E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jill Shalvis
Издательство: Bookwire
Серия: Pack
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788413756516
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petulante.

      Joe cabeceó, pero no se dejó arrastrar a la pelea. Sabía que no había cerillas ni encendedores en toda la casa. Molly y él habían dejado la casa a prueba del síndrome postraumático hacía varios años, y la mantenían limpia. Así pues, su padre podía aferrarse a aquellos puros, si eso hacía que se sintiera mejor. Y el hecho de verlo desafiante y satisfecho de sí mismo era mucho mejor que la depresión y la ansiedad que padecía normalmente.

      –Tienes que salir más.

      Su padre se encogió de hombros.

      –¿Y Janice? –le preguntó Joe–. La señora tan maja que vive al final de la calle y que te hace brownies. Se ofreció a ir contigo al cine.

      –Es vieja.

      –Tiene cuarenta y cinco años –le dijo Joe, con ironía–. Siete años más joven que tú.

      Su padre lo miró con sorpresa. Y con culpabilidad.

      –Papá, ¿qué has hecho?

      Silencio.

      –Dime que no has sido… tú mismo con ella.

      –Solo sé ser así.

      –¿Qué le dijiste, exactamente?

      –Quería que me apuntara a un club Bunko. Y que aprendiera a bailar en línea con ella.

      –¿Y?

      Su padre lo miró como si tuviera dos cabezas.

      –El Bunko es un juego tonto de mujeres, y yo estoy en silla de ruedas. No puedo bailar.

      –Los hombres juegan al Bunko –dijo Joe, con la esperanza de que fuera cierto. En realidad, no sabía exactamente qué era el Bunko–. Y tu silla tiene ruedas de las buenas. Pero te pido que te pongas unos pantalones, por favor. Y entonces, si le gustas a una mujer tanto como para que quiera compartir su vida contigo, no seas tonto. Compártela.

      –¿Qué te parece que siga ese consejo cuando tú hagas lo mismo?

      –Muy bien –dijo Joe–. Pero a mí nadie me ha pedido que juegue al Bunko ni que baile en línea.

      –Ya sabes lo que quiero decir. Tú eres un solitario, como yo.

      –Sí, bueno –dijo Joe con un suspiro–. Puede que haya llegado el momento de que dos tipos de costumbres aprendan un par de cosas nuevas.

      –Como ya te he dicho, tú primero.

      Joe pensó inmediatamente en Kylie, y tuvo que admitir que esperaba que ella no tuviera afición por el Bunko ni por el baile en línea.

      Comieron en silencio. Después, Joe recogió y ayudó a su padre a ducharse, a tomar las medicinas y a acostarse.

      –¿Por qué tienes tanta prisa? –le preguntó su padre, mientras se tapaba con la manta.

      –No tengo prisa –respondió Joe, y dejó un vaso de agua en la mesilla de noche.

      –No se puede engañar a un embustero, hijo. La otra noche nos vimos una temporada entera de Pequeñas mentirosas y esta noche estás deseando largarte de aquí. Supongo que así no tengo que sentirme mal por haber visto el primer episodio de la siguiente temporada con Molly.

      –Vaya –dijo Joe–. Tienes muy mala educación con respecto a las series, papá. Y tengo que marcharme porque todavía me queda trabajo.

      Era cierto, más o menos. Había quedado con Kylie a las siete en su casa para ir a investigar a otro de los aprendices, Eric Hansen. Casualmente, iba a haber una exposición suya en una galería cercana aquella misma noche, y sería la oportunidad perfecta para hacer la investigación. Él había llamado a Kylie un poco antes para contárselo y, previsiblemente, ella se había empeñado en ir.

      Eso era algo muy especial de Kylie: ella no estaba buscando un héroe, sino que salía a hacer el trabajo e intentaba resolver el problema por sí misma. Y eso, a él le atraía mucho.

      Como el hecho de que hubiera una química tan fuerte entre ellos.

      No tenía sentido. Kylie era un enorme contraste con el resto de su vida. Creaba belleza con sus propias manos y siempre pensaba lo mejor de los demás. Eso le fastidiaba y, al mismo tiempo, le hacía sentir algo opuesto al fastidio…

      –Es por una chica, ¿verdad? –le preguntó su padre–. Por favor, dime que es una chica. El hijo de Ted dejó a su mujer por un tipo que lleva los ojos y las uñas pintadas. No sé adónde va a llegar este mundo.

      Ted era compañero de unidad de su padre. Estaba en una residencia psiquiátrica y llevaba allí desde que habían vuelto a Estados Unidos, pero se mantenían en contacto por mensajes de teléfono.

      –No tiene nada de malo que Kelly sea gay –le dijo Joe.

      –Bueno, Ted se lo buscó, por ponerle a su hijo un nombre tan cursi como Kelly.

      Joe revisó la cerradura de la ventana para tener algo que hacer y no reaccionar negativamente a las palabras de su padre. El médico le había dicho en muchas ocasiones que su padre estaba igual de enfadado con todo el mundo, lo cual significaba que era intolerante y dañino con todos por igual. Aunque eso no le hacía más fácil la situación.

      –Ahora, las cosas son diferentes, papá. El género y la orientación sexual son algo más fluido.

      –¿A ti no te importaría que yo empezara a maquillarme? ¿O que me echara un novio?

      –No, ni lo más mínimo –dijo Joe–. Sobre todo, porque tú tendrías que haberte vuelto un tipo mucho más agradable para haber podido echarte novio.

      Su padre le sorprendió, porque se echó a reír. Todavía se estaba riendo cuando se giró en la cama y le dio la espalda.

      Joe se marchó y fue en coche hasta casa de Kylie. Llamó a la puerta y notó que ella se asomaba a la mirilla. Pensaba que iba a estar enfadada por su forma de marcharse la noche anterior, después de que Gib apareciera en escena, así que se quedó sorprendido al ver que ella hablaba la primera.

      –¿Ya se te ha pasado? –le preguntó, a través de la puerta.

      Él se encogió de un hombro.

      –Más o menos.

      –Me alegro.

      Kylie abrió la puerta, y eso fue todo. Nada de reproches, ni de mohines.

      Nunca había conocido a una mujer como ella.

      Nunca.

      Aquella tarde, se había puesto una peluca rubia, unas enormes gafas de sol y una trenca.

      –Dime que vas desnuda debajo de la trenca –le pidió él–. Mejorarías mucho la mierda de día que he tenido.

      Ella se cruzó de brazos.

      –¡Voy disfrazada!

      –Eso ya lo veo. ¿Vas de enfermera? Oh, por favor, sí, que sea de enfermera.

      –¿Lo dices en serio? Me he disfrazado para poder ir a la exposición de Eric Hansen sin que me reconozca.

      Joe se echó a reír. No podía parar.

      Ella lo miró con los ojos entrecerrados, y él intentó contenerse.

      –Ay, mierda –dijo con los ojos llenos de lágrimas–. Necesitaba esto para animarme.

      –No estoy intentando divertirte –dijo ella, en tono de enfado–. Voy a ir a la galería como si fuera una compradora.

      –Kylie –le dijo él, intentando no echarse a reír de nuevo, por si ella trataba de matarlo–. Yo voy a ir como si fuera una persona normal.

      –Pero si tú no eres normal.

      –De acuerdo, listilla –dijo él–. Solo quiero echar un vistazo y, si puedo, hablar con Eric.

      –Muy