Boone la siguió con la mirada y suspiró al verla entrar en la cocina. Se preguntó por qué todas las mujeres de aquella familia le consideraban un tipo con valía… menos la que le había robado el corazón años atrás.
Emily se había preparado para volver a ver a Boone, estaba mentalizada… bueno, eso era lo que pensaba ella, porque verle subido a una escalera, vestido con unos vaqueros desgastados que moldeaban a la perfección su magnífico trasero y con una ajustada camiseta descolorida que enfatizaba su ancho pecho y sus imponentes bíceps, bastó para darle palpitaciones. Él llevaba puesta una gorra de béisbol que ocultaba en parte su rostro, pero estaba convencida de que la mandíbula de granito, los ojos oscuros como el ónice y los hoyuelos eran los mismos de siempre.
Siempre le había parecido increíble que un hombre pudiera ser puro fuego en un momento dado, pasar a parecer tan frío como el Polo Norte en un abrir y cerrar de ojos, y después dar media vuelta y sonreír como un niñito al que acababan de pillar haciendo una travesura. Boone Dorsett siempre le había parecido un poco contradictorio.
Mientras ella permanecía allí como un pasmarote, mirándole embobada, Samantha entró en el restaurante y exclamó:
–¡Hola, Boone!
Él giró la cabeza tan rápido que habría perdido el equilibrio si Emily no hubiera agarrado la escalera de forma instintiva para mantenerla en pie.
–Hola, Samantha –saludó él, muy serio, antes de mirarla a ella–. Emily.
La fastidió que no hubiera ni la más mínima diferencia en cómo pronunció su nombre, nada que indicara que ella era más especial que su hermana, nada que revelara que en el pasado la enloquecía con sus manos y con aquella seductora boca siempre que lograban escabullirse para estar solos. A ver, lo normal habría sido que usara un tono de voz un poco más íntimo al llamarla por su nombre, ¿no?
Tuvo que recordarse a sí misma que todo aquello había quedado en el pasado, que él era un hombre casado que pertenecía a otra mujer.
–¿Qué haces aquí, Boone? –le preguntó con irritación.
–¿No es obvio? –le contestó él, mostrando la bombilla que tenía en la mano.
–Me refiero a qué estás haciendo aquí, ayudando a mi abuela en vez de ocuparte de tus propios asuntos.
Sabía que estaba siendo grosera y desagradecida, pero era incapaz de contenerse. Aunque las reglas habían cambiado, daba la impresión de que sus sentimientos por aquel hombre seguían siendo los mismos, y eso la había tomado desprevenida. A lo largo de aquellos años no había sentido por nadie la atracción que Boone Dorsett seguía ejerciendo sobre ella, y eso que él estaba subido a una escalera y ni siquiera la había tocado. Era un descubrimiento perturbador, porque hasta ese momento había estado convencida de que la amargura que había sentido cuando él la había traicionado había conseguido eliminar para siempre todos esos viejos sentimientos.
–Mira, cielo, ya sé que te marchaste hace mucho, pero aquí nos ayudamos los unos a los otros cuando hay una crisis, y yo diría que este último huracán cumple los requisitos; ah, por cierto, tu abuela está en la cocina. Seguro que está deseando verte –se volvió sin más, y retomó lo que estaba haciendo.
Emily se quedó mirándolo boquiabierta. Cuando se volvió a mirar a Samantha y la vio sonriendo de oreja a oreja como si acabara de ver la escena de una absurda comedia romántica, echó a andar hacia la cocina con paso airado y masculló en voz baja:
–Cierra el pico.
Su hermana la siguió hasta la cocina y le dijo, sin dejar de sonreír:
–No he dicho ni una palabra, pero, por si te interesa mi opinión, te diré que eso ha sido súper ardiente.
Emily la miró desconcertada.
–¿Estás loca?, el tipo acaba de echarme como si yo fuera un mosquito fastidioso o algo así.
–Saltaban chispas. Yo creo que lo vuestro no ha terminado ni mucho menos.
–Está casado.
La sonrisa de su hermana se ensanchó aún más.
–¿No te ha contado nadie que perdió a su mujer?
–¿Qué pasó?, ¿se la dejó olvidada en el Gran Pantano Tenebroso? –contestó ella con sarcasmo.
Samantha se puso seria, y en su voz no quedaba ni rastro de diversión cuando contestó.
–No, hermanita. Jenny murió hace poco más de un año.
Emily se detuvo en seco justo en la entrada de la cocina y la miró horrorizada mientras la asaltaban de repente una maraña de emociones imposible de desenredar: tristeza por Jenny, que había sido una buena persona; dolor por Boone y por su hijo, que debían de haberse quedado destrozados; y un relampagazo de alivio completamente inapropiado e inesperado seguido de inmediato por un intenso pánico. Descubrir que no era inmune a aquel hombre sabiendo que él estaba fuera de su alcance era muy distinto a darse cuenta de que estaba disponible. ¿Por qué había tenido que enterarse de eso? ¡No tendría que haberse enterado de eso!
Lo último que necesitaba en su vida, una vida muy ajetreada y con una agenda de lo más apretada, era sentir algo por Boone Dorsett, el hombre al que había dejado atrás de forma más que deliberada.
La mirada de Cora Jane se posó de inmediato en Emily al verla entrar junto a Samantha en la cocina. Le bastó con ese somero vistazo para darse cuenta de que su nieta estaba demasiado delgada y tenía el rostro demacrado, así que no dudó en evaluar que seguro que había estado trabajando demasiado duro y que no se tomaba el tiempo necesario para cuidarse.
El rápido vistazo le bastó también para ver el rubor que le teñía las mejillas y el brillo que había en sus ojos, y, como estaba convencida de que ambos se debían a Boone, se apresuró a girarse para que sus nietas no vieran la sonrisa de satisfacción que no podía contener. Le habría encantado haber presenciado el primer encuentro de la pareja después de tanto tiempo, pero con ver la cara de Emily le bastaba para saber que sus esperanzas se habían cumplido y todo había ido de maravilla.
–Cariño, hacía mucho que no venías a casa –le dijo, antes de abrir los brazos.
Emily se acercó a darle un fuerte abrazo.
–Ya lo sé, lo siento. Siempre estoy pensando en venir, pero el tiempo vuela.
–Ahora ya estás aquí, eso es lo que importa –Cora Jane miró a Samantha, Gabi y B.J., que estaban sentados alrededor de la mesa, y sus ojos se empañaron de lágrimas–. Estáis las tres. No sabéis lo que significa para mí que lo hayáis dejado todo a un lado para venir hasta aquí.
–¿Por qué te extrañas? –le dijo Emily–. Esa es una lección que tú misma intentaste inculcarnos, ¿no? Que uno siempre tiene que apoyar a su familia. A ver, ¿se puede saber qué estás haciendo aquí, cocinando? A juzgar por cómo está el comedor, tendríamos que estar todas fregando el suelo de rodillas.
–Está haciéndome tortitas –le explicó B.J.
Cora Jane vio el momento en que su nieta se dio cuenta de quién era el niño. El pequeño era la viva imagen de Boone, así que estaba claro que era su hijo. El rostro de Emily reflejó por un instante lo impactada que estaba, pero logró sonreír y dijo, con voz suave pero un poco trémula:
–¿Quién es este caballero que ha conseguido que mi abuela le haga tortitas?
–Soy B.J. Dorsett –le contestó el niño, muy formal–. Boone es mi papá y yo ayudo mucho aquí. ¿Verdad que sí, señora Cora Jane?
–B.J. es el mejor ayudante del mundo, y lo de las tortitas me ha parecido muy buena idea. A todos nos vendrá bien un buen desayuno antes de empezar a adecentar este sitio.
–Apuesto a que la has convencido de que te las haga con forma de Mickey Mouse.
Al