E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jill Shalvis
Издательство: Bookwire
Серия: Pack
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788413756516
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quedó asombrado, como si aquello fuera lo último que esperaba oír, y eso reforzó la convicción de Kylie.

      –No somos el uno para el otro, Gib.

      Él la miró con un afecto sincero, y con un pesar sincero. Y, también, con deseo. Durante todo aquel tiempo, ella había querido ver todo aquello en sus ojos, pero, ahora, no se sintió conmovida.

      –Si pudiera cambiar las cosas –dijo él–, si pudiera volver atrás y darme una patada en el culo y decirme a mí mismo que no tenía que dejar lo mejor para el final, lo haría.

      Y, con aquello, desapareció.

      Y ella se fue a la nevera y sacó un bote de helado de galleta para calmar sus dudas y su incertidumbre.

      Al día siguiente, por la tarde, Joe estaba completamente distraído en el trabajo, mientras la reunión del equipo continuaba sin él. Intentó concentrarse antes de que Archer le diera una patada en el trasero. Sin embargo, había tenido un día difícil. Habían estado intentando cobrar una buena recompensa que estaba a punto de ser retirada si no conseguían llevar al acusado, Milo Santini, a su cita con el tribunal. Milo tenía antecedentes penales, iba siempre armado y no era un tipo agradable. Así pues, no fue nada sorprendente que su detención no hubiera salido bien.

      Estaba escondido en el sótano del edificio del distrito financiero de la ciudad cuando habían dado con él, y un empleado de la limpieza había estado a punto de morir abrasado cuando Milo, en medio de su furia al verse acorralado, le había prendido fuego a una enorme pila de ropa de la lavandería para causar confusión.

      Durante la detención, Milo se había llevado la peor parte, y eso había provocado una investigación de la policía. Todos los integrantes de Investigaciones Hunt habían quedado exculpados, pero Archer estaba enfadado y llevaba una hora echándoles la bronca y revisando con ellos el protocolo.

      Lo cierto era que habían seguido el protocolo.

      Bueno, casi por completo.

      Algunas veces, en el calor del momento, por ejemplo, cuando un delincuente peligroso provocaba un incendio que era una amenaza para gente inocente, ocurrían cosas.

      Cosas como que el tipo recibiera un buen puñetazo en la cara.

      No había sido él; en realidad, había sido Lucas quien se lo había dado. Lucas había perdido a un hermano durante un incendio provocado. Aunque ninguno iba a acusarlo; estaban dispuestos a que les pegaran un tiro antes que acusarse entre ellos. Aquel trabajo no era fácil, y ellos eran un equipo, aunque cada uno tuviera sus motivaciones personales. En el caso de Joe, a él le gustaba que lucharan en el lado bueno. Tal vez así consiguiera purificar un poco su karma.

      Pensaba que también podía ser esa la motivación de Lucas, aunque Lucas tenía mucha más ira que él. Una ira que canalizaba haciendo muy, muy bien su trabajo.

      –Vamos a revisarlo de nuevo –dijo Archer, en un tono engañosamente suave, mirando con dureza a Joe, a Lucas, a Trev, a Reyes, y a Max, además del dóberman de Max, Carl. Todos ellos habían recibido un minucioso entrenamiento por parte del mismo Archer–. ¿Cuáles son los pasos que hay que dar en caso de incendio? –preguntó, mirando a Lucas.

      Mierda, pensó Joe. Lo sabía. Aunque, en realidad, no le sorprendía mucho. Archer siempre lo sabía todo.

      Lucas se encogió de hombros.

      –¿Los pasos más grandes de todos?

      Respuesta incorrecta. Archer todavía estaba gruñendo cuando Molly entró en la sala y dejó un par de bolsas grandes de color marrón sobre la mesa de reuniones.

      Carl se irguió y se relamió.

      Ellos, también.

      –Comida –dijo Molly, mientras lo miraba a él de arriba abajo.

      Se estaba cerciorando de que no había recibido ninguna herida. Todavía estaba asustada por el golpe en la nuca que le habían dado hacía unos meses. Pero él se había recuperado. Y le irritaba que ella tratara de ser la protectora, cuando ese era su papel. Se había ocupado de ella durante toda la vida, bueno, salvo en aquella ocasión en la que había fracasado estrepitosamente. Él le miró la pierna derecha mientras ella rodeaba la mesa, cojeando.

      Aquel día le estaban doliendo la pierna y la espalda y eso le mataba, porque, de no haber sido por él, su hermana no habría resultado herida.

      Nadie se hubiera atrevido a tocar las bolsas mientras Archer todavía estaba hablando, pero él se calmó al ver a Molly y le dio las gracias por la comida con una sonrisa.

      –Bueno –dijo, mientras empujaba las bolsas hacia el centro de la mesa para que todo el mundo pudiera alcanzarlas–. Le prometí a la policía que os diría todo esto. Ahora, cambiemos de tema.

      Por fin. Mientras comían, Archer les informó de los siguientes casos. Él escuchó solo a medias.

      Max le dio a Carl un hueso. El perro observó con melancolía la comida de Max, pero, con un suspiro, tomó el hueso.

      Joe comió todo aquello que pudo alcanzar. En su opinión, lo mejor para bajar la adrenalina era el sexo, pero, como sustitutivo, la comida podía valer. La sala de reuniones se había quedado en silencio, salvo por los sonidos de la comida y algún gruñido. Joe se puso a pensar en una mujer. No en Ciera, la nueva y muy atractiva camarera del pub, que le había pasado su teléfono hacía muy poco tiempo. Ni en Danielle, a la que había conocido en el gimnasio y con la que había pasado tres noches apasionadas antes de que él tuviera que marcharse de la ciudad por una cuestión de trabajo y, al volver, no la hubiera llamado de nuevo.

      No. Estaba pensando en la única mujer que podía volverlo loco sin pretenderlo.

      Kylie.

      Odiaba cómo habían terminado las cosas la noche anterior.

      Y a Gib.

      Kylie y Gib…

      Mierda. Sabía que Kylie y Gib no estaban juntos porque ella se lo había dicho, y él la conocía. Llevaba un año observándola. Ella no había salido demasiadas veces. Necesitaba sentir algo de verdad por un tipo.

      Y, sin embargo, a él lo había besado con toda su alma y su corazón.

      Entonces, ¿por qué lo había dejado pasar? «Porque eres imbécil», se dijo. «Porque sabes que estás aceptando algo de ella que no vas a poder devolverle».

      Sabía que Kylie no le había contado toda la historia de por qué el pingüino de madera era tan importante para ella. Le resultaba frustrante que no confiara en él. Sin embargo, él tampoco confiaba en nadie, y era especialista en mantener a la gente a distancia.

      Pero eso no era cierto con ella. No podía quitársela de la cabeza. Había intentado besarla para librarse de una vez de la atracción, pero el intento había sido un fracaso. Cada vez que la miraba, le parecía la mujer más deseable del mundo. Tal vez, si la besara una última vez, consiguiera olvidarla… Podría apoyarla contra una pared y…

      –Está completamente ido –dijo Lucas con una sonrisa de diversión–. Creo que está soñando. Seguramente, con esa chica tan guapa de O’Riley’s que le metió el número de teléfono en el bolsillo la semana pasada.

      Joe abrió los ojos y vio que Lucas estaba agitando una mano delante de su cara. La apartó de un manotazo.

      –No, no estoy soñando.

      –No sé, tío. Estabas sonriendo, y todo.

      Joe puso los ojos en blanco con resignación.

      Archer enarcó una ceja.

      –¿Quieres contarnos algo?

      No, claro que no. Pero los buitres habían olido la carroña, y estaban volando en círculo sobre él.

      –Puede que sea la chica nueva de la cafetería –dijo Reyes–. Siempre va a recoger su café a la