Joe volvió a emocionarse. Aunque sabía que no podía permitirse ese lujo en aquel momento, entrelazó los dedos con los de Kylie, sin poder evitarlo.
Ella sonrió.
–Bueno, entonces, ¿qué hacemos ahora? –le preguntó.
–Vamos a vigilar un rato más para hacernos una idea de cómo son las cosas.
Ella asintió. Sin embargo, comenzó a inquietarse a los diez minutos.
Él la miró.
–Resulta que las vigilancias son aburridas –comentó Kylie.
–A mí me gusta que sean aburridas. Eso significa que, por el momento, no ha ocurrido nada.
Por el momento.
–Me estaba haciendo preguntas sobre ti –le dijo ella–. Tienes muchos secretos.
–Y tú.
–¿Yo? Pero si yo soy un libro abierto…
Él se echó a reír.
–Si es cierto, ¿por qué no me cuentas de qué trata en realidad esta búsqueda del tesoro? ¿Por qué significa tanto para ti ese pingüino?
Ella miró por la ventanilla y se quedó en silencio unos instantes.
–Me imagino que en tu trabajo no tienes muchos momentos tranquilos, como este –dijo, por fin.
–No –respondió Joe. No dijo nada sobre el cambio de tema. Si ella quería seguir guardando sus secretos, él también lo haría.
–Tu trabajo puede llegar a ser muy peligroso –dijo Kylie.
–Solo si me vuelvo estúpido.
Ella lo miró atentamente.
–No creo que tú puedas cometer una estupidez en el trabajo. Eres muy agudo y tienes una gran concentración, y eres el mejor en lo que haces.
–¿Y cómo lo sabes tú?
–Porque Archer habla muy bien de ti. Y Spence. Mucha gente habla de ti, en realidad. Como Molly.
–Molly es mi hermana. Ella no va a hablar mal de mí.
–Claro que habla mal de ti –dijo Kylie, riéndose–. Pero no de tu capacidad en el trabajo.
Él la miró con los ojos entrecerrados.
–¿Y qué dice de mí?
Ella sonrió y se mordió el labio. Después, apartó la mirada.
No, no. Él se inclinó hacia delante e hizo que girara la cabeza hacia él. La observó, y se dio cuenta de que se había ruborizado.
–De acuerdo –dijo Joe–. Quiero escuchar esta historia.
–No es nada.
–Vamos, cuéntamelo.
–La semana pasada salimos todas juntas una noche. Íbamos a ir al pub, pero antes tuvimos que ir a un cajero, porque la mitad necesitábamos sacar dinero. Nos estábamos riendo porque Haley no quería su recibo. Decía que, algunas veces, era necesario decirle al cajero que no queríamos el recibo porque no era necesario recibir esa negatividad en tu vida.
Joe se echó a reír.
–Y, entonces, tanto Elle como Molly tuvieron un ataque al corazón.
–Sí –dijo Kylie, sonriendo al acordarse de la escena–. Bueno, después, volvimos al pub y nos tomamos unas copas. Haley dijo que, aunque no es lo suyo, le gustaría acostarse contigo toda la noche y que, aunque nunca ha estado segura de si cree en la monogamia, a ti sí querría tenerte para siempre a su lado.
Joe no se sorprendía fácilmente, pero aquello hizo que se le enarcaran las cejas hasta el pelo.
–Sí –dijo Kylie–. Y, entonces, Molly le dijo a Haley que iba a tener que ponerse a la cola para acostarse contigo, porque, normalmente, tenías a las mujeres haciendo cola. Pero que, en cuanto a lo de quedarse contigo para siempre, lo habían intentado muchas de ellas, y ninguna había conseguido nada.
Joe dio un resoplido.
–Así que es cierto –dijo ella.
–Estaba hablando de mis tiempos jóvenes y salvajes –respondió él–. Pero ahora soy un adulto, un hombre mayor. He sentado la cabeza.
–¿Crees que tener treinta años es ser viejo?
–Para la gente normal, no, pero yo he pasado por muchas cosas durante estos treinta años, así que, sí, algunas veces me siento viejo.
Lo decía en broma, pero ella lo estaba mirando con seriedad, y respondió en voz baja:
–Sabía que habías tenido una infancia difícil, incluso antes de que me trajeras aquí.
–¿Cómo? Y, si me dices que te has enterado en otra noche loca con tus amigas, voy a tener que ponerle un bozal a mi hermana.
Ella se echó a reír suavemente.
–No, no. Pero, hace un par de meses, algunas fuimos con Molly a la tumba de tu madre a ponerle flores –dijo, mirándose las manos–. Molly nos contó que murió cuando erais pequeños y que tu padre tenía un síndrome postraumático tan grave que, a veces, no podía trabajar. Dijo que tú los cuidabas a los dos.
Joe cabeceó.
–Molly también hizo muchas cosas para cuidarme a mí. No era un chico fácil.
–Vaya, qué sorpresa.
Él la miró a través del coche, a oscuras, y se dio cuenta de que ella estaba intentando animarlo un poco. Tenía una sonrisa en los labios, pero su mirada seguía siendo seria.
–Aunque tu vida haya tenido una parte dura y fea, Joe –le dijo–, al mirarla desde fuera, tenías todas las cosas importantes.
–¿Cuáles?
–Aceptación y amor.
Había muy poca gente que pudiera superar las dificultades de la vida y encontrar pequeñas y necesarias dosis de verdad. Kylie había pasado por su propio infierno y, aun así, era optimista y no tenía una visión desencantada de las cosas, como él.
Era luminosa, en comparación con su oscuridad.
Joe le tomó una mano, entrelazó sus dedos con los de ella y le dio un beso en los nudillos. Después, salió del coche. Tuvo que apretar los dientes para no soltar una letanía de advertencias mientras Kylie salía también.
–Sé cuidarme –le recordó ella, en voz baja.
Sí, eso era exactamente lo mismo que había dicho Molly hacía muchos años, justo antes de que ocurriera la pesadilla. Tal vez Kylie supiera cuidar de sí misma, pero, de todos modos, él no iba a correr ningún riesgo.
–No te apartes de mí.
–Claro que no –dijo ella, con una enorme sonrisa, a pesar de que él le había soltado un gruñido–. Haré todo lo que tú digas.
Y, con eso, consiguió que él se echara a reír.
–Ojalá fuera cierto –dijo Joe, y tuvo el placer de verla ruborizarse otra vez.
Capítulo 9
#MeGustaElOlorDelNapalmPorLaMañana
Kylie puso buena cara delante de Joe, pero no era tonta. Estaban en un barrio muy peligroso. Las calles eran oscuras y húmedas.
Así pues, eso de no apartarse de él le parecía perfecto.
Se avecinaba una tormenta, y el viento levantaba polvo y fragmentos de escombro, cosa que empeoraba