaría a Jerry o a tu encargado de mantenimiento, ¿no?
–Jerry no está aquí, y no encuentro por ninguna parte al de mantenimiento; además, ¿desde cuándo te necesito a ti para poner unas cuantas bombillas?
Se llevó las manos a las caderas y procuró amedrentarlo con la mirada, pero, teniendo en cuenta la diferencia de tamaño que había entre ambos, no logró ni de lejos el efecto amenazador que estaba claro que quería lograr.
–Al menos podrías haber dejado que se encargara Gabi –alegó él.
Dio la impresión de que ella intentaba contener una sonrisa al escuchar aquello, y evitó mirar a su nieta al admitir en voz baja:
–A la pobre le dan miedo las alturas, ha estado a punto de desmayarse con solo subir dos peldaños.
–Es verdad –admitió la aludida, ruborizada–. Ha sido humillante, sobre todo cuando ella ha subido la escalera como si nada.
Por suerte, B.J. eligió ese momento para agarrar a Cora Jane de la mano.
–Señora Cora Jane, ya ha vuelto la luz, ¿verdad?
Ella sonrió y le alborotó el pelo en un gesto afectuoso.
–Sí, volvió hace una media hora más o menos. A ver, deja que adivine… lo preguntas porque te gustaría que te preparara unas tortitas, ¿no?
Los ojos del niño se iluminaron.
–Sí, pero papá me ha dicho que no se lo pida, porque estamos aquí para ayudar.
–Bueno, como tu papá parece empeñado en ocuparse de las tareas más peligrosas, yo creo que voy a poder prepararle unas tortitas a mi cliente preferido. ¿Me echas una mano?
–¡Vale! Batiré la mantequilla como usted me enseñó la otra vez –le propuso el pequeño, mientras se alejaba con ella.
Boone les siguió con la mirada y le dijo a Gabi:
–No sé cuál de los dos va a provocarme mi primer ataque al corazón, pero lo más probable es que sea tu abuela.
Ella se echó a reír y admitió:
–Sí, tiene ese efecto en todos nosotros.
–Me comentó que tus hermanas y tú ibais a volver para ayudar a poner a punto este sitio.
Intentó aparentar indiferencia y ocultar el pánico que sentía con solo pensar en Emily, pero, a juzgar por la mirada que Gabi le lanzó, era obvio que no había logrado engañarla.
–Samantha acaba de llamarme –le dijo ella–. El vuelo de Emily aterrizó hace una hora más o menos, y se han parado a comprar un par de cosas. Em estaba en Aspen cuando la llamé, y la ropa que tenía a mano no es demasiado adecuada para limpiar.
–¿Estaba en Aspen? Viaja bastante, ¿no?
–Sí, su reputación como diseñadora de interiores subió como la espuma cuando la renovación que hizo para una actriz salió publicada en una revista. Ahora trabaja con un montón de casas de famosos en Beverly Hills y Malibú. El año pasado renovó la villa de no sé quién en Italia, y me parece que ha ido a Aspen para echarle un vistazo a la casa que un amigo de uno de sus clientes habituales quería transformar en un hotel de montaña.
–Suena glamuroso –comentó, mientras por dentro se le hacía un nudo en el estómago.
Eso era lo que Emily había deseado desde siempre, ¿no? Disfrutar de la buena vida rodeada de gente famosa. Algunos de sus antiguos amigos la consideraban superficial y frívola, pero él sabía que, en realidad, ella había estado intentando llenar el vacío que sentía en el alma con las cosas que creía que no podía conseguir con la vida sencilla que tenía en Carolina del Norte.
Se preguntó si Emily seguía pensando que el mundo era fascinante, si con alguno de esos famosos había logrado entablar una amistad verdadera más allá de una relación puramente profesional. Él había aprendido tiempo atrás que era mucho mejor tener unas pocas personas con las que se podía contar que mil conocidos. La gente que había estado a su lado durante la enfermedad de Jenny, y que después había seguido apoyándole cuando había enviudado, le había enseñado el verdadero significado de la amistad.
–Será mejor que vaya a ver lo que está haciendo la abuela –le dijo Gabi. Echó a andar hacia la cocina, pero se detuvo de repente y volvió a acercarse a él–. Lo siento, Boone.
Él frunció el ceño al verla tan seria y le preguntó, desconcertado:
–¿El qué?
–Lo que te pasó con Emily. Ella no quería hacerte daño, lo que pasa es que había una serie de cosas que necesitaba llevar a cabo. Creo que tenía la intención de volver, pero tú te casaste con Jenny, y… en fin, ya sabes cómo fue todo después de eso.
Boone asintió. Agradecía sus buenas intenciones al decirle aquello, pero quiso dejarle claro que no hacían falta explicaciones.
–Acepté la decisión de tu hermana hace mucho, Gabi. Una cosita: yo creo que ella nunca tuvo intención de volver, por eso seguí adelante con mi vida.
Gabi lanzó una mirada hacia la cocina y asintió.
–Nadie te culpa por eso, y B.J. es un crío genial.
–Sí,