DÍA 64
Con la mente estancada en el cansancio y la fatiga, transportando energía a todos los rincones del cerebro y el organismo.
Con una sonrisa siempre en la cara.
En busca de los objetivos e ideales que con tanto esmero espero cumplir y concretar.
El camino es largo, no hay que desfallecer.
DÍA 65
La ignorancia generalizada de la población me causa una sensación de repudio hacia un conjunto de seres humanos, sea cual sea. La poca fe que me queda en la humanidad, esa que se pierde cada día un poco, se entierra aún más en ocasiones específicas. Imaginen esta escena: evento masivo, un cantante de rock ondea una bandera de Venezuela, el tan llamado imperio del socialismo, el fallido ejemplo de una idea o, mejor dicho, el mejor ejemplo, para algunos, de cómo el socialismo no funciona. En fin, una bandera cargada de estigmas, un pueblo vapuleado por los grandes juegos oligárquicos de quién tiene más y quién es mejor que el otro. El cantante ondea esta bandera en el aire, al instante el pueblo adopta una postura de abuchear, gritar y silbar sin cansancio, sin saber el porqué de sus gritos. Alimentados por los medios de comunicación y su ignorancia. En cambio, cuando en el mismo concierto, el mismo cantante, y acto seguido a mostrar la bandera de Venezuela, saca y ondea la bandera de un club de fútbol nacional, la respuesta instantánea del público se transforma en un grito alentador y un vitoreo ensordecedor que levanta a todo el mundo de sus lugares con tal de demostrarle algo de apoyo a ese pedazo de tela con un dibujo estampado. Nada es más importante…
Hasta el día de hoy mantengo la duda de si efectivamente ese fue un experimento social o no. Qué tanto estábamos siendo medidos y analizados en ese momento. ¿Existe el azar? ¿Existen las coincidencias? Solo te queda a ti decidir.
DÍA 66
La estepa resplandecía fuerte con el imponente sol que iluminaba todos los rincones alrededor. Tiempos de bonanza y triunfo se sentían con firmeza en el aire y la piel. Consolidados como uno, África no encontró rival; uno a uno, fueron cayendo, como moscas. Europa intentó resistirse, pero no logró detener la furia africana que los desechó en un segundo. Asia fue más duro, resistió los embates que cruzaban la India de Oeste a Este hasta que, finalmente, le abrió las puertas al blanco atardecer, al nuevo orden de las cosas.
Norteamérica se volvió negra, oscura, y junto a la parte superior de Asia, llenaban el horizonte con desdén y opresión. Los restos de Latinoamérica se refugiaban en la parte más austral del continente, casi como diciendo asesíname pronto, te lo ruego; como si su último deseo fuera el de morir lo más rápido posible y sin dolor.
Mientras tanto, en el extremo sudeste de Asia, el ejército africano acechaba los dominios de Oceanía, diezmando a las tropas que ocupaban una parte de Asia y funcionaban como barrera contra la amenaza creciente.
Así, la batalla continuó por semanas, sin descanso. Hasta que, en el momento cúspide del exterminio, con un ejército de hambrientos seres atestados frente a la poca resistencia que quedaba y dispuestos a hacer todo por su Unión, no lograron avanzar más. Sintieron sus piernas flaquear y aferrarse al suelo sin poderlas mover, casi como si la gravedad lo estuviera impidiendo. Un pequeño temblor inconsciente les recorría la espina, aguardando presentimientos incomprensibles. Unos arrojaron su fusil, algunos avanzaron y otros, inmóviles, solo contemplaban la situación. De pronto, el cielo se iluminó acompañado de un estruendo, casi como si se rajara. El ambiente se tiñó de rojo augurando las malas noticias; el destello los cegó durante segundos, suficientes para aceptar su destino…
Después de aquello nada importó. Las riñas se olvidaron y el reloj siguió avanzando. Era raro que hubiera paz y, extrañamente, todo volvió a la normalidad.
DÍA 67
―¡Vamos! ¡No es imposible! ¡Un pie delante del otro y lo lograremos! ―Gritaba el General King a sus soldados. Cruzar Asia en su totalidad, hasta llegar a su extremo más lejano no había sido tarea fácil. Lo habían conseguido en base a interminables luchas, encarnizadas batallas que solo producían bajas, pero que tenían como objetivo lograr un plan aun mayor, acabar con el enemigo americano.
El frío tal vez era similar al de miles de años atrás, cuando miles de humanos realizaron aquella misma travesía, tal vez con la misma esperanza de ese momento, con la diferencia de que, en esta ocasión, traían muerte y no vida.
“No me enlisté para esto”, decían algunos; otros contemplaban algo único en el planeta y, con mucha certeza para ellos, tal vez lo último que tendrían oportunidad de conocer. “Realmente era estrecho”, se dijo King, casi riendo con ironía mientras ideaba un plan para cruzar todos esos kilómetros. Tenía mucha confianza en sí mismo, pero siempre titubeó en los momentos cuando la supervivencia de los suyos dependía de sus decisiones. Era un hombre lleno de problemas y cuestionamientos, con una gran carga en su conciencia. Aunque por fuera de hierro, por dentro se quebraba tan fácil como una rama en los últimos días del verano. Vivía atormentado día a día por sus demonios y las consecuencias de sus acciones, como dos pequeños acompañantes que le recordaban constantemente qué tipo de persona era. Cuando recuperaba la concentración, volvía a sus labores militares, sin duda un ejemplar excepcional. Capaz de reconocer los peligros de la batalla y las oportunidades para ganar en los momentos precisos, no por nada era el General King, cuarta generación de militares, una dinastía de guerreros capaces de dar su vida, y que forjaron cada piedra que cimentó la base del imperio que era su nación.
Cuando salió el sol y se alistaron, comenzó de nuevo la travesía… Miles de pasos fueron necesarios para observar lo más hermoso que podrían haber tenido frente a sus ojos, casi como descubrir un planeta nuevo; una sensación indescriptible recorrió a todos al unísono, una felicidad compleja que al mismo tiempo los acongojaba. Un dulce amargor recorría su garganta y papilas gustativas. La primera parte completada, comenzaba la segunda. Quizás la más difícil, pero no por eso menos emocionante. Organizaron sus pertenencias, al igual que cada día. Arreglaron sus equipos y trazaron el plan. El asedio comenzaría a la brevedad, el momento que esperaban y al mismo tiempo temían, pues podía significar casi dicotómicamente hablando, el inicio o el fin de todo lo que conocían como existencia.
DÍA 68
Confía en tus instintos, usa tu criterio. No dejes que inseguridades nublen tu juicio. En la vida encontrarás muchas personas que buscarán aprovecharse de ti y tu voluntad, debes aprender a reconocerlos y hacerles frente, negarles el paso y quitarlos de tu camino.
La vida facilitará para ti las herramientas necesarias para reconocer tales situaciones. Pequeños indicios danzarán a tu alrededor, mostrándote la verdadera naturaleza de las cosas.
No dudes de tu instinto. Tu inconsciente se comunica contigo en todo momento, desde el fondo de tu ser. Esa parte de tu mente no siempre accedida, desconocida, pero que guarda los mayores secretos del universo y la vida. Escúchala.
No dudes de tus instintos.
DÍA 69
Sentir extrañeza por la esencialidad humana es una condición peculiar en el comportamiento personal hacia un tercero o hacia sí. Me consterna ese sentimiento de alegría, esa sensación y necesidad de felicitación dirigida a alguien que simplemente logró entender algo de su primitiva vida, a nivel de la consciencia.
El acto de empatizar debe ser algo básico en nuestra vida, clave; no debería ser visto como un gran paso evolutivo. Los cambios son necesarios, claro; sin embargo, no son trofeos, no es un logro que vitorear o enaltecer. Conocernos, entendernos, aceptarnos, todo es parte del desarrollo de la consciencia, un proceso normal en nuestra vida
Por qué vitorear el entendimiento básico de la vida, el punto esencial de nuestra existencia. Lograr y comprender nuestra conexión con el entorno no debe ser visto como una gran hazaña; al ser celebrado